08 diciembre 2015

III Domingo de Adviento, 13 diciembre. Homilía 1



JUAN NOS LLAMA A UNA SINCERA CONVERSIÓN
1.- Alégrate y gózate de todo corazón. Es el domingo de la alegría. El Señor, proclama el profeta Sofonías, librará a Jerusalén del acoso de todos sus enemigos No habrá nada que temer, pues el perdón de Dios extirpará de raíz todos los males y cancelará todas las condenas que pesaban sobre su pueblo. El amor del Señor hará maravillas en su pueblo, tanto que El mismo saltará de júbilo y se complacerá en su propia obra. Sofonías describe el amor y la alegría que tocan incluso al corazón de Dios: Él también se alegra de su propio triunfo en el hombre. La justicia de Dios se identifica con su misericordia y el resultado es la alegría. La comunidad de creyentes de hoy tiene también en su seno a gentes que, con su vida, muestran la verdad de Jesús. Profetas para nuestro tiempo que nos hacen cantar, como en el Salmo que recitamos hoy, que el Señor es nuestro Dios y salvador y no hay otro. El evangelio es "Buena noticia"; por tanto, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos, se manifiesta incluso en medio de las adversidades y nadie la puede quitar al que la tiene. Pablo en la segunda lectura exhorta repetidamente a la alegría porque el Señor está cerca.

2.- Una conversión que se traduzca en frutos de justicia. Juan Bautista predica la conversión primero al pueblo en general y, después, a diferentes grupos o estamentos sociales. No exige a nadie que haga penitencia vistiéndose de saco y cubriéndose la cabeza con ceniza. Juan no pide una conversión hacia el pasado, no pide lamentos y lágrimas sobre el pasado, lo que pide es un cambio hacia el futuro. La penitencia que predica ha de acreditarse por sus frutos y no por sus lamentos. En el rito bautismal, la Iglesia supone siempre esta pregunta en los catecúmenos: "¿Qué debemos hacer?", y responde diciendo: "Guardar los mandamientos", sobre todo el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. El Bautista predicó la penitencia en un mundo en el que el hombre vivía habitualmente en situaciones extremas y andaba preocupado por el vestir y el comer. En aquella situación, el Bautista exigía nada menos que la reducción del consumo al mínimo vital: una sola túnica y el pan de cada día, en beneficio de los excluidos y los hambrientos. Mientras haya hombres en el mundo que no tengan trabajo y lo necesario para vivir, nuestra sociedad estará condenada ante los ojos de Dios. ¿Cómo es posible que muchos estén tirados en la calle sin un techo para vivir, mientras otros tienen sus viviendas vacías? El amor al prójimo supone que se ha cumplido antes con la justicia. Estaremos convertidos de verdad si somos capaces de compartir con el que no tiene lo mínimo para vivir dignamente.
3.- ¿Qué tenemos que hacer? A los publicanos, es decir, a los cobradores de impuestos, Juan les dice que cobren según tarifa justa y que no recurran a artimañas para enriquecerse a costa de los pobres. Evidentemente, en nuestra sociedad los que más cotizan son los pobres. Ellos son los que sufren las consecuencias de la crisis, mientras hay políticos y empresarios corruptos que niegan el salario a los pobres. Por tanto, no se puede hablar de una verdadera conversión cristiana si los cristianos no estamos empeñados en una justicia auténtica. A los soldados, a la fuerza pública, el Bautista exige que se contenten con la soldada, que no denuncien falsamente y no utilicen la fuerza en provecho propio. El negocio de los armamentos está pidiendo a gritos una conversión pública. ¿Qué te diría a ti ahora el Bautista en tu situación concreta? Jesús utiliza un lenguaje diferente a Juan el Bautista. No ha venido a condenar a los hombres, sino a salvarlos. Pero también nos pide conversión y cambio de vida para construir entre todos una sociedad más justa.

José María Martín OSA
www.betania.es

¡QUÉ MI CONVERSIÓN ES POSIBLE!
1.- Juan y Julia vivían en la madrileñísima calle de Alcalá y desde sus balcones y sobre la cabeza de Esparteros se veía el Retiro (**). Ella, cáncer desde hacia más de dos años… Padre muchas cosas buenas he recibido del Señor, una buena familia que me educó, un marido al que me he entregado de lleno y ahí le tiene junto a mi sin dejarme un momento, una posición muy desahogada. Pero el don mayor es esta enfermedad que Él me ha enviado y que me ha encontrar la verdadera paz interior.
Y lo malo para mi mismo es que ella continuó: “dígame algo que me ayude a acercarme a Dios. Esta mujer desde su lecho era el centro de sus amigas, que la visitaban con frecuencia por la alegría que se desprendía de ella. Alegrías inexplicables. “Alegraos siempre en el Señor”, nos dice San Pablo desde la cárcel.
2.- Cuando se quiere pintar el catolicismo de nuestro pueblo –todavía– se pinta una larga fila de mujeres vestidas de negro, caminando tras un féretro, camino del cementerio en medio de los filas de cipreses. Y es posible que no sea así en las grandes ciudades por razones prácticas. Pero así sigue siendo en los pueblos y en muchas ciudades no tan grandes.
¿Y no tiene esa escena algo de verdad? ¿Cuántos que se dicen católicos cuentas sus misas asistidas por los funerales a que por obligación social han tenido que asistir? ¿No resultamos verdaderos aguafiestas, en medio de la alegría juvenil, cuando nuestro severo no hace más que reprender a todo aquello que no se hacía en nuestros tiempos?
¿Somos así los testigos de la Buena Nueva, de una Noticia Buenísima…? ¡del gran notición! Y el notición es que Dios se ha hecho uno de nosotros. ¡Tan cerca está! Y con eso mi vida vulgar, monótona, sin luz, sin alegría, puede cambiar ¡Qué mi conversión es posible!
3.- Qué sabias son las preguntas del pueblo sencillo que no viene a preguntar a Juan en quien creen. “Qué nos enseñas… ¿Qué debemos creer? ¡No…! “¿Qué tenemos que hacer?
El mismo Dios está cansado de palabras de sonidos vacíos y envía una Palabra, la única que Él tiene, y que es persona. El Reino de Dios se hace con personas y con hechos. Por eso la contestación de Juan es también sencilla: “Si tienes dos túnicas, da una”. “Haz justicia, deja de oprimir a los demás”.
Dejémonos de teologías, de convertirlo todo en asambleas y reuniones, vamos a comenzar cada uno a “hacer algo” por los que tenemos cerca de nosotros.
(**) Se refiere el Padre Maruri a la estatua ecuestre del General Esparteros que hay en el cruce de las calles de Alcalá y Príncipe de Vergara en Madrid. El Retiro es el gran parque urbano situado en el centro de la capital de España.

