14 marzo 2014

Homilías 3-III Domingo Cuaresma, 23 marzo

1.- UNA AUDAZ MISIONERA
Por Pedro Juan Díaz
1.- Tanto la primera lectura como el Evangelio que acabamos de escuchar nos hablan del agua. ¿Sabéis que sin agua no podemos vivir? El agua es símbolo de la vida, por eso también Dios la quiso utilizar para dar su Vida en el Bautismo. ¿Sabéis que hay mucha gente que no tiene acceso al agua o a otras necesidades primarias por culpa de no tener el agua cerca? Muchos niños siguen muriendo de hambre y de sed, otros no pueden ir a la escuela porque tienen que recorrer largas distancias para traer agua a sus casas. ¿Sabéis que los grandes organismos financieros (a los que Juan Pablo II llamaba “mecanismos perversos”) pretenden hacer del agua una mercancía y un negocio? Pero como todo esto no sale por la tele, no es noticia y, por lo tanto, no existe. Pero si existe, si está pasando.

2.- El encuentro de Jesús con la Samaritana rompe muchos esquemas. En primer lugar religiosos, porque los judíos y los samaritanos no se trataban, ya que los primeros consideraban a los otros como paganos, o alejados de Dios. Y en segundo lugar rompe esquemas de género, ya que una mujer de aquella época no debía acudir sola a un pozo y tampoco hablar con un hombre que no fuera de su familia. Pero a Jesús lo que le importa es aprovechar aquel encuentro para acercar a aquella mujer a Dios. Y lo hace utilizando el elemento del agua, como escusa y como símbolo del Agua Viva que lleva a la Vida Eterna.
3.- La Samaritana es una mujer con muchas carencias, necesita más profundidad en su vida, no tiene un agua que la satisfaga, tiene que recorrer un largo camino para recogerla y eso le impide dedicar más tiempo a otras cosas más importantes. Jesús elimina eso que tanto tiempo le ocupa para que pueda mirarse en su interior y profundizar en su vida. Cuando la Samaritana lo hace descubre una sed mayor, la sed de Dios, y pide el Agua Viva que calme esa sed. Jesús se la da. Y la Samaritana pasa a ser una audaz misionera que da testimonio de lo que el Mesías ha hecho con ella. Aquel testimonio de aquella mujer y la predicación posterior de Jesús hacen posible que muchos más crean y se acerquen a Dios en aquellos dos días que Jesús pasó con aquella gente.
4.- Algo parecido le ocurre al pueblo de Israel en el desierto que, “torturado por la sed”, desconfía de la presencia salvadora de Dios entre ellos y se ponen en contra de Moisés. Sin embargo, Dios se muestra paciente, una vez más, y sigue saliendo al paso de lo que el pueblo necesita diciéndole a Moisés: “golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo”. Desconfianza, falta de profundidad en nuestra vida, sed de algo más profundo, necesidad de Dios… quizás nosotros nos veamos reflejados en alguna de estas carencias de las que nos habla hoy la Palabra de Dios.
5.- La Cuaresma sigue siendo ese camino donde acercarnos más a Dios y a los hermanos más necesitados. Ese ejercicio calmará nuestra “sed” y nos ayudará a descubrir en Dios el Agua Viva. Pedimos a Dios su Espíritu Santo, que hace de las personas seres capaces de comprender, discernir y orientar su existencia según el proyecto que Él nos ofrece. Miramos al crucificado y descubrimos ese “amor de Dios que se ha derramado en nuestros corazones”, como decía San Pablo en la segunda lectura. Y sigue diciendo: “la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”. Cristo amó a aquella mujer Samaritana, siendo ella pecadora, y dio su vida por ella. Dios amaba a su pueblo y le daba lo que necesitaba, a pesar de sus continuas infidelidades y desconfianzas. Jesús nos ama, da su vida por nosotros, nos ofrece lo que necesitamos en cada momento para vivir en profundidad, para descubrirle cerca de nosotros. La Cuaresma es una oportunidad, una gran oportunidad para acercarnos a ese Dios y para dejar que Él se acerque a nosotros a través de nuestros hermanos y sus necesidades. Aprovechémoslo y convirtámonos, como aquella mujer Samaritana, en valientes misioneros que testimonian al Dios Vivo y Resucitado con su vida de cada día. Que la Eucaristía sea también alimento de vida eterna. Y como decía San Juan de la Cruz: “Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo”.

2.- DAME DE BEBER, SEÑOR
Por Antonio García-Moreno
1.- LA SED.- Bajo el sol tórrido del desierto, la sed se acrecienta y las reservas de agua se van terminando. Y todavía faltaba mucho para llegar a la tierra que manaba leche y miel, todavía el horizonte se perdía lejano, agreste y reseco, calcinado y polvoriento. El pueblo se queja, protesta y murmura contra Moisés.
