05 mayo 2016

La Ascensión del Señor: Homilías


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1.- AHORA NOS TOCA A NOSOTROS

Por José María Martín OSA

1.- También nosotros ascenderemos En la fiesta de la Ascensión celebramos que Jesús ha sido levantado por Dios y rehabilitado ante los ojos de sus discípulos. Celebramos que Jesús ha vencido la muerte, que es el último enemigo. El que padeció y murió bajo el poder de Poncio Pilato es hoy el que vive "por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación". Celebramos que ha resucitado no para volver a morir o regresar a un mundo dominado por la muerte, sino para ir "más allá". Celebramos que Jesús ha llegado a su destino, que ha cubierto el camino de nuestra esperanza, como adelantado y cabeza de todos los que se salvan, como primicia de la nueva humanidad. Si Jesús ha ascendido, también nosotros ascenderemos hasta llegar a la altura de los ojos de Dios, a cuya semejanza hemos sido creados. Porque también nosotros le veremos tal cual es, cara a cara.


2.- Una razón poderosa para vivir sin desaliento y sin miedo. En la segunda lectura de hoy, San Pablo pide para los fieles de Éfeso "espíritu de sabiduría y revelación" para conocer la esperanza a la que hemos sido llamados, la herencia de la que somos hechos partícipes y el poder de Dios que se manifestó poderosamente en Cristo, en su Resurrección y Ascensión, y que actúa ahora en nosotros. Esperemos que la oración de San Pablo alcance también para nosotros la luz que necesitamos para comprender lo que hoy celebramos. Más aún, como dice Pablo, los que siguen a Jesús no quedan descolgados, sino que han sido sentados con él a la diestra del Padre. Porque si Jesús, que es nuestra cabeza, una vez ascendido al Padre resulta ya inaccesible a la muerte y a los que matan el cuerpo, así también en cierto modo los que le siguen. La vida y el destino de los que creen en Jesús está escondida en Dios y nada ni nadie podrá arrancarlos ahora del amor entrañable que Dios les tiene. Una razón poderosa para vivir sin desaliento y sin miedo.

3.- “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?": Todo esto que contemplamos y confesamos, que escuchamos como palabra de Dios, no da pie a la evasión de la realidad y al encantamiento. Creer en la ascensión de Jesús no es quedarse con la boca abierta y los brazos cruzados. Es entrar en acción, es hacerse cargo de la misión recibida, es poner a trabajar la esperanza hasta que el Señor vuelva y se manifieste la gloria de los hijos de Dios. Si la vida de Jesús, de obediencia al Padre hasta la muerte y de entrega a los hombres sin ninguna reserva, se revela como ascensión a los cielos, los que nos llamamos cristianos y le seguimos sólo podemos tener la misma experiencia si vivimos como El. Si le seguimos con la cruz a cuestas: por la cruz a la luz.

4.- La hora de nuestra responsabilidad. Ahora sabemos cuál es nuestro destino, ahora tenemos un camino para correr, ahora es posible ya el caminar con esperanza; pero ahora es necesario dar alcance, paso a paso, al Cristo que se fue para que nosotros pudiéramos caminar. Cristo se va, y así comienza la hora de nuestra responsabilidad, la hora de escuchar y asimilar las palabras del Señor y recordarlas una a una, de realizarlas en este mundo, hasta que todo llegue a la plenitud y a la perfección que ya se ha realizado en Cristo. No pasamos por el mundo, ha de pasar el mundo con nosotros al Padre. La responsabilidad cristiana no es sólo responsabilidad ante Dios de nuestras propias almas, sino responsabilidad que asumimos del mundo entero, que Dios ha puesto en nuestras manos para llevarlo a su perfección. Exige de nosotros el compromiso en la realización de su promesa. Exige no boicotear la esperanza de los que sufren, sino hacerse solidario con ellos. Es la hora de recoger el "relevo" que Cristo nos da. Es la hora de la Iglesia y del Espíritu. Es la hora de la madurez y el compromiso.

