14 marzo 2014

Homilías 1-III Domingo de Cuaresma, 23 marzo

1.- EL CÁNTARO
Por José María Maruri, SJ
2.- SIN AGUA NO HAY VIDA
Por Javier Leoz
3.- "SEÑOR, DAME ESE AGUA"
Por José María Martín, OSA
4.- CREER, BAUTIZARSE Y SER SALVO
Por Antonio Díaz Tortajada
5.- MOISÉS Y LA SAMARITANA
Por Ángel Gómez Escorial

1.- EL CÁNTARO
Por José María Maruri, SJ
1.- Esta escena tiene todo el prosaísmo de un día vulgar, un mediodía cualquiera, y la poesía de un encuentro. Hay dos personas esenciales, Jesús y la samaritana, y un interlocutor, mudo, entre Dios y el hombre: ¡el cántaro!
--un cántaro vulgar, porque es un día mas en la vida de la samaritana y porque Dios se hace el encontradizo junto al brocal de un pozo, o de un despacho, o en la clase, o en la barra del bar, o en la cocina porque “también entre los pucheros anda Dios...”
--un cántaro rojizo, como avergonzado de las verdades que las vecinas dicen chismorreando de la samaritana, que huye de esas verdades yendo al pozo cuando no hay chismorreos, que a chismorreos nos suenan las verdades que un amigo sincero nos dice de nuestra conducta, cuando no queremos vernos sinceramente, como la samaritana.

--un cántaro vacío objeto de las iras de su ama cuando lo encuentra sin agua, porque hay que llenarlo constantemente, porque rezuma demasiado, porque no quita la sed, porque parece un secante, que no hay nada que nos satisfaga, ni cinco maridos, ni un amante, que es de la otra agua que necesitamos, agua viva que se hace fuente en el corazón, agua que solo da Dios.
--un cántaro traído y llevado con viveza por esta mujer de rompe y rasga, que se ríe del judío que le ofrece agua sin tener cubo ni cuerda, para no tener que venir a buscarla, que cuando se ve acorralada saca viejos problemas teológicos del culto a Dios, como último escape antes de abrir los ojos con sinceridad, apela al Mesías que va a venir a aclararlo todo, como si dijera “esperemos que el Mesías lo aclare todo, ¿vale?”
2.- Como anguilas nos escapamos del Señor cuando nos busca para hacernos sinceros, porque Jesús no catequizó a la samaritana para convertirla al judaísmo, la quiso samaritana y sincera consigo misma. Porque el único culto que quiere Dios es en verdad y en espíritu, no de cumplido, no de resabios teológicos, no de críticas a como dan el culto los demás, culto sincero de corazón, anhelando escuchar a Dios, así no habría misa aburrida.
3.- En fin, un cántaro olvidado junto al pozo, porque algo ha roto la monotonía de aquel vulgar día de la samaritana. Dios se ha derramado en su corazón como el agua en la esponja. Y ha sentido que pesar de todo Dios si está con ella y ya no le importan las comidillas de las vecinas y corre a su encuentro a comunicarlas su alegría.
¿No nos tropezaremos un día con Dios junto al pozo y sentiremos también nosotros que es verdad que a pesar de todo Dios está conmigo?
Y allá quedan Jesús y el cántaro junto al pozo. Cansados de tanto ir y venir. El cántaro sin ganas de que lo llenen de nuevo de agua que no quita la sed. Jesús sin apetito ninguno por la alegría de ver a aquella samaritana al fin sincera consigo misma y con Dios
La entrada de los apóstoles en escena es como la de los payasos del circo que no saben ni lo que pasa, ni de que va, porque el contacto de Dios con el corazón del hombre es demasiado secreto para que nadie de fuera lo comprenda.

