04 febrero 2014

Homilías para el 9 de febrero

1.- LA SAL DEL AMOR Y LA LUZ DE LA FE
Por Pedro Juan Díaz
1.- La semana pasada, al celebrar la fiesta de la presentación del Señor, nos saltamos una página muy importante del evangelio, justo la que va antes de este que acabamos de proclamar: las bienaventuranzas. Es el núcleo del mensaje de amor y felicidad que Jesús vino a traernos. Es el Sermón de la Montaña en el cual se enmarca también el texto de hoy. Jesús nos habla de ser sal y luz.

--“Vosotros sois la SAL de este mundo”, dice Jesús. Era una imagen doméstica muy familiar para la gente de aquel tiempo, ya que les recordaba a los hornos de tierra en los que la sal se utilizaba para la combustión. Esa sal, cuando se desgastaba, quedaba inservible. ¿Para qué sirve una sal sosa e inservible? Se tira y la gente la pisa.
--“Vosotros sois la LUZ de este mundo”, dice Jesús. Pero si encendemos una lámpara y, en vez de ponerla en el candelero para que alumbre, la tapamos y la escondemos, ¿para qué sirve? A mí lo del “candelero” (el lugar de las candelas, que iluminaban la casa) me recuerda a esos lugares de la vida donde se toman las grandes decisiones que luego nos afectan a todos. Estar en el candelero es estar ahí, dando luz, pero no cualquier luz, sino la luz del evangelio, la de Jesús.
2.- Hace poco veía en internet un encuentro que tuvo el Papa Francisco con un grupo de profesores y alumnos jesuitas, a los pocos meses de ser elegido Papa, donde tanto unos como otros pudieron hacerle preguntas. Los niños le preguntaron si tenía amigos, si le gustaba ser Papa y todas esas cosas. Pero un profesor le preguntó algo así como que le dijera algunas palabras sobre su compromiso como educadores en el mundo de hoy, sobre cómo podría ser más evangélico ese compromiso. El Papa le contestó diciendo que implicarse en política es una obligación para todo cristiano, porque la política es una de las formas más altas de la caridad, porque busca el bien común. Y terminó diciéndole que los laicos cristianos deben trabajar en política y que deben hacerlo con espíritu evangélico, para que no pasen las cosas que están pasando, y no conformarse con echar las culpas a los demás, lavándose las manos como Pilatos. Trabajar por el bien común es un deber de todo cristiano.
3.- Tenemos en nuestras manos la SAL del amor y la LUZ de la fe. Nos las ha dado Dios para hacer maravillas en nuestro mundo, ayudando a los demás, buscando el bien común y poniendo a Dios por encima de todas las cosas, primero en nuestra vida y después en la de los que nos rodean. Ese es nuestro gran compromiso político, evangélico y transformador de nuestra sociedad. Y lo podremos hacer a través de partidos políticos o a través de otras plataformas. Pero lo importante, lo que dice el Papa, es que lo hagamos, que seamos sal y luz, que pongamos “sabor a evangelio” en todo lo que hagamos.
4.- Que brille nuestra SAL (amor) y nuestra LUZ (fe) delante de la gente, para que, viendo el bien que hacemos, alaben a Dios. Es grande la confianza que Dios pone en nosotros, para que “brillemos”, frente a otros que viven en “oscuridad”. Tenemos una gran responsabilidad, como la de quien recibe unos talentos, que siempre son para el bien común. Hemos de cuidarlos y hacerlos crecer.
Hoy nos hacemos una pregunta: ¿dónde hace falta ser SAL o LUZ? ¿Dónde hago falta yo? ¿Dónde hace falta mi amor y mi fe? Nuestro mundo los necesita, nos necesita a los cristianos, que nos hagamos presentes en la sociedad sin perder nuestra identidad cristiana, sin esconder nuestra condición de seguidores de Jesús. Si nos conformamos con ser cristianos solo aquí, dentro del Templo, dejaremos de ser la luz del mundo. Si reducimos nuestra fe al “salero” de nuestra vida privada, seremos una sal que ya no da gusto.
5.- Releamos al profeta Isaías, que nos da pistas, en la primera lectura, para ser “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”, para poner amor y fe en cada momento de nuestra vida. Y apliquémoslo, entre otras cosas, en esta Campaña de Manos Unidas contra el hambre en el mundo, que estamos recordando, como todos los años, en este fin de semana. Que lo que aquí celebramos seamos capaces de “contagiarlo” y compartirlo en nuestras casas y fuera de ellas.