La falta de agua es como una obsesión para aquellos hombres que caminaban penosamente por el desierto, sin ver el momento de terminar su camino. Y esa situación viene a ser típica, figura expresiva de las ansiedades del hombre, símbolo de la angustia que puede devorar el alma... Cristo dirá en la cruz: Tengo sed. Y en aquel momento se juntan en él la sensación penosa del que está deshidratado, y el tormento moral de verse clavado en una cruz por aquellos a quienes entregaba su vida. Jesús quiso gustar el sabor amargo del dolor, físico y moral, de todos los hombres. Esa sed indefinida que nos atormenta a veces en lo más hondo de nuestra vida. Sí, también nosotros caminamos a veces por el desierto, sedientos, sufriendo vivamente, anhelando el descanso de nuestras fatigas, deseando alcanzar el consuelo de la Tierra Prometida. Escucha entonces, Señor, nuestro lamento, limpia nuestras lágrimas, sacia nuestra sed.
Moisés camina hacia la roca del Horeb, llevando consigo el cayado de los prodigios. Yahvé le ha prometido que de la roca brotará agua suficiente para calmar la sed del pueblo... Sigue el simbolismo del agua que calma la sed, recordándonos momentos de la vida de Cristo, sigue trayendo a la memoria realidades que han de remover nuestra vida muerta, cansada y sedienta.
Jesús descansa en el brocal del pozo de Jacob. Es mediodía, está muy cansado y tiene sed. Espera que llegue alguien y le dé de beber pues no tiene con qué sacar agua. Pero cuando llega la samaritana, Jesús muestra una sed distinta, un deseo vehemente de librar a esa mujer de su pecado. Entonces es la samaritana la que tiene sed y pide de beber. El Señor le promete un agua distinta de la que había en aquel aljibe.
Dame de beber --dice esta mujer--. Dame de esa agua... Nosotros también te lo decimos, Señor. Nosotros, sedientos con una sed profunda, te rogamos que nos des a beber el agua viva que tú has prometido a los tuyos. Haz que se cumplan en nosotros tus palabras. Tú dijiste: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba quien cree en mí..." Y también: "El que beba del agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna".
2.- SÍ, JESÚS MÍO, DAME DE BEBER. - El pasaje de la samaritana es uno de los más ricos en contenido humano y teológico. Uno de esos momentos en que podemos contemplar a Jesús en su vertiente de hombre que, como los demás, se cansa y ha de sentarse, tiene sed y pide de beber, aunque se tratara de pedir a una mujer que, además, era samaritana, circunstancia que en aquel ambiente era denigrante. Él superó los prejuicios de su época, tanto los de tipo social como los de índole religiosa, y entabla una conversación sencilla, y profunda a la vez, con aquella mujer de pueblo cuya vida era un tanto irregular. Precisamente por ese motivo Jesús se ha dirigido a ella, pidiéndole no sólo agua sino también el desahogo de sus gozos y sus penas.
El Señor ha leído en su corazón, y ella reacciona con humildad y con admiración. No se irrita al verse descubierta. Simplemente reconoce que está delante de un hombre de Dios, delante de un profeta... Jesús la escucha y le responde con paciencia y claridad. Le hace comprender que lo importante en el culto que se ha de dar a Dios, no está en el lugar donde se le tribute, sino que lo principal es el modo como ese culto y adoración se realice. Ha de ser un culto que brote del interior del hombre, movido por la acción del Espíritu en lo más hondo de su ser... Un culto, por otra parte, que sea verdadero, sincero, leal, nacido de un corazón enamorado. Un culto, por tanto, que no se limite a la palabra o al rito, sino un culto que repercuta en la vida cotidiana, haciendo de cada acto, de cada latido del corazón, un sí rendido y gozoso al querer de Dios.
La samaritana escucha atenta sus palabras. Le cree y le pide de esa agua viva que quita la sed para siempre. Aunque aún no conocía el don de Dios, ya se lo pedía con fervor: Dame de beber, Señor, y apaga esta sed que me devora por dentro, y me hace buscar entre los hombres lo que sólo en Dios se puede encontrar. Es una oración que debe resonar en nuestro corazón, para que también nosotros, sedientos siempre, la repitamos a Dios. Sí, Jesús mío, dame de beber, que me muero de sed.

3.- Y YO QUIERO SER EL CÁNTARO, SEÑOR…
Por José María Maruri, SJ
1.- Y el Señor se sentó cansado en el brocal del pozo, como si hubiera sentado cansado en el bordillo de la fuente de la Puerta del Sol, junto a un barbudo vagabundo, y tal vez una pobre mujer de las que se pasean por la calle Montera… o por Carretas.
**Cansado, abrumado por toda esa multitud que pasa deprisa o vende chucherías o compra lotería.
**Abrumado porque esa multitud anónima para nosotros tiene cara, tiene rasgos muy conocidos, tiene su propia historia para Él, abrumado por el cariño hacia cada uno.
**Cansado porque quisiera tener una conversación individual con cada uno y cada una, como con la samaritana, samaritanas muchas de esas que se sientan junto a Jesús en la fuente de la Puerta del Sol
¿Cansado porque no llega a todo? ¿Porque es demasiado trabajo para uno solo? No. Cansado porque la mayoría de ellos y ellas llevan tapados los oídos, por la necesidad de ganarse el pan día a día, por no tener más expansión que tomar el sol en plena plaza, al lado de la fuente, destrozados por la droga o el alcohol y viviendo sin rumbo en la vida.
