01 septiembre 2014

Espiritualidad franciscana: Lo minoridad franciscana

MENORES Y AL SERVICIO DE TODOS
La minoridad franciscana
Julio Micó, o.f.m.cap.
El descubrimiento del Jesús pobre como clave de un seguimiento radical y absoluto del Evangelio, llevó a Francisco a la profundización, hasta las propias raíces personales, de su pobreza como hombre. Su condición de criatura le enfrentaba con el hecho incuestionable de ser relacional. Había salido de las manos de Dios y toda su vida se apoyaba, quisiera o no, en esa gran preocupación divina que se espesa y concreta en lo que llamemos Providencia. Incluso el inmenso corazón de Dios le estaba aguardando, después de haberlo acompañado por el camino de la vida, para que descansara junto a Él y pudiera participar, ya de una forma definitiva, en el único ejercicio de la alabanza y el amor.
Aceptarse como don suponía también aceptarse como pobre; sobre todo después que Jesús, rico por ser Dios, se rebajase hasta empobrecerse, tomando nuestra condición humana y sirviéndonos de guía para que le siguiéramos por el camino del Evangelio a la meta de su realización y la nuestra: el Padre que nos ama.

Pero la pobreza de Jesús no se limitó a ir escaso de cosas para poder permanecer abierto al amor del Padre y disponible a su voluntad. Jesús es el pobre humillado que asume su condición de siervo para liberarnos a los demás de la propia servidumbre. Por eso Francisco vivirá también su pobreza desde la humildad que proporciona el saberse puro regalo del amor de Dios y, por tanto, no encontrar motivos donde apoyar sus derechos sino en la debilidad y el servicio.
La minoridad es una de esas palabras poco inteligibles, debido a su inusualidad dentro del lenguaje común. Incluso el vocablo "menor", más conocido y de mayor utilización, es empleado casi exclusivamente en términos cuantitativos, dejando su faceta espiritual para unos pocos iniciados en el franciscanismo. Además, existe una dificultad añadida y es que, aun dentro de la familia franciscana, la minoridad es un valor que se cotiza poco, quedando en una mera retórica literaria -y ésta escasa, a la vista de la poca bibliografía sobre el tema-, sin impregnar ni las actitudes ni las estructuras de los que nos decimos seguidores de Francisco.
Sin embargo, dentro del calidoscopio de valores que configura el carisma de Francisco, la minoridad es determinante, por cuanto que colorea a todos los demás, haciéndolos franciscanos. Si hubiera que nombrar el valor original que identifica al Movimiento franciscano, sin lugar a dudas habría que pronunciar esta palabra: Minoridad.
A pesar de su importancia, la percepción y definición de la minoridad sigue siendo dificultosa, porque no tiene unos límites concretos, sino que su contorno se difumina hasta mezclarse con la pobreza de espíritu, la humildad, la sencillez, el servicio, etc. No obstante, hay que intentar acercarse a ella, porque de su conocimiento y asimilación depende el que retomemos un franciscanismo original que nos devuelva la frescura del Evangelio.
Celano, con su habitual juego de palabras para resaltar algo que le interesa, en este caso la Porciúncula, nos ofrece unos rasgos de Francisco que lo dibujan a la perfección: «Pequeño de talla, humilde de alma, menor por profesión» (2 Cel 18). No se puede decir más con menos palabras.
Francisco se consideró menor y se puso al servicio de todos, no porque tuviera una baja autoestima, sino porque percibió que la actitud de las bienaventuranzas es fundamental a la hora del seguimiento, ya que Jesús, además de anunciarla como actitud clave en la comprensión del Reino, la vivió con todas sus consecuencias.
La Fraternidad primitiva adoptó la minoridad, después de un proceso de clarificación, como valor identificativo del grupo. Desde el presentarse como Penitentes de Asís, pasando por Pobres menores, hasta llegar al definitivoHermanos Menores, debió de pasar un cierto tiempo. La noticia más fiable que tenemos nos la da Jacobo de Vitry en una carta de 1216, en la que confía a sus amigos la grata impresión que le había causado el «ver que muchos seglares ricos de ambos sexos huían del siglo, abandonándolo todo por Cristo. Les llamaban Hermanos y Hermanas Menores» (BAC, p. 963).
