21 marzo 2014

Homilías 1- IV Domingo Cuaresma, 30 marzo

1.- "CREO, SEÑOR"
Por José María Martín OSA
1.- Las lecturas de los domingos de Cuaresma del Ciclo A tienen un marcado carácter bautismal. Se trata de catequesis sobre el Bautismo y la necesidad de la fe para seguir a Jesús. Como ocurrió el domingo pasado con la samaritana, el ciego de nacimiento nos representa a todos. ¿Quién de nosotros no está ciego? Somos ciegos cuando andamos perdidos en las tinieblas del pecado, cuando nos cerramos a los demás, cuando nos fijamos en las apariencias sin darnos cuenta, como afirma el Principito, que sólo se ve bien con el corazón

2.- No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán. Sólo podemos salir de la oscuridad si reconocemos nuestra ceguera y acudimos a Cristo, "luz del mundo". Este es el mensaje del evangelio del ciego de nacimiento. El autor sagrado parte del principio de que nuestra vida es un camino. Para caminar necesitamos en primer lugar ver por dónde queremos ir, necesitamos reponer nuestras fuerzas para caminar, necesitamos un guía -el Buen Pastor que me conduce hacia fuentes tranquilas-, necesitamos agua que calme nuestra sed. Jesús es "el camino la verdad y la vida" que nos conduce al Padre. El es la luz del mundo, el pan de vida, el Buen Pastor, el agua viva.
3.- Igual que en los sacramentos, en el relato de la curación del ciego aparecen símbolos y mediaciones como la saliva, el barro, la piscina, la ayuda de los demás. El barro es el reconocimiento de nuestra falta, la saliva la fuerza curativa, la piscina la Iglesia, sacramento universal de salvación, la ayuda que recibe es la Palabra de Jesús. Quien devuelve la vista al ciego no es el agua, es su fe en Jesús.
4.- Los que arrojaron al ciego de la sinagoga continuaron en su ceguera, como se observa por el reproche que hacen a Jesús por haber curado en sábado. Jesús no quiere sólo que veamos, sino también que seamos luz para los demás, que iluminados por la fe demos testimonio de ella.
"Vosotros sois la luz del mundo". Que a través de nuestras buenas obras los demás descubran a Jesús, luz verdadera que ha venido a este mundo. Digamos con el ciego de nacimiento "Creo, Señor".

2.- PREGUNTAS PARA UN CIEGO
Por José María Maruri, SJ
1.- Este pobre ciego tuvo la inoportunidad de empezar a ver. Tuvo la mala suerte de ser curado. Estaba tan bien de ciego dando un tono folclórico y turístico al ambiente. Servía de desahogo de la compasión de los visitantes que le tiraban una moneda. Hasta de enseñanza teológica gratuita, porque los padres dirían a sus niños al pasar: “Veis, este está ciego o por cosas malas hechas por él o por sus padres, así que no seáis malos”
Se le ocurre curarse y empieza a ser un estorbo. Complica la vida a los demás y se la complica él. Lo traen y lo llevan de interrogatorio en interrogatorio. Lo insultan y, al fin, lo excomulgan. Sus padres acaban quitándose el problema de encima por miedo. Los fariseos no duermen. Cuando todos deberían alegrarse con lo que le ha sucedido, al contrario parece que todos le recriminan su estrafalaria ocurrencia de sanar.
Sólo Jesús que le ha curado esta a su lado. Sólo Jesús que se le manifiesta “lo estás viendo” y sólo su Fe en Jesús le quedan al ciego. Era la historia de todo judío que se convertía al cristianismo en los tiempos en que Juan escribe el evangelio. Tal vez, ve Juan en la piscina de Siloé una alusión al bautismo.
2.- Esta escena no estaría completa con solo Jesús y el ciego. Faltan los fariseos. A la fe del ciego se opone la fe de los que ven con entera claridad. “He venido para que los que ven se queden ciegos”. Esta frase tremenda de Jesús recuerda otra también de Él: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado estas cosas a los humildes y se las has ocultado a los sabios y entendidos”. No es que no se las ha revelado. Es que las ha ocultado. Ha echado tierra a los ojos para que no vean.
