31 marzo 2014

Homilías (1), V Domingo Cuaresma, 6 abril

1.- ¡LÁZARO, SAL FUERA!

Por José Maria Maruri, SJ

1.- El lunes pasado, a mediodía, bajaba yo por la calle de la Montera(**). Iba a bendecir la casa de unos amigos, cuando me encontré de frente a dos empleadas del amor, que al verme vestido de negro clerical se santiguaron instintivamente, no eran españolas, aquello era quitarse encima un maleficio, era alejar de sí al grajo negro. A me hizo reír pero también me hizo pensar.

A pesar de todas las reformas, de todos los acercamientos, para el pueblo, en medio del que no vivimos, seguimos siendo el cuervo. El ciprés del cementerio. La campana que toca a agonía y a muerte.

Los que hacemos resonar la caja de los truenos del pecado, la muerte y el infierno. Los de los NOES de los mandamientos. Los tenebrosos confesionarios. Los de los responsos y los funerales. La sombra oscura que cae sobre la felicidad y la alegría. La muerte de la vida.

La religión sigue siendo sombría y negativa. Sigue siendo más NO que SÍ. Y muchísima culpa tenemos nosotros, lo curas, y una tradición de siglos.

2.- Y es que muchas veces tenemos olvidado que la Buena Nueva que anuncia el Señor no es la muerte sino la VIDA, aun en medio de su pasión y muerte. La Palabra de Dios de la liturgia de hoy está llena de esa Buena Nueva de VIDA: yo os infundiré mi espíritu y viviréis, el que resucitó a Jesús, resucitará a vuestros cuerpos” “Yo soy la resurrección y la vida” “Lázaro sal fuera” Es una verdadera explosión de vida

Y esto es una constante en todo el evangelio. Jesús es el Verbo de la Vida. Ha venido a dar Vida y Vida abundante. El que come de su carne tiene en vida eterna. .Su cuerpo será entregado para la vida del mundo. Él nos dará un agua que saltará hasta la vida eterna.

Jesús llora tres veces por su cariño hacia a sus amigos, pero llora también porque no está conforme con que su amigo Lázaro, tras él tantos amigos suyos, acaben en un montón de cenizas y huesos regados por las lágrimas de sus familiares. No está conforme porque no es verdad, porque Él es la Vida, y su Padre es la Vida, y su mensaje a los hombres es de VIDA.

Yo creo que Jesús llora también porque íbamos a poner un capuchón negro a la vida y a rodear de cipreses la vida y a amortajar la vida y meterla en un sepulcro donde poco a poco se muere y huele mal.

Y por eso resucita a Lázaro como símbolo de lo que nos viene a traer: Vida y Vida abundante.

3.- Por eso nuestra vida cristiana no puede seguir dando la impresión de obscura y triste. Tiene que estar llena de lo que es la VIDA, que es luz, alegría, amistad cariño, buen humor, esperanza.

VIDA es todo lo contrario a pasotismo, a inmovilismo, a agua estancada y verdosa, a desilusión a tristeza sin esperanza, a lágrimas rabiosas.

VIDA es arrastrar, no ser arrastrado. Es luchar, no rendición incondicional. Es tener ánimos y dar ánimos. Es cara distendida, no crispada y alargada por una macilenta seriedad.

4.- Como Jesús le dijo a Lázaro: “sal fuera” de la muerte a la vida, también nos dice a nosotros:

--sal afuera de la oscuridad, de un concepto negativo de un cristianismo plagado de NOES a la luz de seguir a Cristo por amistad

--sal afuera del sentirte atado por la mortaja a la libertad de los hijos de Dios que proceden por amor.

--sal afuera del hedor que produce todo estancamiento y pasotismo a vivir enérgicamente entregado a servir a los demás.

--sal afuera de la sacristía a la calle. De tener encerrado tu cristianismo en la Iglesia a llevarlo con orgullo donde trabajas y vives.

