03 febrero 2014

Reflexión: Hoy es lunes IV Tiempo Ordinario

Hoy es domingo, 2 de febrero, festividad de la Presentación del Señor.
Es lunes. Comienza otra semana. Un día más me pongo en presencia de Dios. Me preparo para hablar con Jesús, para estar con él, para ver lo que hace, para escucharle. Hoy contemplo a Jesús liberando.

La lectura de hoy es del evangelio de Marcos (Mc 5, 1-20):
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre, poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras.
Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: «¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes.»
Porque Jesús le estaba diciendo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre.»
Jesús le preguntó: «¿Cómo te llamas?»
Él respondió: «Me llamo Legión, porque somos muchos.»
Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte.
Los espíritus le rogaron: «Déjanos ir y meternos en los cerdos.»
Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: «Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.»
El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.
Continuamos contemplando cómo Jesús muestra su poder sobre el mal y lo va venciendo. Hoy vemos que se adentra en territorio no judío, pues él ha venido para todos, también para los paganos. Y allí lucha contra la fuerza del mal espíritu que tenía poseído a aquel hombre al que nadie podía dominar. Vivía entre tumbas, entre los sin-vida, entre lo impuro. Pero Jesús es más fuerte, y su palabra salvadora libra al hombre del poder del mal: “Espíritu inmundo, sal de este hombre.” Y, como vimos con la  enfermedad y la tempestad, también el mal espíritu se somete a Jesús: “Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos. Y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago.” Meditando sobre este episodio, Señor, pienso en tantos “espíritus inmundos” que tratan de esclavizarme, y con frecuencia lo logran. Ahí están la comodidad, el orgullo, la ambición de bienes materiales, la envidia, la lujuria, la violencia, la intolerancia…, que hacen que, como el poseso de Gerasa, viva como muerto: falto de ilusión por mi vida cristiana, llevando una vida espiritual chata. Líbrame de ellos, Señor, lucha tú conmigo, que yo sólo no puedo contra ellos.
Cuando la gente se entera de lo ocurrido (que ha liberado al “poseso”, y que los cerdos se han precipitado en el mar),  en vez de alegrarse por el bien del hombre curado, sienten miedo y piden a Jesús que se vaya a otra parte. “Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados... Ellos le rogaban que se marchase de su país.” ¿Temían que Jesús hiciera cambiar sus vidas y no estaban dispuestos a ello? ¿O para ellos, los puercos eran más importantes que el ser humano que acababa de recobrar su sano juicio? A mí ¿no me pasa a veces algo parecido? Temo el encuentro con el Señor por miedo a que perturbe mi vida aburguesada y tenga que cambiar. Pero, sobre todo, lo percibo como una  amenaza para mis “cerdos”, o sea,  para mis bienes materiales. Hoy, Señor, me pregunto si, cuando te pido que me liberes, de verdad quiero ser liberado, o más bien te temo y prefiero que te vayas a “otro país”. ¡Qué necio soy a veces, Señor, qué mezquino contigo! Perdóname.
El hombre liberado quiere quedarse con Jesús y formar parte del grupo de los discípulos. Pero Jesús le dice: “Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia.” O sea, vuelve a tu vida ordinaria y allí, en tu ambiente, da testimonio de las maravillas de Dios, cuéntales a todos lo que Dios ha hecho contigo. Y él se fue proclamando por todas partes lo que Jesús había hecho con él. Porque, Señor, quien experimenta tu misericordia necesita proclamarla y se convierte en mensajero de tu amor. ¿Lo soy yo? ¿Proclamo a todos el amor de Dios, las misericordias del Señor que he experimentado en tantas ocasiones?
Termino esta oración hablando con Jesús. ¿De qué siento que me ha liberado el Señor? Que los caminos se abran a tu encuentro. Que el  sol brille sobre tu rostro. Que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Que el viento sople siempre a tu espalda. Que guardes en tu corazón, con gratitud, el recuerdo precioso de las cosas buenas de la vida. Que todo don de Dios crezca en ti y te ayude a llevar la alegría a los corazones de cuantos amas. Que tus ojos reflejen un brillo de amistad, gracioso y generoso como el sol. Que sale entre las nubes y calienta el mar tranquilo. Que la fuerza de Dios te mantenga firme. Que los ojos de Dios te miren. Que los oídos de Dios te oigan, que la  palabra de Dios te hable. Que la mano de Dios te proteja, y que hasta que volvamos a encontrarnos, otro te tenga y nos tenga a todos en la palma de su mano.
No somos más que hombres
y nos arrastramos entre las tumbas
de nuestra mediocridad.
Pero pasa tu Hijo
¡y quedamos liberados!
Un poco de pan anuncia ya nuestra liberación.
Bendito seas, Dios santísimo,
porque tu Espíritu nos devuelve nuestra dignidad de hijos.

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