2.- SE FUE FÍSICAME, PERO NOS DEJÓ SU ESPÍRITU

Por Gabriel González del Estal

1.- Aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre… dentro de pocos días vosotros seréis bautizados en Espíritu Santo. La ascensión del Señor a los cielos tuvo que dejar a los apóstoles y discípulos un sabor agridulce. Por un lado, miraban felices y entusiasmados, a su Maestro, porque había vencido el poder de la muerte y había triunfado sobre sus enemigos. Lo habían visto, glorioso y triunfante, ascender hasta los brazos del Padre. Pero, por otro lado, se miraban a sí mismos y se daban cuenta de que ahora se quedaban solos. Ellos solos, sin la presencia física guiadora y protectora del Maestro, ¿serían capaces de llevar a cabo la ingente y difícil tarea que les había encomendado de predicar el evangelio a todas las gentes? Yo creo que el dolor de la ausencia tuvo que dejarles, durante los primeros momentos, desorientados y tristes. Pero poco a poco iría ganando fuerza en ellos el recuerdo de las palabras de los dos hombres vestidos de blanco que les habían dicho que el Maestro volvería pronto lleno de majestad y gloria, tal como le habían visto irse. Unos días más tarde, la irrupción del Espíritu, en el día de Pentecostés, seguro que afianzó en ellos esta certeza y les llenó de entusiasmo y fortaleza. Tal como leemos en los escritos de los primeros siglos, fue precisamente esta confianza y esta seguridad de que el Señor volvería pronto lo que realmente mantuvo siempre vivo en los discípulos el entusiasmo y la fortaleza necesaria para seguir predicando en medio de tantas dificultades y persecuciones. Yo creo que a nosotros, a los cristianos de hoy, no debe ser tanto la esperanza en la segunda venida del Señor la que nos anime y nos mueva en nuestro trabajo de cada día, sino la certeza de que el Señor está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, como leemos en el evangelio. Es el Espíritu de Jesús de Nazaret, el Espíritu de Dios, el que queremos que nos guíe y guíe a su Iglesia hoy y siempre, hasta el final de los tiempos.

2.- ¿Qué hacéis ahí plantados, mirando al cielo? Lo que quisieron decir a los apóstoles los dos hombres vestidos de blanco, y lo que quieren decirnos hoy a nosotros, es que ahora es el tiempo de la Iglesia, es nuestro turno. Ya no podemos quedarnos parados, mirando al cielo, esperando que sea Dios, en persona, el que baje a la tierra a solucionar nuestros problemas de cada día. Dios quiere que seamos nosotros, en nombre de su Hijo y guiados por su Espíritu, los que hagamos posible la realización de ese Reino que nuestro Maestro inició e instauró ya en la tierra. No echemos a Dios la culpa de nuestros fracasos y de nuestros fallos. Él, por medio de su Hijo, ya nos enseñó el camino, ya nos dijo dónde estaba la verdad y la vida; lo que tenemos que hacer ahora nosotros es ponernos manos a la obra y no dejar que se pierda la obra que él comenzó.

3.- Que Dios... ilumine los ojos de vuestro corazón. Es con los ojos del alma con los que tenemos que mirar y ver la verdad de nuestra fe. Con los ojos del cuerpo no seremos capaces de ver la esperanza a la que se nos llama, ni la riqueza de gloria que Dios nos da en herencia, tal como nos dice San Pablo en esta carta a los Efesios. Sí, la Iglesia, y cada uno de nosotros, tenemos que vivir en este mundo como cuerpo de Cristo y esta fe es la que nos debe alimentar la esperanza y el amor para no desfallecer nunca y para actuar siempre de acuerdo con lo que nos dice nuestra Cabeza, que es Cristo Jesús. Esto sólo lo podremos ver con los ojos del corazón, con los ojos de la fe, que son con los que debemos mirar y ver siempre las cosas, a la luz del Espíritu. Es lo que San Pablo le pide al buen Padre Dios para todos los discípulos de Jesús de Nazaret.

4.- Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto. No tenemos que esperar hasta la segunda venida del Señor para empezar a disfrutar de la fuerza salvadora del Espíritu. Dios ya está entre nosotros y es su Espíritu el que nos guía. La fiesta de la Ascensión es consecuencia directa de la fiesta de la Resurrección y está íntimamente unida a la fiesta de Pentecostés. Las tres fiestas forman, como una unidad indisoluble, la Pascua del Señor. Con su resurrección, Cristo nos regaló la victoria sobre la muerte, con su ascensión nos enseñó a buscar las cosas de arriba y con el envío de su Espíritu nos infundió fuerza y vigor para no desfallecer ante las dificultades. Los cristianos deberíamos vivir siempre en el espíritu de la Pascua, porque, aunque el Cristo físico e histórico se nos fue, nos ha dejado su espíritu por siempre y para siempre con nosotros y entre nosotros. No se fue para no volver, se fue para volver. Pero su Espíritu sigue con y entre nosotros ahora y por siempre.