2.- CÓMO SER SAL Y LUZ EN NUESTRA SOCIEDAD
Por Gabriel González del Estal
1.- Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? La sal era un elemento tan importe en la sociedad romana que, hasta la palabra se derivaba de la costumbre romana de pagar a los soldados con una ración determinada de sal. La sal era necesaria para evitar la corrupción de los alimentos y para darles sabor. Ya en el capítulo 2 del Levítico estaba mandado “sazonar con sal toda oblación que se ofreciera a Yahvé” y en los primeros siglos del cristianismo, cuando era costumbre retrasar el bautismo hasta la edad adulta, las familias cristianas frotaban los labios del recién nacido con sal. San Agustín, que se quejaba de que su madre no le hubiera bautizado cuando, de niño, estuvo él muy enfermo, nos dice que lo que sí hizo santa Mónica fue “darle a gustar la sal bendita” nada más nacer. Pues bien, cuando en el evangelio de hoy Jesús les dice a sus discípulos que deben ser la sal de la tierra, lo que les está diciendo es que no sean corruptos y que luchen siempre contra la corrupción, y que, además, den sabor cristiano a todo lo que hacen y dicen. Para no ser corruptos es necesario tener el alma blindada con la sal del evangelio, porque es facilísimo dejarse contaminar de la corrupción generalizada que habita en nuestra sociedad. Corrupción en las palabras y corrupción en las obras, corrupción en la vida privada y corrupción en la vida pública. A veces da la impresión de que únicamente no son corruptos los que o no pueden y no saben serlo. Sin generalizar demasiado, claro, pero sí reconociendo que la corrupción es un fenómeno bastante generalizado en nuestra sociedad. Si los cristianos queremos ser sal de la tierra, deberemos luchar denodadamente contra el fenómeno de la corrupción. Y rociar con sal bendita, dar sabor cristiano, a todo lo que pensemos, digamos y hagamos.
2.- Vosotros sois la luz del mundo… Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. La metáfora de la luz, referida a Dios y a Cristo, es muy frecuente en la Biblia, sobre todo en el evangelio de san Juan: Dios es la luz, nosotros somos hijos de la luz, la luz de Cristo debe iluminar nuestro caminar hacia el Padre. La luz de Cristo no sólo debe iluminarnos a nosotros, los cristianos, sino que nosotros, los cristianos debemos iluminar con nuestra vida a la sociedad en la que vivimos. Vivir iluminados por la luz de Cristo es vivir en continua y constante lucha contra la mentira; contra la mentira que habita fácilmente en nosotros mismos y contra las múltiples mentiras con las que nos desayunamos cada mañana cuando escuchamos y leemos los medios de comunicación social. Como de la corrupción, también de la mentira podemos decir que se ha instalado poderosamente en nuestra sociedad: las mentiras de los políticos, las mentiras de los empresarios, las grandes mentiras de los que están arriba y las pequeñas mentiras de los que viven a ras social. Luchar contra la mentira, en cristiano, es ser auténtico, sincero y responsable uno mismo y proclamar las verdad del evangelio en voz alta y crítica frente a las voces mentirosas e interesadas de la sociedad en la que vivimos. En definitiva, vivir en la luz de Dios, en la luz de Cristo, es vivir convertido a la verdad de Cristo.
3.- Esto dice el Señor: parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo y no te cierres a tu propia carne. Entonces romperá tu luz como la aurora. En este precioso texto del profeta Isaías se nos dice que la compasión y la justicia misericordiosa, la caridad cristiana, es condición indispensable para vivir en la luz del Señor. Dios está, les dice el profeta, donde hay un hombre y una mujer que sufre, Dios ha hecho una clara opción preferencial por el pobre y el abatido. La luz de los verdaderos cristianos, su práctica de una justicia generosa y misericordiosa, debe iluminar a la sociedad en la que vivimos. ¿Nos distinguimos precisamente los cristianos, dentro de nuestra sociedad, por ser personas especialmente generosas, misericordiosas y justas, tal como nos recomienda hoy el profeta Isaías y tal como practicó y vivió nuestro Señor Jesucristo? ¿También nuestra sociedad de hoy puede decir, como en los primeros tiempos del cristianismo, que a los cristianos se nos nota enseguida nuestra condición cristiana, por el amor generoso y desinteresado que tenemos y mostramos en nuestro comportamiento diario? Porque una Iglesia que no muestre y demuestre su amor hacia los más pobres, nos dice hoy el Papa Francisco, no es la Iglesia de Cristo.

