09 marzo 2014

Taller de Oración (2), II Domingo de Cuaresma, 16 marzo

TALLER DE ORACIÓN
CUARESMA, EUCARISTÍA Y ALABANZA: GLORIA
Por Julia Merodio
Ya hemos sentido que nos rodeaban los brazos del Padre, hemos saboreado su abrazo de amor y todo nuestro ser ha sido arrastrado por esa corriente de amor y misericordia. Por eso, de nuestro corazón, desbordante de gozo ha brotado la alabanza diciendo: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” Siempre ha sido así. No tenemos nada más que abrir el evangelio para ver que, todos los que han sido tocados por Jesús, lo seguían incondicionalmente, aclamándole, alabándole, dándole gracias…

De nuevo, tomamos conciencia, de que La Eucaristía fue la rúbrica de una experiencia vivida en el día a día por Jesús. Él había hecho de su existencia una Eucaristía, sólo le faltaba sellarla y ofrecerla. Jesús había perdonado sin límites; había sido Palabra entregada a todos públicamente, sin elegir a los destinatarios; había dedicado mucho tiempo a la escucha del Padre en la soledad y el silencio.
También había sido “ofertorio” porque se ofreció a los demás con su cercanía, sus milagros y su amor. Solamente le faltaba vivir la consagración para que la eucaristía fuera perfecta, por eso no duda al entregarse para subir a la Cruz. Él será “cuerpo entregado y sangre derramada”. Él será el amor-fiel que nunca dice basta; es el que no deja fuera de su amor ni siquiera a los que a nosotros nos parece imposible amar. Es el amor-perdón hasta las últimas consecuencias. Es el que entrega la vida por aquellos que se la están arrebatando.
Dios no sólo ama. Dios es AMOR. Por eso necesita el momento de la comunión, para llegar a todos, para fundirse con todos. Se parte y se reparte para regenerar nuestras fuerzas, para acompañarnos en el camino, para hacernos saborear su plenitud.
VER
Hoy os invitaría a traer a nuestra mente una eucaristía de un día cualquiera. Situaros en vuestro asiento habitual.
Echad un vistazo a la asamblea: ¿Cómo está la gente? ¿Alegre, “pasota”, mortecina, apática, reverente, expectante….?
Observar como rezamos el gloria: ¿De forma rutinaria? ¿Nos produce algún sentimiento? ¿Cuáles? ¿Soy consciente de lo que digo? ¿Estoy, realmente, alabando a Dios o lo recito por inercia? Si soy consciente de que estoy alabando a Dios, ¿Me detengo a pensar cuáles son los motivos que me llevan a tomar esta determinación?
Pues, tanto si hemos sido conscientes como si no lo hemos sido, comenzaremos esta oración, que dirigirnos al Señor, extasiados por su fortaleza, agradecidos por sus beneficios e inundados por su bondad. Y le diremos, desde lo profundo del corazón:
--Alabado seas, mi Señor, por la grandeza de tu amor entre nosotros.
--Alabado por tu corazón de Padre acogiendo en tu seno a todos los que andan helados porque no les llega el calor del amor humano.
--Alabado por tu compasión para tener la mano tendida a cuantos viven en el sinsentido de la existencia.
--Alabado por alentar al explotado, libertar al oprimido, defender a las viudas y huérfanos y escuchar a cuantos te gritan en su desolación.
Te alabamos y te bendecimos con el corazón lleno de gozo porque sabemos que sólo tuyas son la gloria, el poder, el honor y la acción de gracias.
JUZGAR
“Por nuestra parte, vamos con la cara descubierta, reflejando como en un espejo la gloria del Señor; nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosa, como corresponde a la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3, 17 – 18)
“Levántate y brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanecerá sobre ti” (Isaías 60, 1)
“¡Qué bueno es cantar a nuestro Dios, qué agradable y merecida su alabanza!”(Salmo 147, 1)
“Y los ángeles glorificaron a Dios diciendo: Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama” (Lucas 2, 13 – 15)
“Jesús se transfiguró ante ellos. Su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mateo 17, 2 – 4)
ACTUAR
Para rezar El Gloria, desde el corazón, necesitamos tener una gran experiencia de Dios. Necesitamos haber estado mucho tiempo ante Él, necesitamos haber llevado muy abiertos los ojos y muy despiertos los oídos para interiorizar su enseñanza.