Y sin embargo el Señor sabe que mientras queda un poco de lucidez en aquellas cabezas que se agitan hay esperanza de que se den cuenta de su presencia allí sentado en la fuente.
--Él sabe que esos ellos y ellas que alardean, tal vez, de no creer en sus soledades acuden a un Dios… por si acaso.
--Él sabe que en esa multitud anónima para nosotros, pero con cara para Él hay rincones de cariño y bondad hacia los demás, que son otras tantas lucecitas de esperanza, son muestras de la presencia del Dios del amor.
2.- ¿Con cuántas samaritanas y samaritanos de nuestros días quisiera el Señor tener una larga conversación? Ellos y ellas que han visto roto su primer matrimonio más o menos culpablemente por su parte. Hombres y mujeres a los que Él tendría que decir: “bien dices que no tienes marido o mujer… porque con quien ahora vives no lo es”.
--Samaritanas y samaritanos aprehendidos en las redes de la vida, a los que Jesús no les negaría el agua que salta hasta la vida eterna, como no se la negó a la del Evangelio.
--Samaritanas y samaritanos que no han podido continuar un camino imposible de espinas y han rehecho sus vidas, doliéndoles el alma porque les dicen que su cantarillo ya no recoge el agua viva.
Y Jesús les diría, les pediría por favor, que sea como sea no rompan el cántaro contra el suelo, sino que sigan viniendo al pozo cada día, que allí estará siempre Él… abrumando y esperando. Todos somos samaritanos o samaritanas ante el Señor, pase lo que pase, vengamos al pozo con el cántaro entero por si algún día el Señor nos lo llena.
3.- En la escena hay cuatro personajes: Jesús, la samaritana, los apóstoles y el cántaro. Y yo quiero ser el cántaro, Señor, un cántaro de arcilla humana con corazón, de arcilla enrojecida por la vergüenza de lo que de mi se podría decir y si no se dice. Cántaro que traen a Ti vacío de buenas obras, traído y llevado cada día por la inseguridad de mis propósitos, pero sobre todo quiero que mi dueña se olvide de mí, dejándome a tus pies junto al brocal del pozo.

4.- LA SED DE LA SAMARITANA
Por Gabriel González del Estal
1.- Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed. San Juan, tratando de darnos a entender el valor del agua bautismal y, consecuentemente, el valor del agua de la vida que es Cristo, nos ha escrito esta bellísima página del encuentro de Jesús con una mujer samaritana. Jesús ya estaba allí, junto al manantial de Jacob, cuando llegó la mujer de Samaría. Jesús la estaba esperando. El relato de San Juan lo conocemos perfectamente, lo que yo quiero recalcar ahora es la prontitud y avidez de la samaritana en darse cuenta de que en aquel hombre que tenía delante había un algo especial que no había encontrado en los hombres anteriores con los que ella había tratado. Ella no había sido afortunada en sus relaciones con los hombres y no tenía motivos para fiarse de ellos. Pero este era especial, su corazón le dijo inmediatamente que de este sí podía fiarse; este era un profeta de verdad. Y le entró una sed inmensa de saciarse del agua que este profeta le ofrecía. Hasta ahora, la pobre samaritana había querido saciar su sed de amor y de confianza en otros hombres. Pero, una y otra vez, estos la habían defraudado; en lugar de saciar su sed, su sed había aumentado hasta sentirse ella seca y exhausta. Ante la presencia de Jesús de Nazaret, esta mujer sintió que toda el agua que ella había bebido hasta entonces había sido un agua que nunca podría apagar su sed. El agua que este profeta judío le ofrecía ahora era un agua distinta, era el agua de la vida. Y con toda su alma, le pidió al profeta que le diera de esa agua, un agua que se convirtiera en ella en un surtidor que saltara hasta la vida eterna. Será bueno que, en este domingo, cada uno de nosotros examinemos los manantiales de agua en los que pretendemos cada día saciar nuestra sed: ¿salud corporal?, ¿dinero?, ¿éxito?... ¿Tenemos verdadera sed del agua de la vida, que cada día nos ofrece Cristo?
2.- Los que quieran dar culto verdadero adorarán al padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. La samaritana era creyente y creía en el mismo Dios que los judíos: en Yahvé. Pero los samaritanos adoraban a Yahvé en el templo que habían construido sobre el monte Garizín, mientras que los judíos adoraban a Yahvé en el templo de Jerusalén. La samaritana quiere que el profeta le diga dónde se debe adorar a Dios y la respuesta de Jesús es iluminadora: da igual adorar a Dios en un monte o en otro, lo importante es adorarle en espíritu y en verdad. A eso ha venido él al mundo, a enseñarnos el verdadero camino para adorar al Padre. Él es el camino, él es la verdad, él es el Espíritu en el que debemos adorar al Padre. Todos los que adoren al Padre en espíritu y en verdad adoran al verdadero Dios La samaritana quedó totalmente convencida de que este hombre era realmente el profeta de Dios, el Mesías, el Cristo. Y fue rápidamente a decírselo a sus paisanos, los samaritanos. La fe de la samaritana fue una fe contagiosa, evangelizadora. ¿Es así nuestra fe?