3.- EL FUEGO DEL ESPÍRITU SANTO

Por Antonio García-Moreno

1.- FUEGO VIVO. "Viendo aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno...” (Hch 2, 3). Cuando Jesús se despedía de ellos, les prometió que el Espíritu vendría para estar siempre con ellos. Una luz de esperanza quedó brillando en el corazón rudo y amedrentado de aquellos hombres. Estaban escondidos, rezando y esperando, con mucho miedo, las puertas cerradas, atentos a cualquier ataque por sorpresa. Pero ante la fuerza de Dios no cabe cerrar las puertas. Un fuego vivo llegó como viento salvaje, abriendo violentamente las ventanas. El soplo de Dios se había desencadenado de nuevo. En la primera creación había aleteado suave sobre las aguas y sobre la faz del hombre. La luz brotó en las tinieblas y en la mirada apagada de Adán. Ahora, en la segunda creación, su aleteo es violento, de fuego incandescente. Y esos hombres, cobardes y huidizos, son abrasados por el beso de Dios, sacudidos por el Espíritu. La luz ha brillado también en las sombras de sus ojos. Y enardecidos se lanzan a la calle a proclamar las maravillas de Dios, anunciando la Buena Nueva, lo más sorprendente que jamás se haya oído.

"Enormemente sorprendidos preguntaban: ¿No son galileos todos esos que están hablando?" (Hch 2, 7) Toda Jerusalén se ha conmovido ante aquel remolino arrollador. Una multitud corre hacia el lugar donde el viento de fuego desgajó puertas y ventanas. La sorpresa aumenta por momentos. Aquellos hombres han roto las fronteras de la lengua, y sus voces se oyen claras y sencillas en el corazón de cada hombre. Te lo suplicamos, Señor, haz que de nuevo venga el Espíritu Santo, que de nuevo llueva del cielo ese fuego vivo que transforma y enardece. Es la única forma que existe para que tu vida, la Vida, brote otra vez en nuestro mundo corrompido y muerto... Ven, sigue soplando donde quieras, mueve a la Iglesia hacia el puerto fijado por Cristo, fortalécela, ilumínala, para que sea siempre la Esposa fiel del Cordero. Desciende de nuevo sobre un puñado de hombres que griten ebrios de tu amor. Hombres que sean realmente profetas de los tiempos modernos. Sigue viniendo siempre, aletea sobre las aguas muertas de nuestras charcas, danos fuerza para seguir llenando de luz la oscuridad de nuestro pobre y viejo mundo.

"Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados..." (Jn 20, 21) Pentecostés, cincuenta días después de la fiesta pascual, cincuenta días de espera que se hacía cada vez más intensa a partir, sobre todo, del día de la Ascensión. Ha sido un período de preparación al gran acontecimiento de la venida del Paráclito. Hoy, el día de Pentecostés, se rememora ese momento en que se inicia la gran singladura de conducir a todos los hombres a la vida eterna, actualizar en cada uno los méritos de la Redención.

En efecto, con su venida, los apóstoles recuperan las fuerzas perdidas, renuevan la ilusión y el entusiasmo, aumentan el valor y el coraje para dar testimonio ante todo el mundo de su fe en Cristo Jesús. Hasta ese momento siguen con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. Desde que el Espíritu descendió sobre ellos las puertas quedaron abiertas, cayó la mordaza del miedo y del respeto humano. Ante toda Jerusalén primero, proclamaron que Jesús había muerto por la salvación de todos, y también que había resucitado y había sido glorificado, y que sólo en él estaba la redención del mundo entero. Fue el arranque, rayano en la osadía, que pronto suscitó una persecución que hoy, después de veinte siglos, todavía sigue en pie de guerra.

Porque hemos de reconocer que las insidias de los enemigos de Cristo y de su Iglesia no han cesado. Unas veces de forma abierta y frontal, imponiendo el silencio con la violencia. Otras veces el ataque es tangencial, solapado y ladino. La sonrisa maliciosa, la adulación infame, la indiferencia que corroe, la corrupción de la familia, la degradación del sexo, la orquestación a escala internacional de campanas contra el Papa. Las fuerzas del mal no descansan, los hijos de las tinieblas continúan con denuedo su afán demoledor de cuanto anunció Jesucristo. Lo peor es que hay muchos ingenuos que no lo quieren ver, que no saben descubrir detrás de lo que parece inofensivo, los signos de los tiempos dicen a veces, la ofensiva feroz del que como león rugiente merodea a la busca de quien devorar.