Mirad, cuando se ve en televisión o se lee en periódicos “rabiosas” afirmaciones de que Dios no existe, de que algún personaje público no cree porque todo son patrañas, cuando se ve a un pobre hombre tan seguro, con una fe tan cierta de que la Fe es una ceguera, se acuerda uno de estas frases con horror, porque esos son los que ven y quedarán ciegos a cuyos ojos Dios echará arena.
Que en medio de la oscuridad de la Fe, en medio de las dudas que nos pueden sobrevivir, que siempre nos quede la sinceridad suficiente para dejar un resquicio a la duda de que nuestro error puede estar en nuestra falta de Fe. Para que nunca seamos contados entre los que “ven y se quedarán ciegos”.
3.- Y no tendríamos nosotros que preguntarnos: ¿“también nosotros estamos ciegos”, al menos no estamos tuertos? ¿No creemos que creemos que creemos y lo hacemos a medias?
-- Cuando vemos las exigencias del Señor, darlo todo, seguirle con la cruz, perdonar a los enemigos, ¿creemos? ¿O creemos que creemos y estamos ciegos?
-- ¿Se compagina mi vida cristiana sin sabor con mi creencia de que el Señor ha dado su vida por mi? ¿O creo que creo y me engaño y estoy ciego?
--¿Es comprensible nuestra desgana en venir a la Iglesia creyendo que el Señor Jesús está realmente aquí? ¿O creo que creo y estoy ciego?
-- El Señor se esconde en el enfermo, en el pobre, en el que sufre y lo marginamos como al ciego del evangelio. ¿Creemos o estamos ciegos?
--El Señor no se fija en apariencias, sino que mira al corazón. Y nosotros juzgamos por apariencias y vivimos de apariencias. ¿No es que creamos que creemos pero estamos ciegos?
Vamos a pedir al Señor que se nos revele, como lo hizo al ciego, y que en lo hondo de nuestro corazón nos salga un “Creo Señor” que acabe de una vez con nuestra ceguera.
4.- Un cuarto personaje queda en la penumbra de esta escena. Son los padres del ciego. Creen en la curación del hijo, pero su actitud no corresponde con su Fe. Esos somos nosotros.

3.- LITURGIA PENITENCIAL Y BAUTISMAL
Por Antonio Díaz Tortajada
1. Toda la liturgia de este domingo de cuaresma (lecturas, oraciones y cantos) es bautismal y, además, penitencial porque, no lo olvidemos, el bautismo, como todavía proclamamos en el credo de nuestra fe, era "para el perdón de los pecados".
Como Jesús, y como Samuel en la primera lectura de hoy, no debemos fijarnos, al elegir para el bautismo, en lo exterior de los candidatos, en la apariencia, sino en lo único que Dios ve: En el corazón. Es Dios quien, en último término, ha elegido al candidato para que forme parte del Cuerpo de Cristo, y ha sido Dios quien lo ha ungido con su Espíritu. Sobre esa unción es de lo que nos habla también el salmo responsorial. Dios no se fija en la presencia, en la apariencia, sino en el corazón. Y Dios prefiere lo pequeño, lo olvidado, lo que no cuenta. “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre”.
2. La segunda lectura, en perfecta concordancia con el relato del ciego que nos trae el Evangelio, nos habla de la época en que, todavía sin bautizarnos, éramos tinieblas. Jesús devuelve la vista, la luz, a ese ciego de nacimiento; en la segunda lectura se dice que nosotros, si estamos bautizados, debemos caminar como hijos de la luz. Pablo nos dice que despertemos, que resucitemos, que permitamos a Jesucristo que llene de su luz nuestra vida. “En otro tiempo”, antes del bautismo, “erais tinieblas”, pero el bautismo nos ha llenado de luz. Ser bautizados es nacer a la Luz.