3.- La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado. Los que tienen el amor de Dios en su corazón, los que viven siendo realmente templos del Espíritu, no pierden nunca la esperanza en Dios, a pesar de las muchas pruebas y dificultades que les ponga la vida. San Pablo lo sabía por propia experiencia: le habían atacado por todas las partes, pero nunca habían derribado su esperanza interior, porque vivía animado interiormente por el Espíritu de Cristo, porque su esperanza estaba en Cristo y Cristo le había dado pruebas suficientes de que le amaba. San Pablo, como la samaritana, había sido deslumbrado por la verdad de Cristo y, desde aquél mismo momento, se había convertido en apóstol del Resucitado ante todos los pueblos. Si nuestra fe y nuestra esperanza están fundadas en el amor y en el Espíritu de Cristo, nunca nos defraudarán.

5.- EL ENCUENTRO CON JESÚS NOS TRANSFORMA
Por José María Martín OSA
1.- Dios está con su pueblo y lo acompaña. El tema de la sed y del agua aparece numerosas veces en las tradiciones del desierto. La primera lectura narra el episodio de las aguas de Mará. El pueblo lleva tres días caminando por el desierto de Sur sin encontrar agua. Al fin, llegan a Mará y, cuando van a beber el agua de un manantial... resulta que es amarga. El pueblo murmura contra Moisés y contra Dios. Moisés invoca al Señor y el Señor le da el poder de convertir aquellas aguas contaminadas en aguas capaces de saciar la sed. Dios demuestra, con ello, que está con su pueblo, que su pueblo no tiene que tener miedo, porque Dios lo acompaña y lo protege. No sólo les da el agua de Mará, sino que a continuación les lleva a Elim, un oasis donde había doce fuentes de agua (una por cada tribu de Israel). Pero el pueblo tiene el corazón rebelde y veleta. No aprende de la experiencia ni se fía del Dios que le promete la vida. Por eso, cuando tiene sed de nuevo, murmura contra Moisés sin esperar en Dios. Es el episodio de Massá y Meribá. Allí “me pusieron a prueba, aunque habían visto mis obras”, dice el Señor en el Salmo 95. En el desierto del Sur el pueblo desconfió de Dios diciendo: “¿Está Dios entre nosotros o no?”. Dios mostró que, efectivamente, acompañaba a Israel en el desierto. El Dios que abrió el mar para que pasara su pueblo y marchara de la esclavitud a la libertad abrió ahora la roca para darle de beber.
2. - Jesús está cansado y tiene sed. El episodio del evangelio sucede en una ciudad de Samaría llamada Sicar, junto a un pozo. Samaría sugiere, en tiempos de Jesús, un lugar hostil. Jesús, sentado junto a un pozo, se va a encontrar con una mujer sin nombre, personaje que representa al pueblo de Dios idólatra. Aparentemente Jesús es un hombre normal, un hombre que experimenta el cansancio y la sed tras largas horas de caminata. Jesús -solidario con las necesidades de todos los "hombres necesitados"- no se presenta como el maestro que todo lo sabe, que tiene soluciones para todo (los grandes maestros y fundadores religiosos), sino como quien tiene una necesidad: tiene sed. Jesús tiene una necesidad que le hace manifestarse solidario con el hombre, con todos los hombres, por encima de cualquier "clase" de hombre, incluso por encima de cualquier religión que practiquen los hombres, porque, en principio, entre Jesús y aquella mujer samaritana había, entonces, una tremenda barrera: la religiosa.
3.- Jesús no tiene barreras. Es judío, pero se trata de un judío muy “extraño”, pues le dirige la palabra a una mujer y, para colmo, samaritana. Pero Jesús no hace ningún caso de principios y normas que marginen y excluyan a los débiles. Entre Jesús y la samaritana había una barrera grande: él era hombre y ella, mujer. Él es ante todo un ser humano necesitado como cualquier otro, independientemente de ser varón o mujer y de ser judío o cualquier otra cosa. Mujeres, extranjeros, pobres y enfermos eran poco menos que “gentuza” de la que un buen israelita debía procurar apartarse para mantener intacta su “pureza”. Jesús hace de esos “lugares de abajo” un lugar privilegiado para manifestar su salvación. La vida de esta mujer está marcada por la carencia y la rutina infecunda. Diariamente debía ir a buscar el agua, pues carecía de ella. Tampoco tenía marido. Había tenido cinco, y su compañero actual no era su marido. Esta mujer representa el pueblo idólatra, incapaz de saciar su sed de vida con los numerosos dioses paganos a los que se había ido aferrando sin encontrar lo que pedía su corazón. La referencia a los cinco maridos es una clara alusión a las cinco ermitas de los dioses paganos. El sexto marido se refiere a Yahvé. Es curioso el proceso que va haciendo esta mujer: pasa de sus búsquedas más superficiales a las más profundas; del agua material al agua viva; de la percepción de Jesús como un “judío”, un simple “hombre”, al reconocimiento de Jesús Profeta y Mesías-Cristo. Su fe sorprendida la arrastra a dejar el cántaro y a ir corriendo a anunciar lo que ha visto y oído. Su fe contagia de fe a sus paisanos, quienes terminan confesando: “Éste es verdaderamente el Salvador del mundo”.