2.- SIN AGUA NO HAY VIDA
Por Javier Leoz
1.- Metidos de lleno en este ejercicio cuaresmal, nos vamos acercando hasta la Pascua del Señor. En estos próximos tres domingos, incluido el de hoy, vamos a escuchar tres sugerentes catequesis bautismales: la Samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro.
Con el Señor todo se renueva, adquiere una tonalidad distinta y todo recobra un nuevo espíritu. O, dicho de otra manera, donde está Jesús hay vida. Cuando el hombre se empeña en calmar la sequedad del paladar con la simpleza de la oportuna frescura del agua, tarde o temprano, vuelve a tener sed. Lo que ocurre es que, muchos de nuestros contemporáneos, prefieren el agua embotellada y segura, a esa otra agua que se extrae del gran pozo de salvación de Jesús. Vamos tan cargados de nuestras propias miserias que, lo último que se nos ocurre, es pararnos a pensar sobre ellas. Vamos tan llenos de todo que, como la Samaritana, es sano y terapéutico mostrar sin tapujos ni vergüenzas que la vida no es tan feliz como nosotros quisiéramos tenerla.
2.- Hay una bonita leyenda que narra cómo una vez dos peregrinos iban buscando a Dios, en el horizonte, y sintieron sed. Recorridos unos kilómetros se detuvieron ante un pequeño arroyo de aguas turbulentas y contaminadas. Uno de los peregrinos, impaciente y ansioso, sin pensarlo dos veces se lanzó sobre el río y bebió. El otro, con más precaución, se apartó del surco del río y excavó con sus propias manos un pequeño agujero donde, con un poco de esfuerzo y sudor, encontró unas aguas cristalinas, frescas y puras que le ayudaron a finalizar su aventura.
Jesús, como a la Samaritana, nos invita a no quedarnos en la superficie de las cosas. El agua, como alimento, es imprescindible para la salud y para el organismo. Pero, la mente y el corazón, sin ese vaso del agua de eternidad que nos ofrece Jesús ¿podrán resistir a tanta contradicción que nos sacude en una realidad donde todo se mide, menos la profundidad de las personas?
Ortega y Gasset llegó a decir: "Una buena parte de los hombres no tienen más vida interior que la de sus palabras, y sus sentimientos se reducen a una expresión oral". Como la samaritana necesitamos llenar nuestra existencia con una nueva fuerza llamada Jesús. Hoy (en este maratón cuaresmal) la eucaristía y la oración, el sacramento de la penitencia, la contemplación o el ayuno, pueden ser unos milagrosos pozos donde Jesús se sienta para ofrecernos el agua de la paz y del amor, de la tranquilidad y de la fe, de la esperanza y de la conversión.
Para recoger el agua, que nos ofrece el Señor, es necesario primero vaciar el cántaro de esas aguas corrompidas fruto de vidas pasadas de las que, a veces, tanta cuenta nos lleva el mundo y los que nos rodean pero que quedaron en el olvido para Dios.
Cuaresma. Es bajar hasta el fondo del pozo (no del fango) donde Dios nos da sed de eternidad.
Ciertamente que nuestra Iglesia, hoy más que nunca, necesita con urgencia en pensar y realizar un plan hidrológico eclesial para llevar el agua de la salvación (Jesús) a tantas personas que viven en la sequedad de la fe.
3.- Espero que estas consideraciones a modo de oración os interesen:
¿Cómo, siendo como soy, me pides tú de beber?
Cuando mi vida es un cúmulo de contradicciones e incoherencias
Cuando lo que busco es lo efímero y lo que me puede satisfacer en el momento
Cuando me siento tan a gusto en mi vida cómoda
¿Cómo, siendo quien soy, me pides tú de beber?
Cuando siento que no hay vuelta atrás en muchas de mis acciones
Cuando me cuesta ascender por la escalera de la perfección
Cuando se me hace difícil curar partes de las dolencias de mis pensamientos
¿Cómo, siendo cual soy, me pides tú de beber?
Cuando veo que es poco lo que te puedo dar
Cuando me siento desnudo ante el espejo de tu palabra
Cuando hasta se remueven mis entrañas por la frescura del agua que tú me das.
¿Cómo, siendo así, me pides tú de beber?
¿Cómo te dignas sentarte junto aquel que tan poco tiene que ver contigo?
¿Cómo me hablas cuando sabes que es duro escucharte?
¿Cómo me invitas a ir al fondo de las cosas con lo bien que se vive en la superficialidad?
¿Cómo tú, Señor, me ofreces lo que por miedo no me atrevo a beber?

