17 mayo 2014

Recursos para Pentecostés 8

Culmina el tiempo pascual que hemos venido transitando, con la celebración de la festividad de Pentecostés: la llegada del Espíritu Santo prometido sobre los Apóstoles. Ese mismo Espíritu de Pentecostés, que con su acción puso en marcha y animó a la Iglesia primitiva a testimoniar y anunciar al Resucitado, hoy sigue animando y guiando el camino de nuestra Iglesia actual. A pesar de que nos cueste reconocer su presencia, el soplo del Espíritu Santo se manifiesta en cada uno de nosotros, su fuego continúa inflamando los corazones y suscitando sus preciosos dones, aunque, a veces, nos parezca lo contrario.
 
Para continuar nuestra reflexión acerca del tema, les propongo la lectura de un relato testimonial tomado del libro CEBs Hemos comenzado, del P. José Marins (Ediciones Paulinas), titulado “Fuego inextinguible”:
 
En la periferia de Lima, Perú, los pueblos jóvenes tienen muchas de sus casas construidas sobre casi dos metros de basura. A veces, se viene todo abajo, porque algún fuego, aunque pequeño, hace que las brasas persistan y lentamente vayan quemando la basura… semanas más tarde, un área se desploma.
 
El fuego que no se veía, siguió actuando y redujo todo a cenizas. Es como algo inextinguible. No se ve fácilmente. Pero actúa sin parar.
 
Además de lo dramático de aquella situación de pobreza, el fenómeno es como una parábola sobre la acción del Espíritu: discreta, persistente, acabando con la basura, tumbando nuestras seguridades…
 

 
Para la reflexión personal y grupal:
 
- Comencemos preguntándonos acerca de lo que sabemos sobre el Espíritu Santo: quién es, cuáles son sus dones, los efectos de su acción, etc.
 
- Luego, volvamos a leer el relato, y señalemos aquello que nos parezca más importante. También podemos compartir nuestra opinión sobre la comparación que hace Marins entre aquella experiencia y la acción del Espíritu.
 
- Traslademos ahora esta experiencia a nuestra vida personal y comunitaria:
¿Consideramos que ocurre lo mismo en nuestra vida cotidiana personal, eclesial, etc.? ¿Experimentamos la presencia del Espíritu en nuestra vida, actuando de modo constante, discreto, persistente, etc.? ¿Podemos graficarlo con algún ejemplo? ¿De qué otras maneras creemos que el Espíritu se hace presente en nuestra vida y conduce a la Iglesia? ¿Somos capaces de celebrar su presencia en nuestra historia?
 
- ¿Qué ejemplos y testimonios podemos citar como muestras de la presencia del Espíritu? ¿Nos cuesta reconocer la acción del Espíritu Santo en la vida ordinaria? ¿Por qué? ¿Qué cuestiones nos lo impiden?
 
- ¿Sentimos la necesidad de pedir, invocar y recibir al Espíritu Santo para poder, al igual que los apóstoles, iluminarnos, animarnos, fortalecernos, etc.?
 
- Analizar si el fruto de lo reflexionado, aprendido y celebrado en este Pentecostés nos motiva a vivir de una manera más profunda y comprometida nuestro testimonio de vida personal y comunitaria, en pos de la misión que el Señor nos encomendó.
 

 
Para profundizar nuestra reflexión:
 
3. "También vosotros daréis testimonio" (Jn 15, 27). La Iglesia, animada por el don del Espíritu, siempre ha sentido vivamente este compromiso y ha proclamado fielmente el mensaje evangélico en todo tiempo y en todos los lugares. Lo ha hecho respetando la dignidad de los pueblos, su cultura y sus tradiciones, pues sabe bien que el mensaje divino que se le ha confiado no se opone a las aspiraciones más profundas del hombre; antes bien, ha sido revelado por Dios para colmar, por encima de cualquier expectativa, el hambre y la sed del corazón humano. Precisamente por eso, el Evangelio no debe ser impuesto, sino propuesto, porque sólo puede desarrollar su eficacia, si es aceptado libremente y abrazado con amor.

Lo mismo que sucedió en Jerusalén con ocasión del primer Pentecostés, acontece en todas las épocas: los testigos de Cristo, llenos del Espíritu Santo, se han sentido impulsados a ir al encuentro de los demás para expresarles en las diversas lenguas las maravillas realizadas por Dios. Eso sigue sucediendo también en nuestra época. Quiere subrayarlo la actual jornada jubilar, dedicada a la "reflexión sobre los deberes de los católicos hacia los demás hombres: anuncio de Cristo, testimonio y diálogo".

La reflexión que se nos invita a hacer no puede menos que considerar, ante todo, la obra que el Espíritu Santo realiza en las personas y en las comunidades. El Espíritu Santo esparce las "semillas del Verbo" en las diferentes tradiciones y culturas, disponiendo a las poblaciones de las regiones más diversas a acoger el anuncio evangélico. Esta certeza debe suscitar en los discípulos de Cristo una actitud de apertura y de diálogo con quienes tienen convicciones religiosas diversas. En efecto, es necesario ponerse a la escucha de cuanto el Espíritu puede sugerir también a los "demás". Son capaces de ofrecer sugerencias útiles para llegar a una comprensión más profunda de lo que el cristiano ya posee en el "depósito revelado". Así, el diálogo podrá abrirle el camino para un anuncio más adecuado a las condiciones personales del oyente.

4. De todas formas, lo que sigue siendo decisivo para la eficacia del anuncio es el testimonio vivido. Sólo el creyente que vive lo que profesa con los labios, tiene esperanzas de ser escuchado. Además, hay que tener en cuenta que, a veces, las circunstancias no permiten el anuncio explícito de Jesucristo como Señor y Salvador de todos. En este caso, el testimonio de una vida respetuosa, casta, desprendida de las riquezas y libre frente a los poderes de este mundo, en una palabra, el testimonio de la santidad, aunque se dé en silencio, puede manifestar toda su fuerza de convicción.
Es evidente, asimismo, que la firmeza en ser testigos de Cristo con la fuerza del Espíritu Santo no impide colaborar en el servicio al hombre con los seguidores de las demás religiones. Al contrario, nos impulsa a trabajar junto con ellos por el bien de la sociedad y la paz del mundo.
En el alba del tercer milenio, los discípulos de Cristo son plenamente conscientes de que este mundo se presenta como "un mapa de varias religiones" (Redemptor hominis, 11). Si los hijos de la Iglesia permanecen abiertos a la acción del Espíritu Santo, él les ayudará a comunicar, respetando las convicciones religiosas de los demás, el mensaje salvífico único y universal de Cristo.

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