4.- El proceso de crecimiento en la fe. Los samaritanos de Sicar creen en Jesús por el anuncio de la mujer. Pero no se conforman con una fe “recibida”, “heredada”, “externa”. La hacen suya cuando ellos mismos conocen a Jesús y le oyen. El proceso que sigue su fe es significativo:
1.- el testimonio de alguien;
2.- la fe desde lo escuchado;
3.- la personalización de la fe;
4- la confesión. Es un itinerario catecumenal. Los discípulos entran en escena. Tienen en común con la samaritana que no entienden el lenguaje de Jesús ni entran en su modo de pensar. Ellos están empeñados en que coma y Jesús les está hablando de “otro alimento”. Tenemos que darnos cuenta de que lo que Jesús nos pidió en la propuesta de creer en su persona y su palabra (evangelio) y de seguirle consiste en algo más y diferente que practicar una religión, en este caso la cristiana y no otras. Nosotros, los cristianos, --quizá en una gran mayoría-- seguimos siendo "hombres religiosos" sin más. Jesús no sólo no se presenta como el iniciador de una nueva religión, sino que rechaza toda pretensión religiosa, desacreditándola como imperfecta. De ahí que este Jesús, venido de parte de Dios, no nos haya traído un nuevo orden social, ni religioso, ni político, ni cultural, ni... sino sólo un nuevo estilo de ser hombre, que nos ayudará a encontrar ese orden nuevo que necesitamos en este mundo para que sea otro, pues otro mundo que es posible.

6.- ¡POZO NUEVO, VIDA NUEVA!
Por Javier Leoz
Hay encuentros que, lejos de olvidarse, dejan una huella impresa en nuestra memoria o en el corazón: aquella primera vez en que se cruzaron los ojos de los enamorados; el retorno o la recuperación de un amigo que lo dábamos por perdido; el abrazo de un hijo con los padres después de una prolongada ausencia… Y, como en todo, hay encuentros superficiales (agua que se evapora) y golpes que llegan hasta el fondo del alma (agua fecunda y viva).
1.- Metidos de lleno en la Santa Cuaresma nos encontramos con una de las primeras de las tres catequesis bautismales. Nos vendrán, pero que muy bien, para renovar nuestra fe en la gran noche de la Santa Pascua. Como la samaritana, tal vez, caemos en el riesgo de quedarnos en lo superficial: agua para calmar la sed del momento y poco más. ¿Es eso lo que espera el Señor de nosotros? ¿Venimos a la Eucaristía, fuente de vida y de entrega, a cumplir el expediente o a fortalecer y reavivar nuestra vida cristiana con todas las consecuencias?
Conocer el don de Dios, en eso somos un poco como la samaritana, debiera de ser nuestro empeño y nuestra aventura. Con ese regalo, entre otras cosas, sabríamos que nuestra fe (lejos de ser exigencias morales) es una experiencia en carne viva, en lo más hondo de nuestras entrañas con Aquel que tanto nos ama. ¿Sentimos esa presencia de Jesús como gracia y algo sensible en nuestro vivir cotidiano?
2.- A la samaritana, aquel encuentro fortuito con Jesús, la parecía ilógico. ¿Cómo podía dirigirse con tanta humanidad y respeto un judío a una mujer que, además, era samaritana? Ella sólo buscaba agua para colmar la sed y, un nazareno, le cuenta –con pelos y señales-- lo bueno y lo malo de su vida.
Aquella mujer se dio, sin quererlo ni pretenderlo, de bruces con Cristo. A partir de ese momento su vida, sus hechos y sus palabras no serían las mismas. Su cántaro, ahora, era su corazón abierto a Jesús.
Lo contrario ocurre en muchos de nosotros. Como cristianos tenemos una experiencia más o menos profunda de Jesús (por el Bautismo, la Comunión, el Matrimonio, la participación puntual en una procesión o en una cofradía) pero ¿hemos llegado al fondo del misterio? ¿Hemos descendido al fondo del pozo de la salvación que es Cristo? ¿No nos quedaremos al borde de ese misterio?
Ojala diéramos con la fórmula para que aquellos hermanos nuestros que un día fueron felices encontrándose con Jesús, y que lo han dejado por el camino, volviesen a vibrar en ellos las cuerdas de sus almas y sentir la presencia del Salvador.
3.- Si muchos cristianos abandonan su fe (muchas veces con excusas sobre la coyuntura eclesial o por simple dejadez) ¿no será en el fondo porque no saborearon a Dios con la misma intensidad que lo gustó en carne viva la samaritana?
Siempre habrá resistencias y contradicciones. El hombre propone y Dios dispone (dice un viejo refrán) pero también es verdad que, Dios, propone (sin imposición alguna) y el hombre está en su libertad de responder “sí" o “no” para beber de esa agua de eternidad que ofrece a través de la fuente de Cristo.
