02 febrero 2014

Hoy es domingo, 2 de febrero, festividad de la Presentación del Señor.

Señor, hoy vengo a ti y me pongo ante ti, con mi pequeña candela, para que tú le bendigas y la hagas lucir en el mundo. La fiesta de hoy se llamaba “de la Candelaria”, precisamente por las palabras de Simeón ante tu Hijo: “luz para alumbrar a las naciones”. En el comienzo de esta oración, quiero y deseo que tú me ilumines y pueda descubrir, una vez más, tus deseos para mí en este día.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 2, 22-35):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un par de tórtolas o dos pichones." Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel." Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.”
Según la ley judía, todo primogénito –tanto de animales como de hombres-  tenía que ser consagrado a Dios, en memoria de la acción liberadora de Dios al sacar a Israel de la esclavitud de Egipto. Los animales eran sacrificados; pero, como la ley prohibía los sacrificios humanos, el primogénito varón era rescatado y sustituido por la ofrenda de una tórtola o un cordero, según las posibilidades de la familia. Es lo que hacen María y José: presentan a su hijo a Dios y entregan un par de tórtolas como rescate.
Y toda la vida de Cristo será vivir esta consagración: hacer en todo la voluntad del Padre. Pero la consagración de hoy sólo se comprenderá plenamente a la luz de la escena del calvario, donde Jesús no será sustituido, sino sacrificado como primogénito de la humanidad para rescatar del pecado y de todas las esclavitudes a todos los hombres. Señor Jesús, también yo, el día de  mi bautismo, fui consagrado a Dios, sellado en el nombre de la Trinidad. Que viva mi consagración a Dios con la fidelidad con que tú viviste la tuya.
En aquel momento había mucha gente en el templo. Y en la familia de Nazaret y en aquel niño no vieron más que a una familia del pueblo y a un niño como tantos otros. Pero Simeón reconoció en aquel niño, que entra en brazos de una mujer sencilla del pueblo, al Salvador. La oración confiada había abierto sus ojos y vio al Mesías que esperaba, al que es “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Diríamos que Simeón tenía las ventanas del alma abiertas y así la luz Dios entró e iluminó su corazón y le hizo ver al Mesías Salvador y a su Madre. Y Simeón dio testimonio de ello: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel."
Señor, concédeme la gracia de la oración callada y perseverante. En ella te descubriré a ti como la Luz que puede iluminar mi vida, mis tristezas, mis incertidumbres, el sentido de lo que me ocurre, y dar seguridad a mi esperanza de que un día me veré libre de todo lo que me esclaviza y me hace sufrir a mí y a los demás.
Simeón anuncia a María: "Mira, éste... será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma,” Porque aquí comienza también el caminar de María hacia el Calvario: el hijo que es luz de las naciones y gloria de Israel, será también el siervo de Iahvé, azotado y escarnecido, cubierto de oprobios y crucificado. Y el dolor del hijo será dolor de la madre, tan estrechamente unida a él.  Ésta será la espada que romperá el corazón de María: sufrir con Jesús las ingratitudes, los desprecios, la persecución y la muerte ignominiosa y cruel en la cruz. Gracias, Madre, porque aceptaste ese dolor que traspasó tu alma y que uniste al de tu Hijo para redimirnos. Ruega para que nosotros también seamos fieles al Señor en los momentos de sufrimiento y oscuridad. Intercede, Madre, por nosotros para que nos dejemos iluminar por la Luz, que es Cristo, y seremos personas “iluminadas” que iluminaremos a los demás.
Vuelvo a leer el evangelio, pronunciando personalmente las palabras de Simeón ante el Mesías. Descubro en él esa Luz que me ilumina y me da calor. Me anima y apoya en todo momento.
Ojalá que esta oración me acompañe a lo largo de toda la semana, repitiendo en mi interior, una y otra vez: “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo”…; “luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo”…
Sal y luz del servicio
Tú, que buscas la «Luz», haz de tu vida
luz que encienda los vidrios de la aurora...,
que transforme tu carne pecadora
en
arcilla de amor recién nacida...;
que alumbre el caminar de su seguida
-sin condiciones de lugar ni hora-
tras la justicia redistribuidora
de tu pan..., tus vestidos..., tu acogida...
No fíes de oratoria o escenario,
que no sean la sangre y el calvario.
Haz de tu «sal» sabor y garantía.
Verás cómo a tu zaga irá la gloria del Señor,
pregonando tu victoria,
y el fulgor de tu intenso mediodía.
Pedro Jaramillo

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