3.- ¿HEMOS LLEGADO TARDE CON LA SAL?
Por José María Maruri, SJ
1.- En las comidas hay que echar la sal a tiempo. Poca gracia tiene que entre en el comedor el ama de casa o la cocinara con el salero en la mano cuando ya todos se han tomado, aguantando la respiración, el plato de puré de patatas sin sal.
A Barajas (*) o a la estación de Chamartín (*) hay que llegar a tiempo, a pesar del tráfico, porque si no se expone uno a asistir al despegue del avión o a ver la sonrisa irónica del farol del vagón de cola que se aleja de un andén vacío.
El Señor nos dice que nosotros somos la sal de la tierra y estamos rodeados de una sociedad aburrida, que todo lo encuentra soso que busca estímulos más fuertes cada vez porque no encuentra sabor en la vida, ya se han tragado el puré de patatas sin sal y nosotros no hemos llegado a tiempo con el salero. Digo, tal vez nosotros mismos encontramos todo soso.
Sin la sal de Dios, de la Fe, la sociedad se corrompe. Y se nos ha corrompido hasta el punto de aquí nos tragamos actitudes que en países no cristianos como Japón no se aguantarían ni unas horas.
No echamos la culpa a nadie. Los que debimos ser la sal de la sociedad nos hemos quedado sin sabor y la sal sin sabor no vale para nada. Es como el champán sin su burbujeo: agua de limón.
2.- El Señor no nos dicen que tenemos que correr detrás de la sociedad a ver cómo vamos parcheando las fisuras que aparecen en ella por los problemas modernos, nos dice que tenemos que ser en ella protagonistas de los cambios de la sociedad en que vivimos, que somos la luz que se pone en alto para iluminar a todos, para que nos vean y nos imiten.
¿Y cuántas veces hemos llegado los protagonistas de la función en el momento en que empezaban a caer el telón?
--Tendríamos que ir nosotros tirando el carro, no corriendo delante de él para que no nos atropelle.
--Tenemos que movernos y mover a otros, no dejarnos arrastrar sin vida como cantos rodados que se lleva el río.
3.- El Señor nos dice que nosotros somos luz del mundo como Él es luz del mundo. Y en la primera lectura, Isaías nos dice como seremos luz del mundo: “parte tu pan al hambriento, hospeda al pobre sin techo, viste al desnudo y entonces romperá tu luz como la aurora” “Cuando destierres la opresión, la maledicencia, el gesto amenazador, tu luz se volverá mediodía.
Dios, nuestro Padre común no se cansa de recordarnos lo único que Él quiere de nosotros: que nos portemos como hermanos y el mundo comprenderá entonces que nuestra Fe es verdadera. Seamos cada uno lucecita en el pequeño ambiente en que nos movemos. Seamos luz de cariño y amor. No importa que esa luz sea pequeña. Hay un dicho japonés que dice: “cuando una flor nace, el universo entero se hace primavera”. Hagamos nacer cada uno nuestra luz y el mundo entero será luz de mediodía.
** Barajas, el Aeropuerto de Madrid-Barajas
** Chamartín, Estación de Chamartín, una de las principales estaciones de ferrocarril de la capital de España

4.- SER LUZ PARA CONSTRUIR UN MUNDO NUEVO
Por José María Martín OSA
1.- Fe y justicia. La lectura del tercer Isaías interpela a sus coetáneos sobre la vivencia de la fe después de la vuelta del exilio. Observa el profeta la crisis de esperanza provocada por lo que tarda la salvación y denuncia la depravación del culto a los ídolos. Notaba un desprecio de los extranjeros que se habían establecido en la tierra de Israel durante el exilio. Por eso anuncia que toda reconstrucción debe tener en cuenta la dimensión social: no puede haber fe en el Dios de Israel sin la justicia del país. Principio claro y aplicable a nuestros días… La promesa de Dios es clara: la verdadera restauración vendrá cuando el creyente colabore en la restauración de su hermano. Esto está descrito como una especie de procesión ritual: la justicia va delante, en medio el que obra según Dios y, al final, la gloria del Señor. Solo cuando seamos capaces de partir el pan con el hambriento y de saciar el estómago del indigente podrá brillar la luz en el mundo. Es lo mismo que nos recuerda este domingo Manos Unidas con el lema "Un mundo nuevo, proyecto común". En el compromiso de este año propone exigir que se lleve a cabo el octavo y último objetivo de Desarrollo del Milenio fijado por Naciones Unidas: "Fomentar una alianza mundial por el desarrollo". Es posible cumplir la alianza cuando haces que la vida del que vive en tu ciudad pueda ser justa y digna. Mensaje para tiempos de fuertes crisis, las de entonces como las de ahora.