¡Si conociéramos quien habla cada domingo! Llegaríamos puntualmente al encuentro donde, el Señor, con su Palabra dignifica nuestra vida
¡Si conociéramos quien nos escucha! Nos olvidaríamos de asesores de imagen o la cita con psicólogos para no perdernos la entrevista con Aquel que nos conoce desde dentro hacia fuera
¡Si conociéramos quién se ofrece en la mesa del altar! Como la samaritana creceríamos, en ese encuentro personal con Jesús, en gracia, amor, fe y verdad.
¡Si conociéramos quién nos pide algo de nuestra vida! Sabríamos que, Cristo, es un oasis, un pozo de agua cristalina y limpia donde podemos rejuvenecer interna y externamente toda nuestra vida.

7.- LA CHICA DEL AVIÓN
Por Ángel Gómez Escorial
1.- Siempre, ante los textos bíblicos que nos traen las Eucaristías de los domingos, tenemos dos posibilidades muy directas y no necesariamente contradictorias. Una, contemplar lo que se narra como una historia centrada en lo que allí ocurrió. Otra, sacar enseñanzas de lo que se nos dice a nosotros, hoy, a hombres y mujeres de este 2011, y, sobre todo, desde las palabras que Jesús de Nazaret nos dirige personalmente a nosotros en los relatos evangélicos. La misa dominical es asamblea de hermanos, pero también es catequesis en la que los referidos textos bíblicos nos proporcionan una enseñanza útil para nuestro devenir ascendente como cristianos.
La “tentación” de situarnos allí, en la propia escena, como testigos mudos y asombrados, como lo fueron los tres apóstoles, la semana pasada ante el milagro de Transfiguración, pues es algo que tira mucho. Se nos ha pedido muchas veces que contemplemos esas escenas que nos muestran los evangelistas y verlas como “si allí estuviéramos”. Esto podría tener algo de ensoñación y no ser muy adecuado a nuestros tiempos. Hoy, en muy pocas ocasiones, nos damos caminatas como la que le llevó a Jesús de Nazaret a sentarse, cansado y sediento, en el brocal del pozo de Sicar. Viajamos en automóvil y ya no hay pozos a la vista, a lo sumo las cafeterías de las gasolineras. Y hace falta un pozo famoso, encontrarse en Samaría, tener sed y toparse con una mujer que saca agua. Aunque nadie negará que, a veces, se han abierto esplendidas conversaciones con la persona que nos da de beber en la barra del bar. El encuentro ocasional, con su desconfianza previa, pero también sirviendo de respuesta a la soledad que embarga a nuestro interlocutor puede servir para muchas cosas. Y como veis voy basculando de una posibilidad a otra –de la antigua a la actual—bajo la idea de que podemos toparnos muchas veces con Jesús de Nazaret en nuestra vida corriente y que, por supuesto, hay en las calles y en muchos otros lugares rostros que esconden la cara de Jesús. Porque el Maestro de Nazaret siempre toma la apariencia de hermano para llegar a nuestro corazón.
2.- La samaritana del Evangelio de Juan esperaba algo porque su vida no marchaba bien. Y ese algo le llegó de una manera muy imprevista, difícil, y casi imposible. Por un lado, existía en enfrentamiento pertinaz entre judíos y samaritanos que les llevaba a no hablarse, a no acercarse los unos a lo otros. Luego estaba esa cultura de hondo machismo porque una mujer desconocida no se podía dirigir a un hombre, si este no lo invitaba antes a hacerlo. Pero Jesús, con sed auténtica, no había llegado allí a recibir un trago de agua, sino a dar un agua de eternidad que calmase la sed de aquella mujer, una vez por todas. Y contra todas las convenciones absurdas y contra todos los mandatos inhumanos, Jesús de Nazaret abre una larguísima conversación con la mujer del cántaro. Tan larga y tan completa que, incluso, llega a recordarle que ha tenido muchos maridos y que ahora vive con uno que no es su marido, pero que por eso no pasa nada, que ella es tan persona, tan digna, como cualquier otra, si sabe ver la oportunidad que Jesús le ofrece: cambiar su vida gracias al agua que salta de la eternidad.
3.- Y aunque no se trata --¿o sí?—de buscar milagros en nuestra vida si tendríamos que reconocer algún encuentro, alguna conversación, que nos ha marcado profundamente, sin que en su inicio pareciese que estábamos ante algo extraordinario. Un buen amigo me relató hace años una extraordinaria conversación con su vecina de asiento en un vuelo del Puente Aéreo de Madrid a Barcelona, y que cuando, terminado el vuelo, ya en la terminal quiso agradecer a esa persona su “buen verbo”, había desaparecido. Cosa, tal vez, no muy extraordinaria pues la gente intenta salir cuanto antes camino de la recogida de equipajes o de un buen sitio en la fila de los taxis. Mi amigo atravesaba un mal momento matrimonial e, incluso, cuando vio a su lado a una joven y muy atractiva mujer pensó en todo menos en lo que, verdaderamente, tenía que pensar: en su esposa. Bueno, la chica en cuestión refiriéndose a lo que, asimismo, ocurría con su padre y con su madre, hizo una descripción muy precisa del problema que sufría mi amigo, aclarándole, además, su error ante el mal momento y la ejemplaridad de su mujer durante todo ese proceso. Y le dio un detalle de futuro –no sé cual era—que cuando aconteció, días después, sus ojos y su alma se llenaron de lágrimas de arrepentimiento. Tal vez, esta historia puede parecer muy extraordinaria, por el avión, por la presencia de la atractiva chica, por, asimismo, la descripción exacta de su problema, muy velado para él por culpa de su egoísmo y frivolidad, pero, ciertamente, hay en la cercanía con nuestros semejantes mucha enseñanza y, desde luego, Dios se sirve de muchas cosas, aparentemente poco extraordinarias para ayudarnos a seguir el camino.
4.- La samaritana nunca pudo pensar, cuando se iba acercando al pozo ese judío aparentemente muy cansado y polvoriento, que la solución a los problemas de su larga y difícil vida ya estaba ahí. Tampoco nosotros podemos adivinar lo que se nos viene encima en muchas circunstancias, y que, un momento dado, no va a ser como otros muchos momentos de nuestra vida que no han servido para nada o para muy poco. Conviene poner de manifiesto en medio de la Cuaresma que Dios no nos deja solos. Y que aunque algunos claman por el llamado “silencio de Dios” si son cuidadosos pueden percatarse que ni hay silencio, ni lejanía. No quiero, de ningún modo, minimizar el problema de muchos hermanos que a veces se sienten abandonados y solos. El mismo Jesús, en los terribles momentos de la Pasión, sufrió ese abandono… La idea es que hay siempre el apoyo necesario para seguir adelante con nuestro camino. Es verdad que nos gustaría vivir lo extraordinario, lo maravilloso, pero, insisto, hemos de estar atentos a las señales que Dios nos envía. Y puede hacerlo de muchas maneras.
5.- Tanto la primera lectura del Libro del Éxodo como en el Evangelio de Juan el agua y la sed se nos presentan como caudal de enseñanza. El pueblo judío clama contra Moisés porque no tiene agua en su travesía por el desierto. Y, como en otras ocasiones, recuerda la comodidad de su vida en Egipto, con comida y bebida suficientes, aunque les faltase lo que es fundamental para un ser humano: la libertad. Y surge, por designio de Dios, las fuentes de agua fresca y pura. El pozo de Sicar en Samaría tiene historia también. Es el manantial de Jacob… El pueblo rebelde del desierto se calma, pero Moisés bautiza el lugar donde ha surgido el agua con los nombres –Massá y Meribá—que recuerdan el incidente que sufre Moisés con su pueblo. El diálogo entre la samaritana y Jesús viene de lo mismo: de la sede y de la necesidad de agua para calmarla. Pero Jesús crea una imagen realmente bella y fuerte: agua viva que nos llega a saltos, como si de un torrente viniera, desde la eternidad. Agua pura y purificadora que derramada sobre nosotros nos llevará a la felicidad que no cesa. Y, también, cuando Pablo habla del amor de Dios que se derrama en nuestro interior, sin duda nos recuerda el agua que promete Jesús a la samaritana. La frase de Pablo, muy usada en la liturgia, conviene repetirla aquí por su gran belleza y concreción: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se ha dado”.
6.- Estamos ya a la mitad de la cuaresma. Nuestro camino de conversión y de purificación ha de seguir sin parón posible. Como la samaritana necesitamos cambiar. Es posible que muchos de nosotros no estemos muy lejos de Dios, no necesitemos de una conversión fuerte, “violenta, no; pero, sin embargo, nos falta, después de mucho, tiempo el empujón definitivo que nos haga verdaderos seguidores del Señor Jesús y no ser más pusilánimes y reservones personajes que tienen miedo a zambullirse en el agua vivificadora de la gracia que Jesús nos ofrece, en chorros de agua viva, que vienen de la Eternidad.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

CON UNA MUJER SAMARITANA
Por Pedrojosé Ynaraja
1.- De entre las lecturas de este domingo, mis queridos jóvenes lectores, destaca por su belleza la evangélica. Es una narración de un colorido, de un humor y de un contenido teológico, enorme. A los textos de Juan se les quiso dar hace un tiempo, un exclusivo contenido ideológico, todo era espiritual y simbólico, carente de historicidad. Cuando hablo así exagero, ya lo sé. Hoy los comentaristas están de vuelta de esta apreciación y se han dado cuenta de que “abogan por una datación exacta y sentido biográfico-cronológico”. Son palabras que copio del último libro publicado de Joseph Ratzinger- Benedicto XVI. Un libro precioso, dicho sea de paso.
El encuentro con esta intrigante mujer, tiene lugar al lado del pozo de Jacob, en la actual Nablus, entre dos montes emblemáticos, el Garizin y el Ebal, a menos de un kilómetro de las ruinas de la Siquem de Abraham y familia y del compromiso de Josué y andanzas de los jueces. No se puede dudar de la exactitud del lugar, pues no hay otro en los alrededores. Estuve la primera vez en 1972 y la última hace un año. Me encanta ir allí.
