17 noviembre 2015

Domingo 22 noviembre: Jn 18, 33b-37 (Evangelio Domingo de Cristo Rey)

El relato de la pasión, en el evangelio de Juan, alcanza la cumbre con la muerte de Jesús, Rey sobre la cruz. El árbol no es signo de muerte, sino de gloria, de soberanía, de vida en plenitud. El evangelista quiere hacer presente a los ojos de la fe la entronización de Jesús en la cruz. Para ello, despliega su relato a través de múltiples escenas que confieren una viva tensión dramática a lo que acontece. Así sucede en el episodio del interrogatorio de Pilatos a Jesús.
Los cuatro evangelios coinciden en describir un doble “proceso judicial” al que fue sometido Jesús: ante las autoridades religiosas del pueblo (el Sanedrín) y ante la autoridad política romana (el gobernador Poncio Pilatos). Juan, a diferencia de los otros tres, desarrolla con mayor amplitud el segundo proceso. Siete escenas se van sucediendo, unificadas por un esquema espacial de “entrada – salida”: dentro del palacio, Jesús y Pilatos; en el atrio, Pilatos y los judíos. En el interior se pone de manifiesto la soberanía de Jesús, coronado de espinas, mientras que en el exterior se destaca el odio del pueblo que vive en las tinieblas y “condena” a Jesús.
La segunda escena, en el interior, gira en torno al tema de la realeza de Jesús. El diálogo con Pilatos, en estilo directo “yo-tú”, de modo que el lector se sienta involucrado, da pie a la última auto-revelación de Jesús: «Tú lo dices, yo soy rey». Tres son las afirmaciones que describen la realeza de Jesús.

En primer lugar, y centro del relato, Jesús se manifiesta como rey. Proclama con claridad su realeza. Rey no solo de los judíos, como había preguntado el gobernador, sino “rey en absoluto”: alcanza a la humanidad entera. El término “rey” aplicado a Jesús aparece tres veces: dos en boca de Pilatos y una, la decisiva, en las palabras del propio Jesús.
Segunda afirmación. «Mi reino no es de este mundo». También se repite en tres ocasiones. Jesús se distancia del estilo de «los reyes de este mundo». Su reino no se apoya en el poder, la fuerza o la autoridad. No se trata de un reino político, por ejemplo al estilo del imperio romano, sino de un nuevo estilo de ser y estar en el mundo. Por eso, mejor que de “reino”, se puede hablar de “reinado”, ya que hace referencia a una realidad dinámica, que está haciéndose. En el cenáculo, al lavar los pies a los discípulos, ha manifestado cómo se realiza su soberanía, cómo es su reinado, distinto a los poderosos de este mundo.
Tercera afirmación. «He sido enviado al mundo para ser testigo de la verdad». Tres veces, de nuevo, con la enigmática pregunta nal de Pilatos: «Y, ¿qué es la verdad?». La verdad de la que habla Jesús es su propia vida entregada. La forma verbal empleada, «ser testigo», tiene un carácter puntual. Quiere decir que es en el preciso momento de la cruz donde se revela esta verdad de Dios. Allí se pone de mani esto el amor que Dios ha tenido al mundo, que nos amó hasta el extremo, entregando lo más profundo de su ser.
La adhesión del hombre a la verdad, «el que escucha mi voz», significa hacer propia la vida de Jesús, aceptar su reinado de amor manifestado lavando los pies a los hermanos y entregando la vida en el trono de la cruz.
Óscar de la Fuente de la Fuente

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