2.- “El justo brilla en las tinieblas como una luz”. En el Salmo 111 se nos recuerda que tenemos que ser justos. El justo es un hombre "de acuerdo" con Dios, que "corresponde" perfectamente al proyecto del creador... Así como se dice "justo", de un zapato que se acomoda perfectamente al pie, ni demasiado grande ni demasiado pequeño. El Antiguo Testamento, tuvo el gran mérito de unir estrechamente los deberes del hombre "hacia Dios" y los deberes del hombre "hacia el hombre". Jesús también resumió en el "amor" toda la conducta moral humana: "lo que hacéis al más pequeño de los míos, lo hacéis conmigo”. En este salmo, que habla esencialmente de la Alianza con Dios, vemos ya resaltados los deberes sociales: "El justo jamás vacilará, reparte... a manos llenas, da al pobre...". Cuando esto es una realidad, brilla la luz en las tinieblas. Pablo fue luz anunciando la Buena Noticia a todos, judíos y gentiles. Pablo no quiso presentarse a los corintios hablando con palabras altisonantes y haciendo alarde de elocuencia. Les predicó sencillamente a Jesucristo y a éste crucificado, sin triunfalismos. Pablo se presentó ante los corintios como un pobre hombre, débil y temeroso. Pero no era su debilidad, sino la fuerza de Dios lo que operaba en su predicación. Anunciaba el Evangelio con sus obras.
3.- Que con nuestras obras seamos sal de la tierra y luz del mundo. Jesús habla a la muchedumbre desde una montaña. Acaba de proclamar las bienaventuranzas, un estilo de vida tan nuevo como chocante. Quien dice "sí" con su vida a estas enseñanzas es sal y luz. Dos imágenes de lo que Dios quiere del cristiano en el mundo. La sal da valor y sabor a lo que toca. Para ello tiene que dejar el salero y disolverse en los alimentos. La luz también es para otro. Con ella se ve, se puede caminar. Ocultarla no tiene sentido. Así el cristiano, portador del don de Dios, no puede limitarse a gozarlo y vivirlo solo él. Debe alumbrar y dar sabor al mundo. No por vanagloria o haciendo alarde de lo que posee, sino para que los demás, viéndolo, den gloria al Padre. El ejemplo más claro es el mismo Jesús, que siempre actuó poniendo su poder y enseñanzas al servicio de la gloria del Padre. Estas dos pequeñas parábolas, dirigidas a los que han escuchado las bienaventuranzas, señalan el valor de las obras en favor de los hombres. Si los discípulos descuidan las obras no tiene ninguna fuerza el anuncio del Evangelio. Si queremos ser creíbles, tenemos que ser consecuentes. Comencemos ya hoy, trabando en el proyecto común de construir un mundo nuevo, como nos recuerda Manos Unidas.

5.- EL CRISTIANO ES UN HIJO DE LA LUZ
Por Antonio García-Moreno
1.- DERECHO DE PROPIEDAD.- Voces del Antiguo Testamento, voces que sonaron hace más de dos mil años, voces que vienen de Dios aunque salgan por boca de hombres, voces que repiten con insistencia y sin cansancio, aunque sea siempre lo mismo: hay que partir el pan con el que tiene hambre, hay que pensar en los que no tienen lo que nosotros tenemos, hay que vestir al desnudo, hay que dar y darse uno mismo.
Dar y darse. Para eso tenemos todo cuanto de Dios, de una manera o de otra, hemos recibido a lo largo de nuestra vida. Es cierto que la Ley divina no va contra el derecho de propiedad, pero también es cierto que toda riqueza que se cierra en sí misma no es cristiana. En la ley de Dios no cabe el egoísmo, no cabe el que todo lo guarda para sí, el que no abre su corazón y su cartera a las necesidades de los demás hombres. Si actuamos así no somos cristianos, si no miramos hacia los demás, tampoco Dios nos mirará a nosotros.