En la misma línea que el relato de la samaritana, que comentábamos el domingo pasado, este domingo se nos dice que Jesús es no sólo el agua de la vida, sino que, además, es la luz de la vida. Por eso, el bautismo se llama también “iluminación”. Hemos sido iluminados, somos hijos ya de la luz: Practiquemos las obras de la luz.
Todo bautizado-confirmado, nos dice esta catequesis bautismal, ha pasado de la ceguera a la luz, ha sido alguien cuya vida ha quedado iluminada por Cristo. Todo bautizado debe pasar del barro sobre los ojos a las aguas de Cristo, que es el enviado ("Siloé", en hebreo). Una vez bautizado-confirmado, es miembro del cuerpo de Cristo., y tan hijo de Dios como Jesús.
Igual que la samaritana, este ciego-bautizado va proclamando todo lo que Jesús ha llegado a ser para él: El enviado por Dios, un profeta, el ungido o Mesías, el maestro al que debemos oír en vez de Moisés, es alguien a quien Dios oye, que viene de Dios, es el Señor, es la luz del mundo.
3. A los recién bautizados, en la Iglesia de los primeros siglos, se les llamaba los "fotitzómenoi", los iluminados; en eso debiéramos quedar convertidos nosotros, en eso debiera quedar convertida nuestra vida, en una vida iluminada por Cristo, en una vida cuyo sentido hubiera cambiado totalmente gracias a Jesucristo, gracias a su luz. ¿De verdad, ha quedado nuestra vida completamente cambiada gracias al conocimiento que hemos ido adquiriendo de Jesús?
"Da gloria a Dios", dicen los fariseos que interrogan al ciego recién curado por Jesús. Una fórmula tan usada ahora, era, en esa época, la fórmula oficial para exigirle a alguien que dijera la verdad y reparara la ofensa hecha a Dios.
En su afán de que, una vez puesto a Jesús en el lugar que le corresponde, todo quede en su lugar, Juan nos dice que los fariseos, los defensores de la Ley, no son ciegos (porque si lo fueran no serían culpables), sino que no quieren ver. Recordemos que el evangelio según san Juan, se escribió después de la destrucción de Jerusalén y el templo, justamente cuando los fariseos estaban tomando, quizá para siempre, el control sobre el pueblo judío y sobre su mentalidad religiosa. El Evangelio llegó a llamarlos ciegos y guías de ciegos. Los suyos, dice san Juan, sus compatriotas y correligionarios, no recibieron a Jesús, ni siquiera los que decían ser los guías del pueblo de Dios.
El Señor no sólo quiere que veamos, sino que seamos luz; quiere que podamos iluminar las tinieblas del mundo. La fe es una sobredosis de luz. La fe nos aclara el sentido de la vida, nos hace ver con profundidad el misterio de la vida, nos hace ver y comprender el misterio de Dios en todas las cosas.
“El que ama a su hermano permanece en la luz... pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas... y no sabe a donde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos”. Ser luz equivale a vivir en el amor.

4.- CUANDO FALLA LA VISTA DEL CORAZÓN
Por Javier Leoz
1.- El Señor nunca se dirige a un lugar para quedarse: llega, pasa y siempre con un fin. Y, cuando Jesús pasa, genera sentimientos diferentes. En el que estaba ciego, pero divisaba con el corazón, encontró agradecimiento. En aquellos otros que veían con los ojos, pero no miraban con el corazón, desató reproches, dudas y acusaciones.
2.- Los cristianos, como seguidores de Jesús, no estamos llamados a pasar por el mundo buscando el conflicto pero, tampoco pensemos que vamos a proponer el vivir según el evangelio, sin acarrear suspicacias o críticas. Cuando se levantan voces y medios contra nosotros puede ser, precisamente, porque hay una resistencia a dejar la oscuridad para vivir en la luz, a olvidar la mediocridad para abrazar la perfección o simplemente porque estamos en la línea de Jesús. La denuncia, junto con el anuncio, conlleva incomprensión: el que ve con sus propios anteojos y vive inmerso en sus caprichos difícilmente puede aceptar ni la luz que le ofrecen ni, por lo tanto, al que la trae consigo.
