05 febrero 2014

Comentario al Evangelio de hoy, 5 febrero

Pasemos al nuevo terreno hostil a Jesús. (Entre paréntesis: no me digáis que no es actual el evangelio de Marcos. Señala, lo mismo que Pablo hablando de su propio ministerio, todas las dificultades y resistencias con que topó Jesús. No sé si incluso las aumenta, en aras de la tesis teológica que quiere desarrollar. Lo que sí es verdad es que las exhibe sin tapujos, suavizaciones o retoques que las hagan más llevaderas. Hay que llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos, hay que fijar la vista en la realidad lo más de frente que se pueda, aunque podemos comenzar mirándola de soslayo.)

El terreno hostil es esta vez un terreno familiar, es decir, el propio pueblo de Jesús. Levantaron toda una barricada de juicios-prejuicios sobre Jesús. Se deslizaron desde el asombro hacia el escándalo. Pero ¿por qué se escandalizaron? ¿Por qué levantaron esa barricada de preguntas? Quizá nacieron de la sospecha: Aaquí hay truco, aquí hay gato encerrado, éste nos la quiere dar con queso. Lo conocemos como si lo hubiéramos parido. A otros los puede deslumbrar; a nosotros, no. ¡Caramba con el hijo de María! De profeta tiene lo que yo tengo de magnate de la industria, o lo que tenemos los desgraciados nazarenos de ombligo del mundo. ¡A otro y a otra parte con ese cuento!
Las artes de Jesús no pueden ser buenas artes. Vete a saber dónde se las ha agenciado. Corría por algún lugar la noticia de que había hecho pactos con el diablo. No sería de extrañar. Sí, es verdad, ahora expulsa demonios. Pero eso son maniobras de distracción, o de embaucamiento. Cuando se haya ganado nuestra confianza se quitará la máscara. Pero de los escarmentados salen los avisados, y nosotros nos podemos librar hasta del mismo escarmiento. ¡Si lo conoceremos nosotros a Jesús! Con esos arreos de profeta es simplemente un seductor, no un líder del pueblo de Dios.
Nuestro río baja demasiado revuelto, pero este pescador y los que lo siguen no se van a llevar nuestras ganancias ni nuestras creencias. Malo es dejarse estafar por un forastero, pero sería el colmo que nos timara uno de casa. Lo dicho: a otra parte con ese cuento.
Y se cumple aquí la parábola del sembrador. El terreno se endurece, la semilla rebota sobre él y se la llevan las aves del cielo. Cierran crispadamente las manos y Jesús no puede depositar en ellas un grano de misericordia y del poder bueno de Dios que cura. Sólo se deja "tocar" por él algún enfermo.
¡Ay!, esa mala familiaridad con el evangelio que tenemos los de casa lo esteriliza y nos esteriliza. También nosotros decimos: "¡Me va a contar Usted lo que da de sí y lo que no da de sí el evangelio! Soy viejo en la casa". ¡A ver si eres un pobre sacristán de lo sagrado!
Pablo Largo, cmf

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