No nos engañemos. Es imposible ser hijo de Dios y no querer como hermanos a todos los hombres. Ni el Bautismo, ni la Penitencia, ni la misma Eucaristía nos servirán para algo, mientras que no abramos de par en par el corazón a nuestro prójimo. No sólo no nos sirve para nuestro bien, sino que al recibir con malas disposiciones esos sacramentos, nos sirven para nuestro mal. Porque el que come el Cuerpo de Cristo indignamente, se traga su propia condenación.
Y no debemos olvidar que el amar está sobre todo en el dar. Y dar no sólo pan. Porque no sólo de pan vive el hombre. Hay que dar también otras cosas. Hay que dar nuestro tiempo, hay que dar nuestras buenas palabras, hay que dar nuestra sonrisa. Y sobre todo hay que dar nuestra comprensión. Colocarse en la posición del otro, sentir como él siente, ver las cosas como él las ve. Juzgar como se juzga a un ser querido, con benevolencia, saber disculpar, disimular, callar... Desterrar la maledicencia, la lengua desatada que corre a su capricho, sin respetar la buena fama del prójimo... No nos engañemos. O queremos de verdad a todos, o Dios nos despreciará por hipócritas y fariseos.
2.- LUZ DEL MUNDO.- La palabra de Jesús es sencilla. Sus comparaciones brotan de la vida ordinaria, de la vida doméstica podríamos decir. Por otra parte, sus metáforas tienen muchas veces sus raíces en el Antiguo Testamento. Cristo toma en sus manos la antorcha de los viejos profetas y la levanta hasta iluminar a todos los hombres, usa sus palabras recias y vibrantes para renovar e incendiar a la tierra entera. El fuego y la luz constituyen, precisamente, la imagen principal del pasaje evangélico que contemplamos. Vosotros sois la luz del mundo, dice el Maestro a sus discípulos y a la muchedumbre que le rodea, también a nosotros. Una luz encendida que se pone sobre el candelero, una vida cuajada de buenas obras que sea un ejemplo que arrastre y empuje a los hombres hacia el bien, hacia Dios.
Luz de luz, dice san Juan en el prólogo de su evangelio, refiriéndose al Verbo, a la Palabra, al Hijo de Dios. Luz verdadera que ilumina a todo hombre. El mismo Jesús proclamará ante todos los judíos: Yo soy la luz del mundo. El que me sigue, añade, no andará en tinieblas, sino que habrá pasado de la muerte a la vida... Las tinieblas como símbolo de la muerte, la luz como expresión gozosa de la vida. Por eso al Infierno se le llama el abismo de las tinieblas, mientras que el Cielo es la mansión de la luz, la región iluminada no por el sol sino por el mismo Dios, luz esplendente que sólo los bienaventurados pueden llegar a contemplar, extasiados y felices para siempre.
Es una luz que se transmite a cuantos han llegado a la vida eterna y de la que también participan los justos en la tierra, aunque de forma diversa. Así Santa María, la criatura más perfecta que salió de las manos de Dios, es contemplada por el vidente de Patmos, como la mujer revestida con el sol, coronada de estrellas, emergiendo fulgurante en el azul profundo del ancho cielo, con la luna bajo sus pies. Los demás bienaventurados lucirán, dice la Escritura, como antorchas en el cielo... Aquí, en la tierra, esa luz divina irradia también en quienes creen y aman a Cristo. Por eso san Pablo recuerda a los cristianos que son luminarias que lucen en medio de esta oscura tierra. Focos luminosos que iluminan lo bueno de este mundo malo. Desde el Bautismo, cuando se nos entregó un cirio encendido, el cristiano es un hijo de la luz, un hombre iluminado que ha de encender y caldear cuanto le rodea, perpetuando así la presencia del que es Luz de todas las gentes, Jesucristo nuestro Señor.

7.- ¿PICA? ENTONCES ES SAL
Por Javier Leoz
1.- “Santa Agueda, Santa Aguedacha…que las fiestas despacha”. Y así es. Hasta finales de Abril, donde este año la Pascua aguarda, nos centramos en el Tiempo Ordinario en el que, la Palabra de Dios, el crecimiento personal en la fe, la oración o la tranquilidad sin más fiestas que lo más grande, EL DOMINGO, han de posibilitar que nos identifiquemos más y mejor con Cristo. Hoy, además, ante nuestros ojos se abre un drama: algo no funciona bien en el mundo cuando, el hambre, sigue siendo una lepra y lacra social que afecta a millones de personas.