En aquellos, que rodearon al ciego de nacimiento, residía el pecado de la ceguedad mayor de una persona: aún viendo, estaban totalmente cegados para reconocer la mano poderosa de Dios en Jesús.
El ciego de nacimiento, aún sin comprobar con los ojos, supo fiarse y contemplar la belleza de Jesús y su presencia en lo más hondo del corazón. Una vez más se cumple aquello del principito: "a veces lo más esencial es invisible a los ojos".
3.- A nadie, más en los tiempos que corremos, nos gusta ser tratados de “bichos raros”. Reconocer la presencia de Dios (en un mundo donde apenas se sienten sus huellas y escasamente se escucha su voz) conlleva el que, en mas de una ocasión, seamos señalados como ilusos o como ciegos. Como aquellos que vivimos inmersos en un mundo de ilusiones y de imposibles.
Yo, como el ciego, prefiero contemplar desde el hontanar del corazón, a ese Dios que proyecta todos los días una gran película real y misteriosa de su luz frente a la tiniebla, de verdad frente a la mentira, de amplitud de horizontes frente a lo puramente efímero.
La cuaresma, como elemento pedagógico, nos viene muy bien para operarnos de esas cataratas que llevamos en nuestros ojos y que nos impiden ver el paso del Señor en tantas situaciones que nos atañen.
Y, por el contrario, la cuaresma es una buena escalera para descender a lo más hondo de nosotros mismos y descubrir que Dios sigue tan vivo como siempre. Ahí, en el corazón, es donde, como el ciego, decimos: sólo sé que antes no veía y ahora veo.
¿Qué hacer para que muchos de nuestros hermanos pudieran llegar a esa confesión real e impactante? ¡Sólo sé que antes no veíamos nada y ahora vemos! ¿Qué métodos emplear (con láser pastoral y cirugía evangélica incluidos) para que el mundo que nos rodea, lejos de cerrarse en banda, viera lo mucho que gana abriéndose a Dios? ¡Jesús es el más grande oculista que jamás haya existido! El nos puede dar la prescripción adecuada para corregir nuestra visión. En él, todo es ciento por ciento. Y está dispuesto a restaurar nuestra visión para permitirnos ver como él ve.
Que la Pascua, cada día más cercana, sea luz para esta postmodernidad que, por sentirse absolutamente sabia no necesita instrucción divina, por creerse solidaria y justa rechaza la salvación o, creyendo ser honrada, olvida que la mayor honra es la que nos viene de Cristo.
4.- Y para terminar, como otras veces os ofrezco esta oración para el IV Domingo de Cuaresma.

5.- NO QUERÍAN CREER AL CIEGO
Por Ángel Gómez Escorial
1.- El relato del Evangelio de San Juan que leemos está semana es impresionante, entre otras cosas, por su minuciosidad. Lo primero que llama la atención es el "manoseo" que de la curación del ciego hacen los fariseos. No quieren rendirse a la evidencia y pregunta y repreguntan. Los padres del ciego recién curado responderán con inteligencia y astucia. El mismo ciego entrará en franca porfía con quienes --abusando de su poder de excomulgar-- quieren amedrentarle. Pero eso era un camino absurdo e imposible. Alguien que recupera la vista no puede ser asustado por nada y nadie. ¿Podemos imaginarlo? ¿Es posible reconstruir la posición psicológica de alguien que ha vuelto de la total oscuridad a la luz más completa? Surge, pues, el fariseísmo, y no es malo reflexionar en estos tiempos de conversión --con el camino de Cuaresma en su mitad-- si el "exceso de celo" no será el pecado más habitual de los "cumplidores", de quienes están siempre en el templo. La escena evangélica, en palabras de Jesús, de la oración del fariseo --soberbia, autocomplaciente y despreciadora-- y del publicano --humilde y buscadora de consuelo y perdón-- nos enseña a posicionarnos en lugar correcto.
El evangelio de hoy aplica una investigación policíaca no conducente a aclarar los hechos, si no a desprestigiar al autor del milagro: a Jesús. Y les importaba muy poco el don recibido por el ciego. En todas las comunidades católicas --parroquiales, movimientos, cofradías-- hay siempre brotes de fariseísmo que es necesario desmontar con amor y sano discernimiento. Y es que cuanto más profundizamos en nuestra vida religiosa más humildes debemos ser y más convencidos de nuestra poquedad. Ocurre, no obstante, que es fácil convertirse en portavoces de ortodoxia que lleva incluso a criticar a sacerdotes y a la jerarquía eclesiástica, añadiendo peligrosos ingredientes de desunión.
Tampoco debemos considerar la actuación de los fariseos como lo más importante que nos ofrece en Evangelio de San Juan. Lo fundamental es la curación de alma y cuerpo en la persona del ciego y su inscripción en una nueva vida. Él va a reconocer --como la samaritana del domingo pasado-- que Jesús es el Mesías y eso añade una nueva dimensión a su vida. Poco le va a importar ya si está excomulgado o no de la vida religiosa oficial. No obstante, el juicio de Jesús es muy duro contra aquellos que por rigidez impiden la autentica conversión de las almas y se enzarzan en un difícil juego de normas, olvidando el objetivo principal que es la salvación de los hermanos. Una vez más --y como siempre-- el Evangelio es mensaje actual para nuestras vidas y conciencias.
2.- También es muy minuciosa la búsqueda por parte de Samuel del futuro Ungido del Señor. La vida de David tiene profundas resonancias mesiánicas, pues Dios Padre prometió que el Mesías nacería de la estirpe de David. Si no podemos exagerar nuestras apreciaciones de ortodoxia tampoco debemos seguir con celo y exactitud los caminos exigidos por el Señor. No se trata de imitar a los fariseos, pero tampoco perder la firmeza, perseverancia y objetividad que nos marca Dios. Tan mala es la exageración como la pasividad. Samuel no se iba a conformar con la elección de uno cualquiera de los hijos de Jesé. La vida del cristiano es un camino de discernimiento continuo. De aplicar nuestras dotes intelectuales en la búsqueda del verdadero camino ofrecido por Dios. La minuciosidad de Samuel podría relacionarse con la insistencia de los fariseos en su trabajo denigratorio de la virtud de Jesús.
Lógicamente, la inclusión de ambas lecturas en la liturgia de este Cuarto Domingo de Cuaresma es buena enseñanza para nuestras actitudes de creyentes. No hemos de buscar siempre lo malo en la conducta de nuestros hermanos, ni convertirnos en jueces permanentes de sus conductas y, sin embargo, debemos buscar con ahínco lo que Dios nos pide. Para las dos cosas, la oración es buen vehículo. Nuestras dudas deben ser sometidas al Señor para que nos las aclare.
3.- Eso es lo que, precisamente, dice San Pablo en su Carta a los Efesios: "Caminad como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz), buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas". San Ignacio de Loyola daba mucha importancia a la capacidad de discernimiento y a un trabajo muy personal de búsqueda de la verdad con la ayuda de Dios, por eso es muy útil reflexionar, en presencia del Señor, todas nuestras dudas o aquello que nos parece inadecuado. El Maligno suele tender a engañar a los mejores bajo la fórmula de "sub angelo lucis", con la apariencia de Ángel de Luz.
El Salmo 22 es uno de los más hermosos del Salterio. "El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas". ¿No hemos soñado alguna vez descansar a la vera del Señor en verdes praderas? Pues el Señor nos da ese consuelo si lo buscamos con ahínco y sencillez. Nos hace falta ese descanso en esta subida de la Cuaresma. La alegría de la Pascua está cerca y un gozo limpio, sencillo, luminoso y muy grande. El sufrimiento de la subida al Gólgota ha sido abrasado por la gloria y el amor de Dios

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