Pero Dios puede más. El Espíritu no deja de latir sobre las aguas del mundo. La fuerza de su viento sigue empujando la barca de Pedro, las velas multicolores de todos los creyentes. De una parte, por la efusión y la potencia del Espíritu Santo, los pecados nos son perdonados en el Bautismo y en el Sacramento de la Reconciliación. Por otra parte, el Paráclito nos ilumina, nos consuela, nos transforma, nos lanza como brasas encendidas en el mundo apagado y frío. Por eso, a pesar de todo, la aventura de amar y redimir, como lo hizo Cristo, sigue siendo una realidad palpitante y gozosa, una llamada urgente a todos los hombres, para que prendan el fuego de Dios en el universo entero.

2.- LA FIESTA DEL FUEGO. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados..." (Jn 20, 21). Pentecostés, cincuenta días después de la fiesta pascual, cincuenta días de espera que se hacía cada vez más intensa a partir, sobre todo, del día de la Ascensión. Ha sido un período de preparación al gran acontecimiento de la venida del Paráclito. Hoy, el día de Pentecostés, se rememora ese momento en que se inicia la gran singladura de conducir a todos los hombres a la vida eterna, actualizar en cada uno los méritos de la Redención. En efecto, con su venida, los apóstoles recuperan las fuerzas perdidas, renuevan la ilusión y el entusiasmo, aumentan el valor y el coraje para dar testimonio ante todo el mundo de su fe en Cristo Jesús. Hasta ese momento siguen con las puertas atrancadas por miedo a los judíos. Desde que el Espíritu descendió sobre ellos las puertas quedaron abiertas, cayó la mordaza del miedo y del respeto humano. Ante toda Jerusalén primero, proclamaron que Jesús había muerto por la salvación de todos, y también que había resucitado y había sido glorificado, y que sólo en él estaba la redención del mundo entero. Fue el arranque, rayano en la osadía, que pronto suscitó una persecución que hoy, después de veinte siglos, todavía sigue en pie de guerra.

Porque hemos de reconocer que las insidias de los enemigos de Cristo y de su Iglesia no han cesado. Unas veces de forma abierta y frontal, imponiendo el silencio con la violencia. Otras veces el ataque es tangencial, solapado y ladino. La sonrisa maliciosa, la adulación infame, la indiferencia que corroe, la corrupción de la familia, la degradación del sexo, la orquestación a escala internacional de campanas contra el Papa. Las fuerzas del mal no descansan, los hijos de las tinieblas continúan con denuedo su afán demoledor de cuanto anunció Jesucristo. Lo peor es que hay muchos ingenuos que no lo quieren ver, que no saben descubrir detrás de lo que parece inofensivo, los signos de los tiempos dicen a veces, la ofensiva feroz del que como león rugiente merodea a la busca de quien devorar.

Pero Dios puede más. El Espíritu no deja de latir sobre las aguas del mundo. La fuerza de su viento sigue empujando la barca de Pedro, las velas multicolores de todos los creyentes. De una parte, por la efusión y la potencia del Espíritu Santo, los pecados nos son perdonados en el Bautismo y en el Sacramento de la Reconciliación. Por otra parte, el Paráclito nos ilumina, nos consuela, nos transforma, nos lanza como brasas encendidas en el mundo apagado y frío. Por eso, a pesar de todo, la aventura de amar y redimir, como lo hizo Cristo, sigue siendo una realidad palpitante y gozosa, una llamada urgente a todos los hombres, para que prendan el fuego de Dios en el universo entero.

4.- ¡VAMOS HACIA ÉL!

Por Javier Leoz

Cuánto impresiona, especialmente cuando éramos niños, ver cómo una locomotora entra en una estación de término arrastrando detrás de sí a un buen número de vagones llenos de personas, historias, penas, alegrías, sueños, ilusiones o proyectos.