Por eso es importante que cuando nos reunamos en torno a la mesa para celebrar juntos la Eucaristía, encontramos ese planteamiento claro que nos muestra la liturgia de: ser signo y sacramento de salvación para el mundo, por medio de la alabanza y la acción de gracias.
Es un compromiso que no podemos eludir. A nosotros nos corresponde hacer más humana, más libre, y más justa la sociedad en que vivimos, no con palabras huecas sino, con el testimonio y la vida, que vienen de la conversión profunda. A nosotros nos corresponde llevar a Dios, a los demás, de tal manera que de su corazón salga un himno de alabanza sincera diciendo:
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te glorificamos, te damos gracias Señor.
JESÚS MUESTRA SU GLORIA
Jesús había sido tocado por la tentación, aunque no cayó en ella. Había conocido, también, la debilidad que acompaña a la persona humana y la forma tan atractiva que tiene, la tentación, al presentarse; por tanto era consciente de la dificultad que lleva implícita el salir, victorioso, de ella.
Mirando, en torno suyo, observa la precariedad de los que le acompañan, se da cuenta de la dificultad que tendrán, de salir ilesos cuando la tentación se presente ante ellos y decide mostrarles su gloría.
Será de forma rápida. Sólo la verán los que Él elija, pero al menos tendrán un apoyo donde sostenerse cuando las cosas empiecen a no ir, demasiado, bien.
El evangelio nos dice el nombre de los que ha elegido para acompañarle: Pedro, Santiago y Juan. Pero hoy, en cada Eucaristía, es a ti y a mí a quien nos llama a acompañarle. Quiere mostrarnos su gloría, quiere que nos transfiguremos con Él, quiere que nos demos cuenta de que cuando la persona se acerca a Dios nunca queda como está, siempre se va transfigurando un poco, empieza a iluminarse algo más, empieza a brillar y ser luz entre los que la rodean.
Los que lo han acompañado no pueden dar crédito a lo que está pasando, es demasiado para su corta mente humana. Jesús discretamente les manda callar, les advierte que no digan nada, pero su corazón está tan inundado de la gloría del Señor que no pueden más que irrumpir en alabanzas.
En el Tabor, el Señor ha empezado a ser el centro de su existencia. Porque nadie puede conocer y saborear la gloría de Dios y quedarse como estaba.
De ahí la importancia que tiene para nosotros el acompañar a Jesús, el estar atentos a su resplandor cuando nos muestre su gloría y, sobre todo, el tomar la opción de que sea nuestro centro; porque, como dice S. Pablo, “en Él somos, nos movemos y existimos”. Él nos protege con mano poderosa y brazo extendido. Él nos acoge y cuida. Él cura nuestras heridas, fortifica nuestras almas, perdona nuestros pecados y nos regala su gracia que restaura nuestro corazón y revitaliza nuestro cuerpo con la alegría y la paz.
Él es la ternura manifestada al hombre, la respuesta a nuestras incertidumbres, el corazón bondadoso que nos instala en su bondad. Por eso, como respuesta, a tantas eucaristías como nos ha regalado, para alabarlo recitando el gloria, le decimos llenos de agradecimiento:
Gracias por tu generosidad de Padre
--Gracias por regalarnos lo mejor que tenías, tu Hijo amado, para que nos salvase, muriendo por nosotros.
--Gracias por tu espíritu de amor que nos acompaña y guía, sobre todo en este tiempo de salvación.
--Gracias por la mejor de las madres entregada desde la Cruz como Madre de todos los hombres.
--Gracias por tu amor desbordante derramado a raudales para que todos seamos felices.
Rezando el Gloría, te alabamos por tu grandeza, por tu bondad. Y, sobre todo, te alabamos por tu corazón misericordioso, por tu corazón sincero y justo, por tu corazón preocupado por todos los hombres, en especial por los que más están sufriendo.
LA TRANSFIGURACIÓN DEJA VER EL INTERIOR
El evangelio nos dice con reiteración que “todos quedaban admirados y daban gloría a Dios (Lucas. 5) y yo creo que no era para menos. “Hemos visto cosas admirables” dicen también los que presencian una curación. Y es que, verdaderamente es admirable, tener capacidad de asombro ante el evangelio de Jesús.
