28 febrero 2014

¡¡Estamos en buenas manos!!

Y todo esto que decimos, ¿no es excesivo? ¿No exigirá más “trabajo”, “conversión”, “abnegación”, “dedicación”, “esfuerzo”... más “estrés”? Jesús no hace más que plantearnos exigencias, y ser cristiano nos crea una tensión difícil de mantener, siempre tensos, siempre atentos, siempre “trabajando”... La corrección de Jesús viene al final: busca únicamente el Reino de Dios, porque el resto se os dará por añadidura. El labrador siembra y se echa a dormir y, sin que él sepa cómo, el trigo crece... (Mc 4,26-29). El Reino que anuncia Jesús es tranquilizador (Mt 11, 28-30). Dios está más allá de nuestro “hacer”. Nosotros simplemente sembramos, Él hace lo demás. Estamos en manos de Alguien que nos sostiene. Por eso, vivir del Espíritu de Jesús es vivir en paz. Y, viviendo así, pase lo que pase, no perdemos la calma, no nos agobiamos, no nos obsesionamos por lo sucedido: hay Alguien que cuida de nosotros.

UN TEXTO
“Apenas se oye hablar hoy de la “providencia de Dios”. Es un lenguaje que ha ido cayendo en desuso o que se ha convertido en una forma piadosa de considerar ciertos acontecimientos. Sin embargo, creer en el amor providente de Dios es un rasgo básico del cristiano.
Todo brota de una convicción radical. Dios no abandona ni se desentiende de aquellos a quienes crea, sino que sostiene su vida con amor fiel, vigilante y creador. No estamos a merced del azar, el caos o la fatalidad. En el interior de la realidad está Dios, conduciendo nuestro ser hacia el bien.
Esto no quiere decir quiere decir que Dios “intervenga” en nuestra vida como intervienen otras personas o factores... No es así. Dios respeta totalmente las decisiones de las personas y la marcha de la historia.... Por eso no se debe decir propiamente que Dios “guía” nuestra vida, sino que ofrece su gracia y su fuerza para que nosotros la orientemos y guiemos hacia nuestro bien.
Nosotros no somos capaces de abarcar la totalidad de nuestra existencia; se nos escapa el sentido final de las cosas... Todo queda bajo el signo del amor de Dios, que no olvidas a ninguna de sus criaturas (J. A. Pagola, El camino abierto por Jesús. Marcos, Ed. DDB, Bilbao 2011, págs. 99-100).
UN POEMA
Hijo mío,
hija mía
que estás en el mundo.
Eres mi gloria
y en ti está mi Reino.
eres mi voluntad y mi querer.
Tu nombre es mi gozo
cada día.
Te amo.
Te alzo y sostengo.
Te doy todo lo que es mío
-el pan, los hermanos, el Espíritu-.
Quiero que vivas feliz.
Te perdono siempre
y te pido que perdones. No temas.
Yo te libraré del mal
y de todas tus redes.
Día y noche pienso en ti,
hijo mío,
hija mía.
Florentino Ulibarri,
Al viento del Espíritu,
Ed. Verbo Divino, Estella (Navarra) 2004, pág. 533.
Un padre y un niño, o varios. Cada niño coloca sus manos con las palmas hacia abajo, sobre las palmas de las de su padre, que las pone hacia arriba. Voz en off, se lee la oración de Foucauld:
Padre,
me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras:
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo, con tal que tu voluntad
se cumpla en mí y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo el amor de que soy capaz,
porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.

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