-Mientras unos bailamos, otros lloran
-Mientras de las mesas de los acomodados caen no migajas, sino panes enteros, otros no conocen el aroma de un pan recién amasado
-Mientras nos miramos, excesivamente, a nosotros mismos….millones de personas son atenazados con los grilletes de la pobreza.
2.-Hoy, Manos Unidas, nos propone un lema: “Un nuevo mundo; proyecto común”. Ojala que desde esta Institución Católica sintamos que, la generosidad (algo normal y nunca extraordinario) ha de ser un número en el carnet de nuestra vida cristiana. Siempre, y digo siempre, los católicos (por ser cristianos y por tener como patrón de nuestra existencia a Cristo) hemos de ver la caridad como el broche de oro de cada día, de cada semana o de nuestra vida.
3.- Ser sal y luz (aunque esta frase dé para muchas composiciones musicales y poéticas) no es ni mucho menos algo agradable al paladar de la sociedad en la que nos toca vivir. La sal protege, purifica y sana. ¿Interesa la “sal cristiana” a un mundo corrupto, falseado y relativizado por todos sus costados?
-Habla la Iglesia de que la vida es vida desde su concepción y, esa sal, escuece
-Manifiesta la Iglesia de que hay que amar hasta el final perdonando, olvidando y humillándose y, esa sal, pica
-Pregona la Iglesia el respeto pero la diferencia entre diversos modelos de convivencia o de familia y, esa sal, levanta polvaredas y escándalos
-Comunica la Iglesia su derecho a ser luz en medio de la oscuridad o en la mediocridad que abunda a nuestro alrededor, y le contestan que la mejor iglesia es la que arde. Entonces; ¿cómo ser sal y luz en medio de esta encrucijada?
4.- .Nunca se nos ha dicho que, el ser cristiano, fuera fácil. No hay más que abrir el álbum fotográfico de los primeros seguidores de Jesús, de los apóstoles, de los santos, santas y mártires de los primeros tiempos (o incluso de los incidentes y reacciones que causan las palabras o las posiciones por el Magisterio de algunos obispos en España o en Europa). Ese álbum nos da una imagen de que, ser sal y luz, implica ser fuertes hasta el final. Valientes con todas las consecuencias. Aguerridos en nuestros planteamientos y poco menos que equilibristas para no caer al vacío de la raya que nos marca el  mundo.
Que el Señor, en este domingo, sea esa fe que nos posibilita ser cauce de esa inmensa luminosidad que es el Evangelio. Que el Señor, hoy más que nunca, sea ese mar del cual extraemos la sal que –aunque pica- sabemos que a la larga preserva, sana, guarda y dará sabor a una sociedad totalmente insípida y carente de valores eternos.
Que como cristianos, frente a los que pretenden ser vinagre y cortocircuito, seamos antídoto que levante en la esperanza aquellos lugares donde nos desenvolvemos. ¿Fácil? ¡No! Pero con Cristo y por Cristo hemos de hacerlo. En ello va nuestra salvación.
5.- SEA SAL Y LUZ, SEÑOR
De tu mar, Señor, sea yo la sal que lleve
alegría donde existan las caras largas,
ilusión donde no sepan lo que es el optimismo
eternidad, allá donde vean sólo el presente
caridad, en aquellos rincones
donde aparezca el “yo” y no el “nosotros”.
SEA SAL Y LUZ, SEÑOR
Del SOL que es tu Palabra
y, entonces, anuncie lo que Tú nos traes
Es posible un mundo, pero como Dios manda
Grande, un corazón, por el Amor que regalas
Inmensa, la vida, por el futuro que nos conquistas
Que no me conforme, oh Señor,
con la sal de mi frágil salero
Que no me quede, oh Señor,
con la luz de mis débiles ideas
Que no presuma, oh Señor,
de mis gracias y de mis dones
y, caiga en la cuenta, de que es tu SAL
la que da sabor eterno a los guisos de mis manos
Que no lleve en cuenta, oh Señor,
de mis pequeños aciertos
cuanto de la LUZ que Tú desprendes desde el cielo
De mis ocurrencias y creatividad
cuanto de la presencia creadora de Dios
De mis aportaciones por tu Reino
cuanto de tu Espíritu que las hace
únicas, santas, verdaderas, genuinas y eternas
QUE SEA, SEÑOR, SAL Y LUZ
Pero sal recogida del mar del cielo
empaquetada con fuerza del Espíritu Santo
Y sin más precio que, el saber,
que estoy de tu lado y contigo
para hacer de este mundo
un pequeño trozo de tu Reino.