Pero yo lo echo en falta en nuestra sociedad. No hace muchas semanas leíamos en la liturgia “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos la salvación” (Is. 25) pero ¿Dónde está? Creo que Él sigue oculto entre las personas porque no somos capaces de transparentarlo.
Es cierto que pasa a nuestro lado pero, la mayoría de las veces, sin que seamos capaces de reconocerlo. Sin embargo yo sé bien que está a mi lado, que camina a conmigo, que me socorre, que me ayuda… aunque no sepa decir como, ni ponerle un oficio concreto. Pero está y eso basta para gozarme y celebrarlo con el mayor agradecimiento.
Yo creo que, desde hoy, cuando recite El Gloria en la eucaristía, ya no será para mí una oración rutinaria. Será algo cantado, recitado, salido del alma. Seré conciente de cada afirmación, de cada alabanza de cada petición:
“Tú que quitas el pecado del mundo: ten piedad de nosotros. Tú que quitas el pecado del mundo: atiende nuestra súplica…”
Por eso, Jesús, quiere invitarnos a todos a que contemplemos su gloria allá donde nos encontremos, para decirnos amorosamente:
Amigo: Levántate. Sal de tu instalación cómoda y sosegada, sal de todo lo que te aprisiona, de lo que te esclaviza… porque sólo cuando seas libre podrás acompañarme hasta la cima del monte de la Transfiguración.
Sal, también de ti mismo. No te importe renunciar a tus criterios, a tus puntos de vista, a creer que lo sabes todo.
Toma conciencia de que formas parte del “pecado del mundo”, como cada día rezas al recitar El Gloria, mira tu pobreza, tu pequeñez. Porque cuando seas capaz de ello te darás cuenta de que con poco equipaje se escala mejor.
Bien sé que escalar cuesta. Bien sé que tendrás que abandonar muchas posesiones que tienes pegadas a ti, como si estuviesen incrustadas, pero con tanto peso la escalada es dura y ardua.
No tengas prisa, tómate el tiempo que sea necesario. Si estas cansado, ¡descansa! Puedes, en ese tiempo, hasta hacer una lista de lo que estás dispuesto a dejar. Pero ten la seguridad de que subiendo te encontrarás mejor, más fuerte, más oxigenado. Además el camino te ayudará a crecer y te hará más humano.
Pues bien sabes que lo que verdaderamente tiene importancia es haber trabajado, de tal manera, tu interior que al transparentarlo, los demás encuentren un motivo para dar gloria a Dios.
BENDICIENDO A DIOS
Es imposible ver a Jesús Transfigurado y no bendecidle. Pero si queremos bendecir al Señor hemos de situarnos en nuestra vida concreta. No vale el que lo bendigamos con los labios si nuestras acciones no se correspondan con las palabras; no sirve que pongamos normas para proclamar la gloria del Señor si nuestro corazón no salta de gozo.
Toda persona humana es un ser en camino, y ese camino nos va presentando una serie de alternativas, de las que cada uno desde su libertad, va cogiendo unas y dejando otras, mas cuando todo lo hacemos reconociéndonos criaturas de Dios, nos vamos insertando en la vida de Jesús, vamos subiendo al monte a su lado y sin pretenderlo nuestros actos hablan de la grandeza del Señor, prorrumpiendo en alabanzas.
No podemos, por tanto, basar nuestra vida en actos, sino en buscar las actitudes correctas, no vale conformarnos con oír homilías, sino desde ellas mirar donde tenemos puesto el corazón, no vale el cumpli-miento de “escuchar eucaristías” porque es precepto, sino llegar a la grandeza de vivirlas buscando en ellas a Dios.
Esto nos llevará a insertar la Eucaristía en nuestra vida, a proclamar la gloria del Señor, y de nuestro corazón brotará el agradecimiento para decirle con entusiasmo.
• Te alabamos, Señor, por la inmensidad de tus obras.
• Te alabamos, porque la alabanza es una oración de alegría, y sabemos que a ti no te gustan las caras largas.
• Te alabamos, porque tú eres el que quitas el pecado del mundo.
• Te alabamos en una oración de amor porque, Tú Señor, eres el que ha puesto el amor en nuestra alma.

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