La llamada de Jesús es eficaz por eso nuestra enfermedad, la de cada uno de nosotros, que nos anquilosa y paraliza y no nos deja vivir nuestro cristianismo con garbo y alegría, esa enfermedad no será de muerte sino para que en ella, en su curación se muestre el poder y el amor del Señor Jesús, como lo fue de Lázaro.

(**) La calle de la Montera es una vía del centro histórico de Madrid, muy cercana a la Puerta del Sol, donde muchas prostitutas, en su mayoría, extranjeras, ejercen su oficio a cualquier hora del día o de la noche.

2.- “YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA"

Por José María Martín OSA

1.- "¿Crees esto?", le pregunta Jesús a Marta. Una pregunta parecida les había hecho antes a la samaritana y al ciego de nacimiento. Los tres responden afirmativamente: "Creo". La clave de nuestra fe es la Resurrección de Jesús, su triunfo sobre la muerte. Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe y nosotros los más miserables de los hombres, afirma San Pablo.

En nuestro Bautismo nuestros padres proclamaron la fe por nosotros. Después hemos tenido ocasión de confirmarla y reafírmala. Lo hacemos cada domingo, cuando decimos "creo en la resurrección de los muertos". No sé si sabemos lo que decimos, pues da la sensación de que vivimos como hombres sin esperanza, agarrados a las cosas de abajo. La resurrección es la participación en la vida de Cristo resucitado, una vida nueva, plena, gratificante. Si esto es lo que esperamos, ¿por qué no asumimos con más paz la realidad de la muerte?

2.- Hay tres relatos de resurrección en los evangelios: la hija de Jairo, el hijo de la viuda de Naím y Lázaro. Sólo el último aparece en el evangelio de Juan que leemos este domingo. No son comparables estas resurrecciones con la Resurrección de Cristo. De estas tres habría que decir que más bien son "reanimaciones", vuelta a la vida de antes en este mundo. La Resurrección de Cristo es el triunfo definitivo sobre la muerte, el paso a una VIDA plena y eterna.

3.- Lázaro es un símbolo del hombre agobiado por realidades de muerte: droga, guerra, terrorismo, aborto, desesperación. Todos estamos heridos de muerte, siendo las heridas más importantes las del corazón. ¿Quién nos sacará del sepulcro?, ¿Quién dará fin a nuestra vida mortecina?, ¿Quién acabará con nuestros lamentos?, ¿Quién será capaz de dar una explicación a tantos porqués? Sólo Cristo, porque El es "la resurrección y la vida". Aunque estemos muertos por el peso de nuestras culpas podemos salir y gritar "Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios". Y si creo, yo sé, no ya que resucitaré, sino que estoy resucitado. Haz, Señor, que sea testigo y defensor de la vida.

3.- EL PERDÓN DE LOS PECADOS

Por Antonio Díaz Tortajada

1. En este domingo los cristianos de la Iglesia primitiva sometían, por tercera y última vez, a votación de toda la comunidad, la candidatura al bautismo de todos los que eran catecúmenos. Quien no pasaba esta tercera votación, debía esperar un año más preparándose para el bautismo. Las lecturas y oraciones son netamente bautismales y, por lo mismo, penitenciales. Recordemos que el bautismo era, y es, para el perdón de los pecados; no sólo para el perdón de los pecados, pero es para el perdón de los pecados.

2.- Las dos primeras lecturas de este domingo han sido colocadas en la liturgia de hoy por el evangelio, que relata la resurrección de Lázaro. La resurrección de Lázaro es un símbolo de Cristo resucitado. Alguien que ha vuelto a la vida, a esta vida, se convierte en signo de aquel que ha vuelto a la vida definitiva y final, de aquel por quien ha vuelto la vida, la verdadera vida.

El sentido que en la liturgia del bautismo y cuaresma tenía esta lectura es evidente: Aunque nuestra vida ya hediera, de puro corrompida, y estuviera muerta como la de un cadáver, si nos acercamos a Cristo, si escuchamos su voz (que es la voz de Dios), si escuchamos su palabra, Él nos devolverá la vida.

