21 febrero 2014

Hoy es viernes 21 de febrero

Hoy es viernes, 21 de febrero.
En tu cálida presencia Señor me dirijo a ti. Confío en tu inmenso amor y tu verdad. Con mis pobres manos vacías y necesitadas. Sabiéndome en la mejor compañía y contra toda ambición del tener y el subir. Aquí estoy para que repose mi vida en tu palabra y ella me transforme con su fuerza. ¡Ven Señor Jesús!

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 8, 34-39):
«Y llamando a la gente a que se reuniera con sus discípulos, les dijo: El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga.  Porque si uno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará.  Y luego, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si le falta la vida?  Pues ¿qué podrá dar para recobrarla? Además, si uno se avergüenza de mí y de mis palabras entre la gente ésa, idólatra y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre.»
Ayer Jesús anunciaba a los discípulos cuál iba a ser su final: ser rechazado, condenado, morir y resucitar al tercer día. Hoy dice a los que le siguen que no deben engañarse: siguen a un Mesías que va a morir en cruz para salvar a la humanidad, no a un Mesías rey temporal que va a triunfar. Y sus discípulos  –de entonces y de todos los tiempos- han de recorrer el mismo camino que él. Por eso, en primer lugar: “El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo.” Es decir, ha de renunciar a la ambición de tener y acaparar bienes y riquezas y de buscar sobresalir y dominar a los demás, y, en cambio, elegir vivir la entrega y el servicio a Dios y a los que sufren...  Señor, ¡cómo asusta oír estas exigencias! Porque supone tirar por la borda nuestras ambiciones y apetencias: el prestigio social, el aplauso, los placeres, las riquezas, la comodidad del pequeño y confortable mundo que nos hemos construido, que tanto nos apetece, Señor, ¡pero que no fue el camino que tú escogiste, tu mesianismo no fue ése!
En segundo lugar, “que cargue con su cruz y entonces me siga.” Es decir, ha de asumir las consecuencias que implica ser discípulo de Cristo: vivir el amor, la entrega y el servicio a los demás, especialmente a los más pobres y marginados, aceptándolos como hermanos, y ha de comprometerse en la construcción del Reino, aceptando las renuncias que ello supone. Como lo hiciste tú, Jesús, hasta dar la vida. Para nosotros la muerte tal vez no sea un peligro inminente; pero sí están ahí el cansancio, la renuncia a muchos gustos y caprichos, las desilusiones e ingratitudes que hay que sufrir, las incomprensiones por parte de una sociedad que exalta y persigue otros valores… ¿Cargo cada día con mi cruz? A veces, Señor, me pesa demasiado. Son pocas mis fuerzas. Ayúdame tú para que pueda seguir adelante.
“Si uno quiere salvar su vida, la perderá; en cambio, el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará.” Advirtamos que Jesús no impone, sólo propone el camino para la realización del hombre, para salvarse: “si uno quiere…” Somos nosotros los que escogemos. Dos posibilidades presenta: Una, “salvar su vida, es decir, vivir sólo interesados en conservar esta vida y los bienes de aquí abajo, sin ponerla a disposición del Reino y de los demás. El que así obra, “la perderá”, porque no podrá evitar que un día la muerte se la robe. Y dos, “el que pierda su vida por mí y por la buena noticia, la salvará”, es decir, el que ponga su vida a disposición del Reino y de los demás, ése “la salvará,” vivirá eternamente, porque la muerte física no será el final. Como no lo fue para Jesús. Y añade el Señor: “Y luego, ¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si le falta la vida?” ¿De qué servirá acaparar riquezas, conseguir fama y poder, etc., si  nada de eso podrá evitarle la muerte? Con estas palabras Jesús no pretende meternos miedo en el corazón, sino animarnos a elegir bien, inteligentemente. Señor, que aprenda que en la lógica del evangelio “perder” es “ganar”. Tú perdiste la vida en la cruz, pero la ganaste en la Resurrección. Que hoy comprenda, Señor, que seguirte a ti y tu proyecto del Reino es el único camino para ganar la vida, para superar la muerte y alcanzar la resurrección, la vida en plenitud en la casa del padre.
Leo de nuevo el pasaje evangélico de Marcos. Caigo en la cuenta de cómo la aventura cristiana va emigrando de los propios gustos y proyectos personales para ir poco a poco asumiendo los de Cristo, el Señor.
Es el momento de finalizar la oración. Termino este rato respondiendo a su invitación. Yo quiero ir contigo Señor. Y quizás hoy te lo digo con convicción y seguridad o con temor y resistencia. O con miedo, o con gratitud. Pero de la manera que sea quiero seguirte.

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