El relato de Celano que refiere el momento en que Francisco impuso el nombre a la Orden, no puede ser remitido, sin más, a los orígenes. Es probable, como apunta el biógrafo, que al escuchar las palabras que se dicen en la Regla (1 R 7,1-2) a propósito del desempeño de responsabilidades en las casas donde se sirve, Francisco exclamara: «Quiero que esta Fraternidad se llame Orden de Hermanos Menores» (1 Cel 38); pero hay que tener en cuenta que este fragmento de la Regla no bulada, por su carácter prohibitivo, no puede ser de los primeros años, ya que supone una experiencia negativa que no conviene olvidar para no repetirla.
Lo cierto es que el nombre de Menores que Francisco tomó como título oficial de la Orden, es una expresión de la actitud evangélica que los hermanos deben adoptar en el seguimiento de Jesús. Pero este hecho incuestionable de que la minoridad franciscana hunde sus raíces en el Evangelio, no quita que el ambiente del tiempo orientara y sensibilizara a Francisco y su Fraternidad hacia determinadas formas de conducta con las que expresar su opción radical por el Evangelio, ya que éste puede adoptar distintas configuraciones según el lugar sociorreligioso desde el que se lea.
1. UNA SOCIEDAD DE MAYORES Y MENORES
La sociedad medieval en que le tocó vivir a Francisco, en concreto Asís y sus alrededores, despertaba con euforia de una situación de inconsciencia y servilismo que le empujaba a autoafirmarse y hacerse respetar, costara lo que costara, ya que de ello dependía su identidad e, incluso, su propia supervivencia. La visión jerarquizada en clases sociales que había heredado del pasado le condicionaba a la hora de comprender la realidad, puesto que no podía hacerlo sino a partir de unos esquemas determinados.
Los términos mayor y menor forman parte de una terminología con amplia tradición y difusión. Basta hojear cualquier manual de la historia del derecho italiano para ver que los hombres libres de la ciudad se dividían en mayores, medianos y menores. Los ejemplos aparecen ya a finales del siglo X, y, tal vez por comodidad, tiende a desaparecer el término mediano, para dejarlo en un simple bipolarismo: mayores y menores. El contenido real de estas clases sociales difiere según lugares y tiempos. Así, en Alba, en un documento de 1259, mayor era quien tenía un patrimonio de al menos 300 libras, mediano quien lo tenía de entre 100 y 300 libras, y menor el que no llegaba a 100. Un poco más tarde y en el común rural de Anghiari, se llama mayores a los caballeros y a sus hijos, a los jueces y a los que suelen conservar los caballos en tiempo de guerra; menores, a los que van todos los días a trabajar al campo por algún tipo de remuneración; a todos los demás se les llama medianos. Se puede decir quemayores y menores eran fórmulas prácticas de organización que servían para todos los estamentos, tanto sociales y políticos como religiosos.
Acercándonos más a Asís, en un documento de 1178 se habla de «todo el pueblo y la ciudad espoletana, mayores y menores de la ciudad de Espoleto»; y siete años después, Federico I recibe bajo su protección «a todos los ciudadanos espoletanos, tanto mayores como menores». Son muchos los casos en los que estos dos términos designan la cualidad o composición de determinados organismos. Así había caballeros mayores y menores, cónsules mayores y menores; y en la misma Asís parece que en el siglo XII los canónigos de S. Rufino eran calificados de mayores, mientras que los de Sta. María eran menores. Incluso en los pactos que se hicieron en Asís para solucionar los problemas del hominitium o servicio a los señores feudales, las partes en conflicto vienen determinadas como mayores y menores.
