26 septiembre 2014

Recursos Domingo XXVI Tiempo Ordinario

Las palabras se las lleva el viento. Dicen una cosa, pero el corazón dice otra. Al final, lo que manda es la COHERENCIA de las obras: «El amor se debe poner más en las obras que en las palabras», dictamina taxativamente Ignacio de Loyola (Ejercicios, no 230). Una INCOHERENTE COHERENCIA.
UN TEXTO
“Cuando la persona que hacemos creer a la gente que somos se ha convertido en nuestra defensa contra quien somos en realidad, estamos lo más lejos que podemos estar del antiguo significado de la humildad, que es el sutil arte de ser uno mismo. Entonces no son las joyas que llevamos las que son falsas, sino nosotros”. (Joan Chittister)

EN VERDAD
En un pueblo lejano, un rey muy anciano convocó a sus cinco hijos a una audiencia privada en la que les daría una importante noticia. Todos asistieron y el rey les dijo: «Os voy a entregar una semilla diferente a cada uno de vosotros. Al cabo de seis meses deberéis traerme la planta que haya crecido. El que presente la planta más bella heredará el trono».
Así hicieron todos, pero uno de los jóvenes plantó su semilla y no germinaba por más cuidados que la daba. Mientras, todos los demás no paraban de hablar de las hermosas plantas que habían crecido de sus semillas.
Llegó el momento y acudieron a su padre con sus preciosas y grandes plantas. Todos menos uno, que llevaba en la mano la semilla que su padre le diera seis meses atrás. Cabizbajo, triste y muy avergonzado, se presentó el último ante su padre. Al ver el resto de los hermanos que no llevaba nada, hablaban entre ellos y se burlaban de él.
El alboroto fue interrumpido por la llegada del rey a la sala que, con atención, observó las cuatro plantas y la semilla, que permanecía en la palma de la mano de uno de sus hijos. Se sentó en el trono y llamó a su lado al joven sin planta. «Aquí tenéis a mi heredero -dijo el rey ante el asombro de todos-. Eres sincero y valiente, pues fuiste el único que no cambió una planta crecida por una semilla infértil».

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