Con tu luz, siempre con tu luz, Señor.

7.- EL EFECTO DE LA LUZ
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Las tinieblas debieron asustar mucho a los hombres de la antigüedad. No es difícil pensar que la noche estaba llena de peligros reales e irreales. Con la luz, por el contrario, volvía la paz y era fácil extasiarse ante la contemplación de la naturaleza. La Biblia nos enseña que las apariciones de los ángeles, de los enviados de Dios, estaban rodeadas de una luz muy especial y que sus rostros y vestidos e convertían en luminiscentes. La escena de la Transfiguración también nos aporta ese efecto lumínico de indudable importancia. Hay científicos que afirman que la luz será el próximo vehículo de comunicación en el espacio sustituyendo, por un lado, a la transmisión de ondas hertzianas propias de la radiofrecuencia y, por otro, al empuje de los motores de chorro. La luz como vehículo de comunicación y de tracción es algo, intelectualmente muy atractivo, aunque no tenga --por ahora-- confirmación científica.
2.- Nuestro Señor Jesús se ofrece también como luz del mundo y lo es. Tras cerrar los ojos Jesús, allá n el Gólgota, fueron sus seguidores los encargados de hacer de luz y de guía en la tierra. Los discípulos deben ser guía luminosa para el género humano. Es una responsabilidad enorme convertirse en faro y guía de los hermanos. Incluso es un proyecto de tal magnitud que sin la ayuda de Dios será imposible acometer. Y así los elegidos para guiar a los otros serán como los satélites que reflejan la luz de Sol. Y es evidente que una luna llena no tiene comparación con la potencia lumínica del Astro Rey pero su ayuda es muy placentera y su belleza también. Aunque siempre hay que tener en cuenta que la luz no es propia.
3.- "Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo". La luz iluminará nuestras buenas obras y ellas servirán para entender que es Dios quien nos ayuda a acometerlas, hasta el punto que podemos ser, indignamente, reflejo del mismo Dios. El foco divino proyectado hacia nosotros no solo servirá como guía, sino que dará claridad a nuestras mentes, pero, a su vez, mostrará nuestro propio quehacer. Tenemos que acometer obras buenas para que la luz de Dios las ilumine. ¿Podría esa misma luz iluminar nuestras malas obras? La otra comparación habla de ser la sal del mundo.
En la antigüedad la sal era un bien escaso, incluso en zonas y países cercanos al mar. Por tanto, tenía un gran valor. La sal ayuda a condimentar los alimentos, a darles agradable sabor. "Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente". Si la sal pierde su virtud será pisoteada. Es también una llamada de atención a la calidad de nuestras obras. El Señor Jesús no deja sitio a las dudas. Hemos de trabajar mucho para merecer su luz y mostrársela a los hermanos.
4.- La primera lectura pertenece al profeta Isaías y completa perfectamente el mensaje total de las lecturas de este Quinto Domingo del Tiempo Ordinario. Hay que dar pan al hambriento para que luz del Señor llegue a nosotros. Nuestras obras van a ser fundamentales para Dios nos otorgue su luz. San Pablo, a su vez, en la Carta a los Corintios, aporta algo que es más fundamental: nuestra capacidad para presentar la predicación de la Palabra de Dios solo es posible con la ayuda del Espíritu. No podemos atribuir a mérito propio los resultados del trabajo en el apostolado. Esa es una excelente receta, pues a alguno le pueden confundir sus "buenas dotes" como lector o predicador, su facilidad de palabra o su erudición bíblica. Lo único importante para ese trabajo con el prójimo es la ayuda del Espíritu Santo.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

LA SAL (CLORURO SÓDICO)
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- La sentencia del Señor que ocupa casi todo el fragmento evangélico de la misa de hoy, mis queridos jóvenes lectores, me preocupaba desde pequeño. No podía imaginar que la sal pudiera dejar de tener gusto a sal. Siendo ya mayor, todavía me resultaba más difícil. Mis elementales estudios de química del bachillerato, me enseñaban que solo un ácido más fuerte que el clorhídrico, podía romper el enlace entre sodio y cloro y modificar el sabor y, en tiempos de Jesús, ni el sulfúrico, ni el nítrico, ni el fluorhídrico, existían.