ASÍS ENTRE LOS SIGLOS XII Y XIII
Aunque Italia pertenecía al Imperio Germano, los Emperadores no demostraron demasiado interés en hacer sentir su autoridad. Si bajaban alguna vez a Roma, era para hacerse coronar o para arreglar algún asunto con el Papa. Ante esta falta de vigilancia, los feudales, primero, y los Comunes, después, fueron acumulando poder a costa de los Emperadores. Federico I Barbarroja se dio cuenta de esa permisividad y trató de solucionarla imponiendo nobles alemanes que vigilaran las ciudades. En Asís, concretamente, y después de haber aplastado su rebelión enviando las tropas de Cristiano de Maguncia en 1174, puso en la Rocca o castillo a su pariente Conrado de Urslingen con el fin de asegurar el mantenimiento del orden y la fidelidad de los ciudadanos.
El resquemor acumulado por los asisienses ante esta ocupación estalló violentamente en 1198. La ocasión fue la salida de Asís de Conrado para hacer entrega del Condado de Espoleto a los legados pontificios de Inocencio III. Los asisienses asediaron la Rocca, arrasándola por completo. Después fueron cayendo, una a una, todas las fortalezas que los feudatarios tenían en la ciudad, así como sus castillos. Los señores feudales tuvieron que huir a Perusa, lo que motivó el aumento de la tensión que, desde siempre, había existido entre ambas ciudades, y desembocó en la batalla de Collestrada de 1202, en la que participó y fue hecho prisionero Francisco. Poco a poco fueron volviendo a Asís hasta el punto de que en 1203 firmaron un tratado de paz con los representantes del pueblo a fin de fortalecerlo ante las amenazas exteriores. No se debió de conseguir mucho cuando en 1210 se tuvo que volver a suscribir otro pacto entre mayores y menores, términos, como ya hemos dicho, muy usuales en la división de la sociedad no sólo para designar niveles sociales y religiosos sino, incluso, políticos.
Estos dos conceptos expresan realmente el contenido sociopolítico de las dos facciones en lucha por el poder.Mayor y menor son términos que expresan una relación jurídica y personal por la que unos dominan a los otros convirtiéndose en sus señores. Si se han aplicado estos términos tan generales a los dos grupos en lucha es porque, efectivamente, servían para expresar la realidad: los mayores tenían más poder que los menores. Pero esto no quiere decir que los mayores representaran a los señores, y los menores a los siervos. Se trataba, más bien, de dos grupos sociales, poderosos por distintos motivos, que aspiraban a organizar la ciudad según contrapuestas ideas políticas. Por eso hay que desechar la imagen de que se trataba de un levantamiento del pueblo bajo contra los nobles que los dominaban, porque la realidad es que lo único que intentaba el Común con la Carta franchitatis de 1210 era terminar con los servicios feudales que todavía prestaban algunos ciudadanos, cosa que repugnaba al sentido de libertad cívica, para poder servir todos libremente al Común.
Esta liberación de servicios, no obstante, afectaba a unos pocos, puesto que la mayoría formada por los rurales o gente del campo y los miserables de la ciudad no eran propiamente ciudadanos ni, por lo tanto, tuvieron acceso a esta liberación. Para hacernos una idea de lo que significaban estas masas de marginados hay que recurrir a otras fuentes, como las franciscanas, para comprender que la gente de baja condición y despreciada, los pobres y débiles, enfermos, leprosos y mendigos (1 R 9,2), no aparecen en los documentos oficiales porque, sencillamente, no formaban parte de ese grupo de menores que buscaba mayor poder en Asís.
Esta comprobación hace difícil relacionar estrechamente el origen del nombre Hermanos Menores con losmenores de la ciudad, que representaban una fuerza política activa, mientras que la mayor parte de la población, y no digamos del campo, era demasiado mísera para poder ser menor. La minoridad franciscana, por tanto, tiene una raíz cultural que la remite a un contexto mucho más amplio que el de la situación sociopolítica de Asís o el mismo modelo evangélico de la pequeñez. Estas dos realidades, aunque aportan significado a la expresión minoridad, no agotan su contenido simbólico cultural, que va mucho más allá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario