08 marzo 2014

Moniciones para el II Domingo de Cuaresma, 16 marzo

MONICIÓN DE ENTRADA
Sed bienvenidos a la Eucaristía. Celebramos hoy el Segundo Domingo de Cuaresma, que nos va a mostrar, sobre todo, la Transfiguración de Jesús. Y de ahí podemos aprender que todos podemos transfigurarnos si tenemos fe y esperamos la ayuda del Señor. Es un cambio luminoso lo que nos pide Jesús de Nazaret para este tiempo de Cuaresma, aunque no importe que nuestras ropas no brillen o que nuestros cuerpos sean iguales a los de todos los días. La luz ha de ser la nuestro corazón y ese brillo si lo verán nuestros hermanos cuando comencemos a servirles y ayudarles, sin condiciones.


MONICIÓN SOBRE LAS LECTURAS
1.- La fe de Abrahán era completa, total. Obedecía a Dios por encima de cualquier duda. Es muy fuerte disponerse a sacrificar –a degollar—a su único hijo porque Dios se lo ha mandado. Por Abrahán no puso reparos. Dios –claro está—no iba a permitir ese sacrificio. Era una prueba. Todos vivimos pruebas, algunas muy sencillas o fáciles; otros, mas duras o complicadas. Pero hemos de obedecer a Dios en todo momento porque Él sabe que es lo mejor para nosotros. Esta primera lectura, del capítulo 22 del Génesis, es toda una enseñanza de enorme importancia.
S.- La referencia del Salmo 115 que proclamamos hoy es el Salmo 116 que los judíos utilizaban como uno solo, mientras que la Vulgata y la Biblia griega de “los Setenta” los transformaba en dos. En realidad son distintos según su texto. Pero lo de menos es su construcción literaria original. Lo importante es que tanto nosotros, como los hombres y mujeres que nos precedieron, elevan con los versículos de este salmo la confianza en Dios, en su apoyo y en su justicia. Eso es lo importante.
2.- En el fragmento de la Carta de San Pablo a los romanos –que es nuestra segunda lectura—Pablo corrobora algo que nos después nos va a decir el Evangelio. Dios permitirá la muerte de su Hijo para la salvación de todos. Y el mensaje de esperanza para los Apóstoles es precisamente ese trozo de gloria que verían en lo alto del monte.
3.- San Marcos nos narra con sencilla brillantez el misterio de la Transfiguración del Señor. Fue, sin duda, algo espectacular. Pero por encima de la calidad del prodigio está que Dios quiere mostrar a tres apóstoles que Jesús es su Hijo y que, por tanto, nada deben temer respecto a lo que vendrá después. Es una ayuda a su débil fe. Pero la gloria que vieron se les olvidó pronto. Nuestros propósitos de seguir al Señor también se nos olvidan a pesar de que los recibimos con la cercanía de una luz que nunca se apaga.

Exhortación de despedida
Hemos de tener en cuenta –y hoy más que nunca—que Jesús siempre se nos muestra luminoso y claro. Con una luz que nos sirve para reflejarla, con nuestro trabajo, en los demás, en los que más nos necesitan. Esa es nuestra transfiguración.

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