1.- Al celebrar la Solemnidad de la Ascensión vemos a un Jesús que, después de cumplir su misión por este mundo, nos deja claras huellas de cómo alcanzar el cielo: siendo como Él, amando como Él y estando unidos al Padre como Él. Lo contrario (no ser como Él, no amar como Él y no estar unidos al Padre como Él) nos lleva a un descarrilamiento en vida de nuestro ser cristiano. ¿Para qué la fe y la esperanza –vías de nuestra vida cristiana- si no hay consecuencias prácticas que denoten nuestro apego al Evangelio?

Jesús es esa cabeza de “tren eclesial” que rompe el techo del mismo cielo para que, luego nosotros, corramos la misma suerte, su misma suerte. No podemos conformarnos con encaramarnos a unos conceptos más o menos éticos (el ser buenos) y mucho menos a confiar excesivamente en la misericordia de Dios (que no es misericordina ñoña). El cielo nos aguarda y, porque nos aguarda, creemos que merece la pena apostar por Jesús, entregarnos en nuestro entorno como Él lo hizo y saber que este mundo nuestro tiene un principio y un fin: DIOS. ¿Es él el cielo el horizonte de nuestro esfuerzo, trabajo, pensamiento?

2.- No hace muchos días una estadística de las iglesias en Alemania (Luterana, Católica y protestante) daban como porcentaje de los que creían y esperaban en una vida eterna un 27% de los luteranos y un 37% de los católicos. La mayor traición que podemos hacer a Jesucristo es quedarnos en Él como una fuente de valores (justicia, paz, hermandad y mil cosas más) y dejar de lado el motor y la raíz de su misión: Hijo de Dios que vino a salvarnos y a enseñarnos el sendero que nos conduce al cielo. Grave la tibieza de muchos cristianos (que se han quedado con el nombre pero sin sustancia) y pecado mayor el pensar que, Jesús, es tan de la tierra que no nos puede ofrecer otra realidad eterna y definitiva. ¡Pena y desgracia la de muchos cristianos que miran a la cruz y ya no saben ni lo que hay detrás!

3.- El Señor, una vez más, nos da testimonio de lo que es: Hijo de Dios. Como tal, para que no lo olvidemos, se pone en cabeza. Que no perdamos de la órbita de nuestras aspiraciones el contemplar cara a cara al mismo Dios. Como cristianos, en esta fiesta de la Ascensión del Señor, nos hemos de comprometer más activamente en y con la misión de Jesús. No podemos quedarnos mirando al cielo (con la vista perdida) pero tampoco clavados en lo pasajero o incluso creyendo que, la Iglesia, es una especie de ONG (como muy bien alertaba el Papa Francisco en el inicio de su pontificado.

Vayamos, con Él y por Él hacia el cielo. ¿Somos hombres y mujeres con ganas de cielo o sólo con ojos en la tierra?

4.- ¡DÉJANOS LA PUERTA ABIERTA, SEÑOR! (Javier Leoz)

Para gozar contigo, en la  presencia de Dios

cantando y proclamando

, con los ángeles y mil coros  celestiales,

que eres Santo y Dios, 

Dios y Santo,

eternamente santo por los  siglos de los siglos.



¡DÉJANOS  LA PUERTA ABIERTA, SEÑOR!

Y, después de entrar Tú en  el reino de los cielos,

Comprender esperando

 que, un día también nosotros,

tendremos un lugar en algún  rincón eterno

Y, al contemplar la grandeza  de Dios,

festejar, en la gloria de  ese inmenso cielo,

que ha merecido la pena ser  de los tuyos

permanecer firmes en tus  caminos

guardar tu nombre y tu  memoria

meditar tu Palabra y tu  mensaje

soñar con ese mundo tan  diferente al nuestro



¡DÉJANOS  LA PUERTA ABIERTA, SEÑOR!

Que no la cierre el viento  del camino fácil

Que no la empuje nuestra  falta de fe

Que no la obstruya nuestro  afán de tener aquí

¡DÉJANOS  LA PUERTA ABIERTA, SEÑOR!

Para vivir y morar contigo

Para amar y vivir junto a  Dios

Para sentir el soplo eterno  del Espíritu

Para gozar en el regazo de  María Virgen

¡NO  NOS CIERRES LA PUERTA DEL CIELO, SEÑOR!

5.- JESÚS REINA EN EL CIELO Y EN LA IGLESIA

Por Ángel Gómez Escorial

1.- El VII Domingo de Pascua acoge, desde hace ya bastante tiempo, a la Solemnidad de la Ascensión. Es obvio que en algunos lugares esta gran fiesta litúrgica sigue situada en el jueves de la VI Semana. Y es obvio que así fue antiguamente. Pero parece oportuna su posición en la Asamblea Dominical pues, sin duda, engrandece al domingo, pero también el domingo –el día del Señor—universaliza la celebración. Contamos en los textos de hoy con un principio y un final. Se leen los primeros versículos del Libro de los Hechos de los Apóstoles y los últimos del Evangelio de Lucas, autor también de los Hechos.

2.- Y en los Hechos se va a narrar de manera muy plástica la subida de Jesús a los Cielos y en el texto del Evangelio de Lucas se lee, también una expresión muy plástica de la despedida de Jesús que, sin duda, es impresionante: "Los sacó hacia Betania y levantando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos, subiendo hacia el cielo”. Interesa ahora referirse, por un momento, a la Segunda Lectura, al texto paulino de la Carta a los Efesios donde se explica la herencia de Cristo recibida por la Iglesia. Dice San Pablo: "Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos". Es, pues, la herencia de Jesucristo.

3.- Vamos a volver al texto del Libro de los Hechos porque aparece un detalle de mucho interés que expone, por otro lado, cuál era la posición de los discípulos el mismo día en el que Jesús se marchar, va a ascender al cielo: esperaban todavía la construcción del reino temporal de Israel. Parecía que la maravilla de la Resurrección, que ni siquiera la cercanía del Cuerpo Glorioso del Señor, les inspiraba para entender la verdadera naturaleza del Reino que Jesús predicaba. Y es que faltaba el Espíritu Santo. Va a ser en Pentecostés –que celebramos el próximo domingo—cuando la Iglesia inicie su camino activo y coherente con lo que va a ser después. Tras la venida del Espíritu ya no esperan reino alguno porque el Reino de Dios estaba ya en ellos. Y así se lo anuncia también: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo".

4.- Para nosotros, hoy, esa cercanía del Espíritu dos debe servir como colofón de todo el venturoso tiempo de Pascua. La Resurrección nos ha ofrecido el testimonio de la divinidad del Señor Jesús. Pero, al igual que ocurrió con los Apóstoles, nos falta todavía algo para entender mejor al Salvador. Sabemos que ha resucitado y "que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama", como dice San Pablo. Pero este Dios Padre, además, "desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro". Es muy necesario, leer y meditar, todo esto para sentirnos más cerca de Jesús y de su Iglesia.

5.- La Ascensión no es un puro simbolismo. Se trata del final de una etapa y es la que Jesús quiso pasar en la tierra para construir la Redención y poner en marcha el camino hacia al Reino. Bajó primero y volvió, luego, al Padre. Y de acuerdo con su promesa sigue entre nosotros. Su presencia en el Pan y en Vino, en la Eucaristía, es un acto de amor supremo. Y nadie que reciba con sinceridad el Sacramento del Altar puede dejar de sentir una fuerza especial que ayude a seguir junto a Jesús y a consolidar el perdón de los pecados. Hoy debemos reflexionar sobre cómo ha sido nuestro camino en la Pascua, de cómo hemos reconocido en el mundo, en la vida, en la naturaleza, el cuerpo de Jesús Resucitado. Y de cómo, asimismo, nosotros hemos subido un peldaño más en la escala de la vida espiritual. Pero, nos faltaran motivos y fuerzas. Y esas nos las va a dar el Espíritu de Dios, pero conviene que analicemos nuestro propio sentir y talante al respecto, para que nos aproveche más y mejor esa llegada del Espíritu.

6.- Probablemente, seguimos pensando en el reino temporal, en las preocupaciones de la vida cotidiana: el trabajo, en el dinero, en el éxito, en nuestros rencores y miedos. Pues si es así, no importa porque definiremos la esencia de dicho reino temporal. Una vez conocido, será más fácil de arreglar. Y será el Espíritu quien nos haga ver lo verdaderamente importante. Esperemos, pues. Con alegría y emoción. Solo nos queda una semana de espera.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

LA ASCENSIÓN-2016

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Desde que el hombre es hombre y parece que de ello hace muchos años, ha pretendido saber y procurarse una perduración, si le es posible. Se trata de existir por siempre. Le repugna desaparecer. Ese hombre del que hablaba, mis queridos jóvenes lectores, somos, entre otros muchos, evidentemente, todos nosotros.