José María Maruri, SJ
www.betnia.es

¡QUÉ SE NOTE!
1.- Estamos en el ecuador del Adviento. Y, todas las lecturas, son vitaminas que nos levantan en el aire más optimista e ilusionante: ¡Grita de júbilo! ¡Alégrate y gózate de corazón! ¡Estad siempre alegres! Y, Juan, les anunciaba la Buena Noticia. Este domingo es un paréntesis en medio de, la cierta austeridad, que ha marcado este tiempo de adviento.
¡Tenemos tantos motivos para la satisfacción! El Señor viene. Y, si algo proporciona la próxima Navidad, no son precisamente regalos vacíos de cariño, sino pesebres desbordándose de amor de Dios. Y, por eso, amigos, toda la liturgia de este día es una llamada a sonreír, a cantar las alabanzas del Señor, a poner –en el horizonte de los próximos días– la estrella que nos lleva directamente al encuentro personal y comunitario con Dios.
2.- Un cristiano caminaba contento por una calle de una gran ciudad. Se encontró con unos jóvenes de un instituto que iban realizando una encuesta sobre “cómo se sienten los hombres hoy”. Al acercarse a esta persona, alegre y sonriente por fuera, le preguntaron: ¿Es usted feliz? Y, el cristiano les contestó: ¡Totalmente! ¡Acabo de escuchar un mensaje y de estar con Alguien que me hace sentirme bien! Los jóvenes, extrañados de tanta dicha, volvieron a preguntarle: ¿Y dónde podemos localizar a ese sujeto para que nos diga cual es y dónde está el secreto de la felicidad que Vd. tiene? ¡Ay amigos! No está muy lejos de vosotros. Si buscáis un poco, en el fondo de vuestro corazón, encontraréis la razón de mi felicidad: Dios.
3.- Un cristiano alegre alecciona más que mil palabras.
--¿Qué podemos ofrecer en el trabajo? El testimonio de nuestra pertenencia a la Iglesia
--¿Qué pueden ofrecer los padres a sus hijos? El ejemplo de una vida cristiana que es cuidada con la oración, con la bendición de la mesa, con la participación en la eucaristía
--¿Qué ofrecer los sacerdotes a los que nos observan y servimos? Una vida sacerdotal entregada, entusiasta, convencida y sin componendas
--¿Qué podemos ofrecer, los que todos los domingos escuchamos la Palabra del Señor? Un compromiso más activo a favor de las causas de los más pobres; una generosidad que nunca se canse ni exija condiciones; una coherencia, por lo menos en ciertos mínimos, que denoten que vivimos y seguimos a ese Alguien que es Jesús de Nazaret.
4.- La alegría cristiana (en estos tiempos donde el “laicismo” parece ser “un meteorito destructor” de ideales cristianos, que de repente algunos quieren imponer en el firmamento y en el universo de la sociedad moderna) no la podemos dejar guardada bajo llave en el cofre de los cuatro muros de una iglesia, en la familia, en las aulas de un colegio católico o en el seno de una comunidad que cree y vive en el Señor. Entre otras cosas porque, la alegría, es un bien escaso en nuestra sociedad. ¡Cuánta sonrisa forzada! ¡Cuánta alegría postiza y comprada!
-La alegría de la Navidad no la ofrece el destello de unos adornos que, entre otras cosas, ya ni recuerdan el contenido de lo que celebramos.
-La alegría de la Navidad, no la produce el licor. Eso, más bien, adormece y atonta los sentidos.
-La alegría de la Navidad, la más auténtica y duradera, surge cuando el hombre sabe que hay un Dios que viene; que está cerca; que nos quiere y que sale a nuestro encuentro para salvarnos. ¿Salvarnos? ¡Sí! Observemos el atolladero en el que, en más de una ocasión, nos debatimos y nos hemos metido y…comprobaremos que necesitamos de una presencia superior, que con rostro de Niño nos anime, nos aliente y nos haga despuntar en una alegría natural y sincera.
Y, ya sabéis, si algún regalo podemos ofrecer –caro y difícil de ver en el día a día– es la alegría que llevamos dentro. Y, en este Año de la Fe, la prueba de que somos hijos de Dios y de que estamos contentos en serlo es puede denotarse, perfectamente, en la alegría que sentimos dentro y que la manifestamos públicamente por fuera.

Javier Leoz

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