3.- "SEÑOR, DAME ESE AGUA"
Por José María Martín, OSA
1.- Jesús se fatiga como nosotros, como el pueblo de Israel en el desierto. Jesús está cansado después de un largo viaje y se sienta. Jesús se ha fatigado en el viaje por ti. Vemos que Jesús es la fortaleza y le vemos débil, comenta San Agustín, porque "con su fortaleza nos creó y con su debilidad nos buscó". Es curioso, muchas veces queremos "buscar a Dios", cuando es Él el que nos busca a nosotros, se hace el encontradizo como ocurrió con la samaritana. La samaritana es un símbolo del hombre que no consigue apagar su sed. Vamos de pozo en pozo, de mercado en mercado, buscando nuevos productos para apagar la sed que nos tortura, pero al final seguimos con más sed, con más deseos, con más necesidades.
2.- El hombre tiene ansia de profundidad y de plenitud. No hay nada ni nadie en este mundo que pueda llenar totalmente su vacío. Sólo saliendo de lo superficial y buscando lo trascendente puede ser feliz. Muchas veces buscamos por caminos equivocados, quedándonos en las cosas terrenas. Hay en nosotros sed de felicidad, deseo de alcanzar el sentido de nuestra vida. La mujer samaritana había buscado también la felicidad, pero no la encontró. Sólo cuando Jesús se acerca a ella y le ofrece "el agua viva" descubre el secreto.
3.- Sólo necesitamos una cosa: ir a Jesús, creer en El, pedirle de beber como la mujer samaritana que le dice "Señor, dame de ese agua: así no tendré más sed". El secreto de la felicidad es aceptar el amor que Jesucristo te ofrece y responder con amor confiado. Creer en El es abrirte a El para que viva en ti y te transformes en El. Creer en Jesús es beber de los ríos que brotan de su corazón. ¡Si conocieses el don de Dios! El don de Dios es el Espíritu Santo. Jesús está diciendo a la samaritana que ha empezado un tiempo nuevo, la era del Espíritu, que olvide ya sus dioses y su culto en Garizín, porque el culto que Dios quiere es "en espíritu y en verdad". Le propone que crea en El para obtener los frutos del Espíritu. Esto mismo te está diciendo a ti, hombre-mujer del siglo XXI, pero tienes que convencerte que sólo El puede apagar tu sed. Pídele: "dame ese agua".

4.- CREER, BAUTIZARSE Y SER SALVO
Por Antonio Díaz Tortajada
1.- Estos cuarenta días, que conocemos con el nombre de Cuaresma, eran la última preparación que se daba a quienes iban a ser bautizados en la Vigilia Pascual, único día al año en que, en la Iglesia primitiva, se bautizaba a candidatos a formar parte de la comunidad cristiana. El tema esencial de toda la liturgia de esta semana era: Jesús es el agua de la vida.
La idea central de la primera lectura de este domingo, lectura tomada del libro del Éxodo, aparece en la frase con la que también termina el trozo que leemos: "¿Está o no el Señor en medio de nosotros?". Recordemos que, en el relato de la anunciación, Jesús es proclamado, precisamente, como aquel que es "Dios-con-nosotros". Si Dios les ha sacado de Egipto, ¿no esta obligado a facilitarles el camino por el desierto hasta llegar a la tierra prometida? Si ahora mueren de sed, o es que Dios es malo o es que no existe. “¿Está no está el Señor en medio de nosotros”?
El agua refresca, lava, fecunda, regenera; el agua es uno de los símbolos de la vida. En un lugar desértico el agua es la vida misma. Cristo es para nosotros, nos dice la liturgia de esta semana, en el desierto de la vida, el agua que nos lava, refresca, regenera y da la vida nueva.
2.- San Pablo no tiene dudas de que Dios esta con nosotros. No es que saque agua de la roca para saciar nuestra sed, sino que saca agua y sangre del costado de Cristo para salvarnos. Hace a los cristianos de la ciudad de Roma, una verdadera catequesis sobre el bautismo y su valor para configurarnos con Cristo muerto y resucitado.
Recordemos que el bautismo se daba el Sábado Santo a media noche, justamente al final de la cuaresma. Pablo proclama que si algo queda claro sobre Dios es que Él no nos ama porque nosotros seamos buenos, sino porque Él lo es.
Si el hombre pedía --y pide-- agua a Dios, ahora es Dios el que pide agua al hombre. Dios se hace mendigo nuestro. Pero a la vez, Jesús suscita otra sed más profunda, que sólo Él podrá saciar: El agua viva. La narración de la Samaritana es un modelo de catequesis: Un diálogo lleno de tacto, profundidad y poesía.
Sabemos qué sentido le veían a este texto los primeros cristianos si nos fijamos en que siempre fue usado como catequesis necesaria para el Bautismo-Confirmación, dentro de los últimos cuarenta días anteriores al día del Bautismo-Confirmación. El relato del encuentro de Jesús con la samaritana servía para enmarcar los primeros escrutinios dentro de la comunidad acerca de qué candidatos debían ser recibidos o no para su Bautismo-Confirmación. El sentido del relato es, desde luego, bautismal: Jesús es el agua verdadera de la vida. Él, y sólo Él, puede darnos al Espíritu Santo que es el agua espiritual que, de verdad, quita la sed para siempre, y únicamente en Cristo se da el culto verdadero al Dios que pide un culto en Espíritu y Verdad.
4.- El Evangelio no dice que el que se bautizare se salvará, sino que el que creyere y se bautizare, se salvará. El que creyere en Cristo y se bañara con el Espíritu de Dios, se salvará. Si llenos de pecados nos acercamos a Cristo, El nos limpiará. Es el mismo tema teológico que está en la base del relato evangélico que, sobre la mujer pecadora, adúltera, agarrada "in fraganti ", nos trae el mismo Juan.
Porque es un relato con sentido bautismal, la samaritana va pasando de menos a más en el conocimiento y confesión acerca de Jesús, y termina convirtiéndose en testigo-apóstol ante sus conciudadanos. Es precisamente, lo que se quería que hicieran todos los recién bautizados, para eso se les instruía. Jesús se salta, hablando en el lugar más público de un pueblo oriental con una mujer, todas las normas rabínicas dadas en contra. Para mayor problema, esa mujer era una hereje samaritana. Jesús irrespeta todos los convencionalismos y segregaciones. El únicamente ve en esa mujer su condición de persona y su categoría de hijo de Dios, y nada más.
La pregunta que la samaritana, representando a toda la comunidad de los primeros cristianos, hace acerca de los actos de culto, recibe una respuesta importantísima: En adelante, para adorar a Dios, no hay que dirigirse a Jerusalén o a Samaría, que es lo mismo que decir: A un lugar determinado o especial. En adelante, dice Jesús, se dará culto a Dios con espíritu y verdad. La presencia de Dios, pues, no está ligada a ningún lugar "sagrado" o especial. En donde se reúnan dos o tres seguidores de Cristo allí está Él. La presencia de Dios la garantiza Cristo mismo, su cuerpo, o sea la comunidad.

