20 febrero 2014

Reflexión

Unas nuevas gafas para sentir el mundo 
Vivimos en un mundo cargado de mensajes e información. Mensajes televisivos, de internet, de móviles y de un sinfín de “instrumentos” de comunicación de datos. Pero esta carga infinita de información no nos asegura ver y saborear lo esencial. Nos paseamos por el mundo sin conocer y reconocer lo vital de lo humano. Muchos de nosotros vivimos en una “ignorancia informada” continua. Almacenamos datos e información en nuestras cabezas y ordenadores pero eso no nos asegura la sabiduría.
El mundo no se siente y reconoce solo con datos. Necesitamos cambiar la cualidad de nuestra mirada, transformar la manera de ver el mundo. Como decía el poeta “todo es según del dolor con que se mira”, y por eso la propuesta cristiana es una provocación y una invitación a mirar el mundo con otra mirada, con otras gafas. Muchos hemos tenido la experiencia de ver de manera deficiente y cuando nos ponemos gafas descubrimos que las cosas son más nítidas y claras, reconocemos profundidad y colorido, acertamos a definir correctamente distancias y límites, vemos de manera luminosa espacios que antes quedaban oscuros. Ser discípulos del Señor consiste en mirar al mundo con otras gafas para poder sentir y responder al mundo de otra manera.
Cuáles son las “gafas” que nos propone Jesús para “sentir y gustar” el mundo. En las lecturas de hoy se nos proponen tres cristales especiales para ver el mundo. El cristal de la coherencia (1ª lectura), el cristal de la desposesión (2ª lectura) y el cristal del corazón (Evangelio).
El cristal de la coherencia 
Sed Santos, ser perfectos como nuestro Padre celestial, profundizar en el seguimiento de Cristo son llamadas continuas desde la Palabra de Dios. Son tan continuas y radicales estas llamadas, que nos aprisionan el alma. La llamada a la santidad no puede convertirse en una competición interna para tratar de ser “los mejores”. Más bien es un camino de cercanía y cotidianeidad con Jesús. La llamada a la coherencia cristiana es una llamada a la presencia en nuestras vidas del Dios de Jesús. No es, primariamente, una llamada ética o estética, es un camino espiritual. La coherencia es la correspondencia del amor humano con la grandeza del Amor de Dios. “No odiar de corazón y amar al prójimo”, como dice la primera lectura, es mostrar la correspondencia de lo humano y lo divino, es decir; un fruto de una intensa vida espiritual y no solo, un combate de ética o moral.
El cristal de la desposesión 
“Hacerse necio para hacerse sabio”, como hemos escuchado en la segunda lectura, es todo un programa vital. Tenemos la necesidad de des-aprendernos para reconocer el Rostro de Dios. Tenemos todo tan sabido y requetesabido que es imposible otear los rumores de Dios en el mundo y en nosotros. Somos templo del espíritu pero tenemos tantos ruidos que somos incapaces de reconocer su presencia. Vemos el mundo con las mismas gafas del mundo, con el mismo sentimiento que el mundo, con la misma pasividad que el mundo. La necesidad de redescubrir la humildad radical de nuestra existencia, el desposeernos de nuestras seguridades y certezas para descubrir el pálpito divino es el camino irrenunciable del cristiano. El Señor ha mostrado cosas grandes a los pequeños y nosotros tenemos que hacernos pequeños para ser Santos.
El cristal del corazón 
El Evangelio que hemos proclamado nos anuncia una enseñanza nueva que ha traído de cabeza a predicadores, exegetas, intelectuales, cristianos y cristianas de a pie. “Amad a los enemigos, poned la otra mejilla…”puede existir algo tan contracultural. Incluso tan antinatural. El instinto de supervivencia nos lanza a la defensa propia y de los nuestros. Sin embargo, la invitación de Jesús es una invitación del corazón. Puede ser poco razonable, pero desde las gafas del Evangelio el “amor lo puede todo”. Dice Ricoeur que el Amor a los enemigos supone la ruptura mayor que ha existido en la historia de la ética y que supone la entrada en escena de un imperativo poético y no un imperativo de la razón. Por eso, es un don del espíritu que no debemos dejar de pedir y rogar para que “nuestro grito llegue al Señor” (Salmo).
Sebastián Mora Rosado

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