2.- Como los escritos de Juan son detallistas, pero densos y de complejo contenido, os lo explicaré a mi manera, lo cual no quiere decir que sea exactamente igual a la que escuchéis de otro comentarista.
-La población habitada más cercana del lugar donde han llegado, es Sicar y allí se han dirigido los apóstoles a proveerse de alimentos. Jesús se ha quedado solo, cuando se acerca al pozo una mujer. A la legua se ve que pertenecen ambos a culturas diferentes y hasta rivales. Uno es judío galileo, la otra samaritana. Deberían, pues, ignorarse y hasta mirarse con antipatía, pero no es este el proceder de Jesús. Si os digo que el Señor se dirige a ella con osadía, no exagero. Aun no hace muchos años, comprobaba en un bus interurbano, la incapacidad de una mujer de tal procedencia, de que algún desconocido se dirigiese a ella. Pero el Maestro se salta los convencionalismos y le habla sin remilgos: le pide agua.
-Se trata de una señora experta en el trato con hombres y sabe que la mejor defensa es iniciarse atacando y, la mejor arma, la ironía. ¿De donde sale tu atrevimiento para dirigirte a mí?, le espeta sin remilgos.
-Jesús, experto en humanidad, no se amilana. Si supieses quien te habla, serías tu quien suplicaría. Y la recibirías de una calidad inimaginable, le contesta.
-¿Y de donde la conseguirás tu, si ni siquiera te has traído una soga para alcanzarla? Continúa ella, medio burlándose.
-El agua que yo podría darte no es como la de este pozo, yo te puedo conseguir “agua viva” (aquí, para entenderlo, hay que estar sumergido en las concepciones judías. La de aquel pozo podía beberse, pero, al no ser “viva”, no podía utilizarse para ciertas finalidades religiosas exclusivas. No era agua de calidad espiritual).
-¿Te crees más importante que el patriarca Jacob que excavó este pozo? Le dice irónica.
-No quiere Jesús sacar conocimientos eruditos. No es bueno que con la gente del lugar se utilice argumentos históricos. Él va a lo práctico y concreto. El agua de la que Él habla, quita la sed definitivamente, se vuelve ella misma manantial, le dice.
-Escurre ella el bulto, huye de ideologías, va a lo práctico, a una de las obligaciones de género, diríamos hoy en día. Ir a buscar agua a diario y cargar con el recipiente hasta casa, es una de las esclavitudes femeninas. Que le proporcione solución, pues, si es tan poderoso y sabio.
-Cambio de tercio:
-Que venga tu marido, le dice el Señor.
-No lo tengo, responde de inmediato. Y aquí resbala en el terreno de la interioridad, que acostumbra a ser el ámbito interior más blindado, que quiere conservar siempre la mujer.
-La ocasión la pintan calva, decimos vulgarmente. Y el Señor no la desaprovecha. Con no disimulada sonrisa le dice: cinco has tenido y el que comparte ahora tu vida, no lo es.
-¡Aquí fue Troya!, hubiera pensado la mujer, de haber tenido cultura clásica. Pero, pese a ello, no se amilana. Su interlocutor es un hombre y a estos les entusiasma la política. Así que huye de intimidades y le plantea la cuestión: ¿cual es la elevación de más categoría, la de junto a ellos o la del monte del Templo, en Jerusalén?
-Parece que Jesús se salga por la tangente, al responderle que de ahora en adelante, los dos perderán protagonismo. Pero no, quiere que sepa que la divinidad auténtica, es Dios espiritual, sin ataduras terrenales. De aquí que pueda adorársele en cualquier momento y lugar.
-Se da por vencida la mujer. Deja salir su vena más valiosa, ingenuamente, le menciona al Mesías, una de sus inquietudes, pese a que las mujeres de esto no se les ocurra nunca hablar en público.
-Soy yo, le dice cordialmente.
- Ella con humildad lo acepta, es un gran tanto a su favor y, como todo acto de Fe, es digno de mérito.
-El dialogo ha sido denso, mentalmente el Señor está agotado. Llegan los discípulos con comida. Nunca le habían visto hablar con una mujer a solas, ninguno de ellos se hubiera atrevido a prestarle atención a esta. El Maestro sí. Deberán aprender la lección.
-Le ofrecen comida, no es lo que Él precisa. Su alimento esencial es la oración, la comunicación profunda con el Padre, cosa que no olvida nunca. Ellos no lo entienden.
Acudirán los vecinos a la llamada de esta mujer, que, por la vida que había llevado, sería archiconocida en la población. Empieza en este momento a llegarles la Buena Nueva. Experimentan por ellos mismos la calidad del Señor, su valer y la bondad de su doctrina.
¿Qué hubiera pasado si Jesús, conociendo sus antecedentes, no se hubiera fiado de ella? Lo único que ha visto, ha sido una cierta generosidad y la posibilidad de que se preste a ser su colaboradora. Creer contra toda esperanza, según el parecer de los hombres. Confiar, pese a las apariencias, es el criterio del Maestro.
Es toda una lección que también a nosotros nos toca aprender. Y, de paso, sentir admiración y gratitud por el que un día se declaró amigo nuestro y sabemos es Hijo de Dios.

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