5.- MOISÉS Y LA SAMARITANA
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Las lecturas de este Domingo Tercero de Cuaresma nos presentan escenas, fuertes, impresionantes. Y así, la primera, del Libro del Éxodo y el Evangelio, con el relato que hace San Juan de la escena del Pozo de Sicar, son sin duda unas páginas impresionantes de la Sagrada Escritura. El agua y la sed son argumentos de ambas y se construye, entonces, ese principio del agua eterna, instrumento de consuelo –nunca más habrá sed—para la vida eterna.
El pueblo judío, errante por el desierto, esta devorado por la sed. Y murmuran contra el Señor y contra Moisés. Eso pasa en la vida cotidiana. Cuando las cosas van bien no nos acordamos de Dios, pero si van mal solemos echarle la culpa a Él de nuestra desventura. Y muchas veces nuestros problemas surgen a causa de nuestro mal hacer, de nuestras equivocaciones. Lo interesante y llamativo de este fragmento del Libro del Éxodo que acabamos de escuchar es la familiaridad reinante entre Dios y Moisés. Y además la cercanía paternal del mismísimo Todopoderoso que “reacciona” inmediatamente a las críticas furibundas de su pueblo. No le gustan. Y por eso envía a Moisés para que golpee con su callado en la roca y, por fin, salga el agua que traerá la paz.
La familiaridad de Moisés hacia su amigo el Señor es más que evidente, como decía. No es que se niegue a acometer la misión que le encarga el Señor. No. Pero si le advierte que ese pueblo exasperado le puede apedrear. Y, entonces, Dios le aconseja como presentarse para evitar males mayores. Y es que si va acompañado por algunos de los ancianos –de los senadores—pues tal vez no le apedreen. Además le dice que porte también un instrumento de mucho prestigio: aquel cayado con el que separó las aguas del Mar Rojo cuando huían del Faraón. Pero, además, le da la mayor seguridad posible: Él mismo, Dios en persona, estará allí, sobre Moisés, para protegerle. ¿No es maravilloso este relato? ¿No es verdaderamente emocionante? Claro que si. El episodio de Massá y Meribá estará presente siempre en la historia de Israel y ahí está el Salmo 94 que lo certifica.
La única lectura posible es la que nos dice, sin rodeos, que Dios como Padre Bueno está muy cerca de quien le invoca para acudir enseguida en su ayuda. Y así ocurre que el verdadero argumento de todo el Antiguo Testamento es el de un Padre Amoroso que sigue y persigue a su pueblo para que vuelva con Él. Muchos siglos después, Jesús de Nazaret contaría a sus coetáneos la parábola del Hijo Pródigo que no es otra cosa que un resumen de todas las vivencias del Antiguo Testamento.
2.- Juan Evangelista sabe dar a sus relatos un ritmo cinematográfico. Construye muy bien los diálogos y, desde luego, como obra literaria, su Evangelio es formidable. Pero, claro, no es el fin de Juan hacer preciosismos estilísticos. Interesa pues la historia como tal. En primer lugar aparece una contradicción para los judíos de tiempos de Jesús. Y esa es hablar, saludar, dirigir la palabra a una mujer. Eran consideradas como seres inferiores a los que, además siendo desconocidas, no se les otorgaba trato alguno. Pero además era samaritana. Un cisma religioso –la negación de que el Templo de Jerusalén era el único lugar sagrado—había separado a judíos y samaritanos con un encono terrible. Ya se sabe que uno de los insultos mas duros entre judíos era, precisamente, tildarse de samaritanos. Por eso la mujer se extraña cuando Jesús le pide agua.
Habría que apuntar antes de nada que el cristianismo, desde sus principios, inicio un movimiento de valoración de las mujeres, que resultaba insólita para las costumbres romanas y judías, en las cuales la mujer ni pintaba nada, ni tenía ningún derecho. En todo el recorrido de Jesús de Nazaret por Palestina, durante su vida pública, siempre están presentes las mujeres. No es solamente la Madre de Jesús, María. Ahí está María Magdalena a quien se le aparece en primer lugar. Pero también Marta y Maria de Betania. Y el grupo de mujeres que acompaña a Jesús y a los apóstoles. De ahí que la primera sorpresa sea la conversación iniciada con la samaritana.
La segunda sorpresa es que intente convertirla allí mismo. Todas las alusiones al agua de vida que ofrece e, incluso, el conocimiento de su vida pasada –sus maridos—y su envío en misión dirigida a sus convecinos pues ha sido siempre interpretada por la Iglesia como un catecumenado cristiano, que responde a la pregunta de ¿cómo se llega a ser cristiano?. La samaritana va dando los pasos necesarios: responde a la llamada del Amor de Dios, personificada en su diálogo con Jesús y se dispone a recibir el agua viva, el Bautismo, que lleva el don reparador del Espíritu Santo. Pero era más que lógico que Jesús quiera ofrecer a la samaritana la Salvación. Siempre se acerca a los más pobres, a los más pecadores, a los más marginados. Y con ojos de judíos de su época esa mujer tiene las mayores lacras que puede sufrir una persona: es mujer, además no es virtuosa: es una indecente por vivir con un hombre que no es su marido. Y para colmo es samaritana, miembro de un pueblo odiado y despreciado. Jesús, obviamente, va en pos de las ovejas descarriadas.
3.- El fragmento del capítulo quinto de la Carta de Pablo de Tarso a los fieles de Roma podría ser muy bien como un colofón del evangelio. Y utiliza esa frase que es plegaria de nuestra liturgia: “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Y la cuestión que el Espíritu, él, que nos lo enseña todo está presente por herencia de Jesús. Y así esa presencia nos conduce al camino que nuestro Maestro nos ha marcado.
Y en efecto, estamos en camino, subiendo esta Cuaresma, que ya se aloja en la mitad de recorrido. La parábola de la samaritana nos debe servir como “cuestionario” conversión. Ya lo citaba más arriba: hemos de responder a la llamada de Dios que se nos hace a través del diálogo con Jesucristo y después nos espera la conversión y el perdón de nuestros pecados. Para algunos será el Bautismo en la Vigilia Pascual, para otros, simplemente, acercarse al sacramento de la Reconciliación. En ambos casos es el Espíritu quien nos ha llevado hasta allí. Seguimos, pues, nuestro camino hacia la Pascua: hacia la gloria definitiva que nos anuncia, ya, Jesús con su promesa de Resurrección.

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