2.- Según se escucha, hoy parece que para perdurar es suficiente que su historia se conserve en la memoria de los que le amaron a cada uno. Lo pienso cuando oigo decir en ciertos entierros y otras ocasiones semejantes: tú continuarás viviendo en nuestro corazón. Pero a mí me parece entonces escuchar algo así como: lo que te escuché, las conversaciones que tuvimos, las excusiones y viajes que hicimos juntos, tus fotografías y recuerdos, los conservaré guardados en el disco duro de mi cerebro… ¡triste consuelo, si se contenta con eso y se lo cree!

3.- La Fe que profesamos los cristianos nos enriquece espiritualmente, dándonos la seguridad de que, si bien moriremos, posteriormente, no me atrevo a decir después, ni de inmediato, ni luego, ya que son términos y teorías que están atrapadas entre las rejas del espacio-tiempo y la resurrección precisamente es la liberación de estos opresores barrotes.

4.- Quiso el Maestro que estuviésemos convencidos, y de alguna manera supiésemos, que la resurrección es otra manera de existir humanamente, que no perderemos nuestra identidad personal, que no dejaremos de ser nosotros mismos, aunque de otra manera. Que no mutaremos, ni nos reencarnaremos, en otra entidad. Existir vivo y siendo hombre de otra manera, esto es lo que nos espera. Una prueba valedera y al alcance de las entendederas de la buena gente de aquellos tiempos, eran que vieran que comía y bebía con ellos. No en solitario, o en un escaparate aislado y blindado, sino con ellos.

5.- Nosotros exigiríamos tal vez otra prueba. Gente de mi tiempo, edad y cultura, le hubiera gustado que en su presencia, en una pizarra, se entregara la división de un polinomio por un binomio x-a por la regla de Rufini. Con ello demostraría ser un buen alumno de matemáticas. Os he puesto este ejemplo-operación, mis queridos jóvenes lectores, porque dicho ejercicio era una de las típicas pruebas de examen de final de curso, una demostración de que éramos estudiantes con conocimientos bien estudiados, aunque, tal vez, no aprendidos. Nunca supe lo que significaba, ni para qué servía el tal ejercicio, pero era sin duda una demostración de haber cursado y de estar seguro de poder continuar siendo reconocido alumno. Los que no hayáis entendido el ejemplo, no os preocupéis. Se puede ser reconocido hombre de cultura, sin saber dividir un polinomio por un binomio x-a por la regla de Rufini, que yo tampoco ahora sé hacerlo. De una manera simple, comiendo y bebiendo juntos, les demostró que existía y era hombre, no un fantasma, como en algún momento pensaron.

6.- El pasado domingo día 1, unos cuantos, pocos, adultos, jóvenes, algunos chiquillos, otros niños y hasta un bebé, nos encontramos en una ermita, celebramos misa y a continuación comimos pescado al horno (en el lugar está totalmente prohibido encender fuego y esta manera es lo más semejante a las brasas que el Señor tenía preparadas para los peces conseguidos por aquellos 7 apóstoles. (Os acordaréis que era la lectura evangélica del tercer domingo de Pascua) Los pescados estaban enteros, con su correspondiente cabeza, aletas y espinas, para que se viera que eran auténticos peces. El pan era de cebada como el que ofreció el Maestro. Comido y masticado con dificultad, es decir, duro como una piedra, pero a mí me supo a gloria, o más bien a comida de resucitado.

7.- Pasamos un buen rato, esperamos, espero yo por lo menos, que Pentecostés, el Espíritu Santo, nos enriquezca con el coraje que tanto necesitamos para cambiar los criterios de vida, alejar los vicios y ser felices. Supimos que Él, el Señor y Dios, había pasado al frente, abriendo camino. Cuando el caudillo abanderado cruzaba la línea enemiga en las antiguas batallas medievales, todo el ejército estaba seguro de que podría penetrar en la plaza y avanzaban ellos victoriosos.

7.- Era Jesús, lo sabían por la experiencia de los bocados gustados en común, reconocían ahora, al ver elevarse al cielo y que una nube lo borrara de su vista, que existía de otra manera, pero que era Él mismo. Algo así esperamos nosotros que nos sucederá, ya que en Él hemos puesto nuestra esperanza. Y al meditar la Ascensión del Amigo, ser un poco más felices. (No os riais, mis queridos jóvenes lectores, de lo de la regla de Rufini o de mis posibles equivocaciones, esto me pasaba hace más de 70 años)

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