Supe después por otras fuentes, que la sal el pueblo bíblico la obtenía del Mar Muerto. Más intríngulis tenía la cosa, ya que si bien los apóstoles eran pescadores y venderían lo capturado fresco, a muy poca distancia, en Mágdala, allí donde había nacido María, la predilecta colaboradora del Maestro y futura apóstol de los apóstoles, existía una potente industria de salazón de pescado y de tal prestigio, que hasta llegaban sus manufacturados a la ciudad de Roma.
2.- Como podéis suponer, esta cuestión, enfocada así, ni en el seminario, ni a exégetas de categoría con los que he tratado, podía plantearles la cuestión. Para ellos hubiera sido frivolidad. Tal vez vosotros penséis de idéntica manera. Pues, si habéis llegado hasta aquí, deberéis aguantarme un poco más. Me solucionó el problema un prestigioso ingeniero especializado en salinas de mar. Llegada la edad de jubilación, el técnico quiso estudiar teología para potenciar su Fe y, para la clase de exégesis, escribió un trabajo que respondía a sus dos realidades, la de alumno estudiante y la de químico especializado. Pues, sí, me dijo, en aquel tiempo, ya eran expertos en la separación por niveles de cristalización, de las diferentes sales del Mar Muerto. Ahora bien, para el trasporte, compactaban la sal gorda en arcilla, resultando del proceso, una especie de briqueta de cerámica sin hornear. Seguramente sabréis que la sal es ávida de agua, que si dejáis abandonado un puñado sobre una mesa, al cabo de un tiempo, os encontraréis que queda un charquito y que, para colmo, ha atacado al barniz. Aquel puñado de sal ha perdido su utilidad. Algo semejante os habrá pasado, cuando al pretender usar un salero que desde hace tiempo no se ha usad, no sale ni un solo grano.
La sal, para muchos pueblos y culturas, es un preciado condimento, difícil de conseguir y caro. Los especialistas en nutrición dirán que es un vicio de países ricos. Situad vuestra realidad en este entorno, mis queridos jóvenes lectores. Nos dice el Maestro que somos sal. Personas ricas y selectas espiritualmente. Descuidarnos es estropearnos, degradarnos. Sentirnos responsables, considerar que estamos escogidos y destinados a aderezar y hacer apetecible nuestro entorno, es nuestra vocación. Para la feliz realidad eterna, no es preciso tener estudios de lengua inglesa, ni llegar con una abultada cuenta corriente, ni se adorna el entorno con títulos académicos o diplomas. Se nos preguntará, nos preguntaremos, por la utilidad, el servicio, el enriquecimiento, que hemos sembrado en nuestro entorno histórico. Vivir y comportarse con justicia y coherencia, vale más que haber viajado por todo el mundo, conocer la inmensa literatura que se escribe o haber gozado de erudita belleza estética.¡Pobre de mí si no he sabido ser sal!
3.- Para la inmensa mayoría de los humanos la luz nos es esencial para vivir y enriquece poseer fuentes de luz y nos llena de gozo. Una linterna guardada en el bolsillo tal vez será causa de que nuestro compañero tropiece y caiga. El farol es para alumbrase y alumbrar a los demás. No utilizarlo es usura, nos culpabiliza. La Fe que nos haya proporcionado el Señor y nuestro esfuerzo, debe estar al servicio de los que de ella carecen. No seáis perezosos y os avergoncéis de ofrecer vuestra afortunada espiritual dádiva. No hay que exhibir, ni presumir de generosidad. Tampoco ocultarla. En ciertos momentos, es preciso que se enteren de lo que motiva nuestro buen comportamiento. Quizá así los demás nos envidiarán y se iniciarán en el camino del progreso espiritual. La I Epístola de Pedro lo recuerda “dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza (3,15). Entendido desde la humildad que sabe que “todo es gracia”, una tal conducta, no es orgullo ni hedonismo espiritual. Nunca lo olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, ni por pretendida modestia ocultéis vuestra generosidad. Que sepan que en nuestra sociedad, en el ambiente que nos rodea y hasta nos ahoga a veces, no todo es corrupción, egoísmo o ambición.

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