Es Jesús, dice Juan, quien puede sacarnos de nuestra podredumbre y corrupción y devolvernos la vida, y devolvernos a la vida. Quien cometía un pecado grave, según los cristianos primeros, quedaba muerto para la comunidad, por eso a esos pecados se los llamó "mortales". Cristo, dice el evangelio según san Juan, es capaz de devolverles la vida, de hacerlos vivir de verdad. Recordemos, una vez más, que el Bautismo de Cristo es, como todavía lo dice nuestro Credo, "para el perdón de los pecados".

3. Jesús, en el Evangelio, exige a Marta que confiese su fe en Él. Eso es lo que se le pedía a quien iba a ser bautizado, que confesara su fe en Cristo resucitado y resucitador. Ser cristiano no es creer en la muerte, hablar de la muerte, predicar la muerte, sino creer en la resurrección, hablar de la resurrección, predicar la resurrección. Preguntémonos: ¿Creemos nosotros en la resurrección?

Leamos lo que en los periódicos escribimos acerca de nuestros muertos y tendremos la respuesta. Allí hablamos del "viaje sin retorno", de "los que se van para no volver", etc.

Peor todavía, olvidemos en este momento nuestras ideas, fijémonos sólo en nuestras vidas. ¿No son nuestras vidas una negación directa, clara, precisa, de nuestra fe en la resurrección? Vivimos como si hubiéramos de morir, pero no como quienes van a resucitar con Cristo y en Cristo. Vivimos como quienes creen en el "bebamos y comamos que mañana moriremos", pero no como quienes creen en que así como Cristo resucitó nosotros hemos de resucitar.

4.- Nos hemos vuelto, para mayor vergüenza nuestra y negación peor de la resurrección, esencia de nuestra fe, nos hemos vuelto espiritistas. Jesús habla de resurrección de los muertos, el Evangelio habla de resurrección de los muertos, la Iglesia nos hace confesar la fe en la resurrección de los muertos, pero nosotros preferimos hablar de espíritus, de almas de muertos. Creencias orientales, que nada tienen que ver con nuestra fe, que niegan y contradicen nuestra fe en la resurrección, han invadido nuestra fe cristiana; hablamos, con la mayor frescura del caso, de reencarnación; de espíritus y almas que reencarnan en otros cuerpos.

Creencias paganas, creencias griegas, platónicas y socráticas, pero no cristianas, están presentes en nuestro vocabulario e ideas diarias. Hablamos, como si eso no fuera una negación de la fe en la resurrección, de inmortalidad del alma. Jesús no creía en la inmortalidad del alma, Jesús no creía en reencarnación de ninguna clase; Jesús creía en la resurrección de los muertos.

Para que la resurrección sea verdadera, la muerte tiene que ser verdadera. A eso viene el subrayar, en el relato del evangelio de este domingo, que Lázaro estaba ya podrido, ya hedía, estaba verdaderamente muerto.

Pero para el cristiano la muerte no es el hecho definitivo y final; por eso se habla de "dormir", se habla de un Lázaro que duerme. Para el cristiano la muerte es sólo el paso necesario a la resurrección. Cristo ha resucitado y Cristo va a resucitar a los muertos en Cristo. El Evangelio de este domingo nos cuestiona: ¿Crees esto?

4.- ¡SAL FUERA!

Por Javier Leoz

1.- Hemos escuchado, en los dos domingos precedentes, las sugerentes catequesis bautismales del agua y de la luz. Hoy, a una semana del Domingo de Ramos, nos encontramos con un evangelio donde sale a relucir uno de los lados más humanos de Jesús: la amistad.

¿Quién de nosotros no estaría dispuesto a realizar cualquier cosa por un amigo? Jesucristo, después de dos diálogos afectuosos y llenos de complicidad y confianza, con Marta y María, acude con la misma rapidez como cuando la sangre salta en la herida, ante una situación de muerte, de pena y de desolación: ¡Había muerto un gran amigo! ¡Había muerto Lázaro!

Llama la atención que, Aquel que todo lo puede, llore y se conmueva profundamente por el amigo que ha perdido. Pero, Jesús, lejos de detenerse ante la muerte, va y se enfrenta a ella. Aunque, para ello, le cueste su propia vida. La resurrección de Lázaro es un aperitivo de lo que nos queda por contemplar al final de la trayectoria de Jesús en su vida pública: su poder será más grande que la misma muerte. O dicho de otra manera: la muerte ya no será obstáculo para la felicidad. Con Jesús, incluso esa realidad que aborta nuestras expectativas, puede ser vencida.

2.- El Señor, también a nosotros, “nuevos lázaros” (aunque estemos vivos) nos invita a abandonar tantos sepulcros donde malvivimos y en los que, en más de una ocasión, estamos aprisionados por largas y serpenteantes vendas que nos impiden respirar con paz, vivir serenidad y actuar con libertad.

No hay más que observar a nuestro alrededor y comprobar, con mucha frecuencia, la multitud de situaciones de muerte en las que nos encontramos inmersos; la desesperación de muchos hombres, la soledad de personas que mueren estando vivas porque ya no quieren vivir, el olor a “corrupción” que sacuden instituciones y organismos, el relativismo del bien en favor del mal, el afán de tener y acaparar, de aparentar y de poseer; el secularismo que llena los bolsillos pero deja congelados el alma y el corazón. Jesús, también llega a estos lugares, y nos grita: ¡Salid afuera!

No nos podemos quedar fríos, impasibles, vencidos en esos lugares que producen en nosotros parálisis y desencanto. Ante la llamada a la vida, por parte del Señor, quedarse muerto es ir mano a mano y codo a codo con el sinsentido y el absurdo del mal vivir. No vive quien malvive, sino aquel que sabe que es posible vivir con más dignidad.

Creer, en el Señor de la vida, implica enfrentarse a esas situaciones de muerte y de dolor que caminan a nuestro lado. Con su ayuda podremos entonces recuperar la fuerza, vivir con intensidad cada momento y marcarnos un nuevo rumbo.

Esta Pascua, que llama a nuestra puerta, puede ser una Pascua distinta. Dispongamos el corazón para vivirla en esa clave. Será una Pascua diferente si es camino de liberación de lo que estamos esclavizados, atados, como Lázaro que está atado en la muerte. El Señor quiere sacarnos de ese lugar con su muerte, con su entrega por nosotros.

Que como Lázaro, cuando escuchemos la voz del Señor: ¡Sal afuera!, tengamos el valor y el coraje de deshacernos de tantas vendas que nos han ido asfixiando y produciendo claros síntomas de muerte o de agonía. ¿Sabéis por qué? Porque, como dice María en el Evangelio de hoy, si no está Jesús (por medio o cerca) suelen ocurrir estas cosas: la muerte del hombre en vida.

Y ahora ahí os dejo la oración de este domingo.

4.- LÁZARO DE BETANIA

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Es muy posible aprehender fácilmente el clima de emociones encontradas que respira el texto de San Juan. Desde los sentimientos un tanto confusos de los Apóstoles por el regreso al peligro de Judea hasta el reproche de Marta a Jesús por no haber estado presente. Le culpa en cierto modo de la muerte de Lázaro. Y Jesús, a sus buenos amigos --a los Apóstoles, a Marta, a María-- les recuerda su misión y la necesidad de descubrir la gloria y el poder de Dios mediante sus obras.

2.- Jesús de Nazaret no tapa sus sentimientos, pero por encima de ellos está misión encargada por el Padre. No puede dudarse que desde el punto de vista del conflicto suscitado por fariseos, escribas y senadores judíos, la resurrección de Lázaro iba a ser el desencadenante de la "solución final" contra Jesús: su muerte en la cruz. Y ese sacrificio es la Redención. Para nosotros la expresividad del Señor, sus lágrimas, su afecto por los hermanos de Betania, la reacción de los presentes que admiran los sentimientos a flor de piel que exhibe Cristo son ingredientes maravillosos para mejor conocer a Jesús y adentrarnos en su personalidad. Jesús es un hombre como nosotros y vivió su paso en la tierra con las mismas condiciones que marcan nuestra vida: alegría, tristeza, risas, lágrimas, etc.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario