08 septiembre 2016

Domingo 11 septiembre: Homilías


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LAS PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA: EL AMOR MARCA LA DIFERENCIA

Por Gabriel González del Estal

1.- En aquel tiempo solían acercarse a Jesús los publicanos y pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: Ese acoge a los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo estas parábolas. Para entender bien el mensaje de las tres parábolas de la misericordia de Dios hacia las personas más necesitadas de atención y cogida es conveniente que nos fijemos en el por qué dice Jesús estas parábolas y a quiénes van dirigidas. Los publicanos y pecadores escuchaban a Jesús y Jesús se encontraba a gusto entre ellos, les hablaba del reino de Dios y les animaba a la conversión. Los fariseos y escribas consideraban a los publicanos y pecadores como enemigos y contrarios a la ley judía y, en consecuencia, como enemigos del reino de Dios. Lo que ahora les dice Jesús a los fariseos y escribas es que Dios, su Padre, no actúa así con los pecadores, sino que, al contrario, los busca constantemente y se alegra muchísimo al encontrarlos. Yo, les dice Jesús, actúo como actúa mi Padre, busco a los publicanos y pecadores y me alegro muchísimo cuando ellos me buscan a mí, se convierten, y se hacen acreedores del reino de Dios.
Este proceder tiene una única causa: el amor del Padre hacia todas las personas, con especial atención hacia las personas más alejadas y perdidas. Dios ama a las cien ovejas, y a las diez monedas, y a los dos hijos; por eso, se entristece tanto cuando pierde una, y se alegra tanto cuando la encuentra. Yo actúo como mi Padre: amo a las cien ovejas y a las diez monedas y a los dos hijos que tengo, por eso, me entristezco tanto cuando alguna se me pierde y me alegro tanto cuando encuentro a la oveja perdida y a la moneda perdida y al hijo perdido. Vosotros, los fariseos, publicanos y el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo, no os alegráis cuando un pecador se convierte, porque no le amáis como persona y sólo os fijáis en que es pecador. Mi Padre es rico en amor; vosotros no tenéis amor, por eso no entendéis a mi Padre y por eso no me entendéis a mí, que actúo como actúa mi Padre. Lo importante y lo que marca la diferencia, nos dice Jesús también ahora a nosotros, es tener mucho amor. Porque al que ama mucho, mucho se le perdona, y al que mucho se le perdona, ama mucho. El amor es lo que marca la diferencia.

2.- Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. En un lenguaje antropomórfico Moisés habla con Dios como quien habla con un padre lleno de amor hacia sus hijos. Sabe que Dios ama a su pueblo Israel con un amor entrañable y que esa es la causa de su enfado y de su ira cuando ve que su pueblo predilecto, Israel, le ha abandonado y ha preferido adorar al dinero, a un becerro de oro. Es tanta su ira, al no verse correspondido en el amor, que, por un momento, piensa abandonarlo y destruirlo. Pero Moisés conoce el corazón de Dios, un Dios cuyo corazón es puro amor, y se atreve a interceder por el pueblo que Dios mismo ha puesto bajo su dirección. El resultado de la intercesión de Moisés ya lo conocemos: Dios se arrepiente de su amenaza y perdona, una vez más, a su pueblo. También en este caso, como en las parábolas de la misericordia, vemos que el amor tiene siempre para Dios la última palabra. Fijémonos también, en este caso, en el poder de la intercesión. Moisés intercede por amor y Dios, que lo sabe, perdona también por amor. Apliquémonos ahora nosotros esta enseñanza: perdonemos siempre con amor y por amor, e intercedamos ante Dios para que nos perdone a todos, aunque seamos pecadores y hayamos adorado en más de una ocasión al becerro de oro, al dinero. Supliquemos con amor, perdonemos con amor y hagamos del verdadero amor a Dios y al prójimo el motor principal de todos nuestros actos.

3.- El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor en Cristo Jesús. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. No nos acobardemos, pues, nosotros ante Dios por nuestra condición de pecadores. Como le dice san Pablo, en su carta a Timoteo, Dios envió a su hijo al mundo para salvarlo. Fiémonos también nosotros de Cristo, acojámonos a su amor y a su misericordia, porque sabemos que el corazón de Cristo, como el corazón de su Padre, Dios, es un corazón misericordioso y lleno de amor. Y con amor y por amor intercedamos también hoy nosotros por todos los pecadores, por el pecado del mundo.

2.- POBRES HIJOS PRÓDIGOS HASTA LA CASA PATERNA

Por Antonio García Moreno

IDOLATRÍA DE HOY. "Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto..." (Ex 32, 7). Otra vez el pueblo escogido se ha olvidado de Dios, le vuelve la espalda y busca un dios más fácil, más hecho a la corta medida de sus corazones. Un dios manejable, un dios al que traigan y lleven de un lado para otro. Por eso los se hicieron un becerro de oro, un ídolo semejante al que habían visto en Egipto. Pobre corazón del hombre fabricándose dioses a su corta medida. Un amuleto, unos cuernos, una herradura, un gesto, una palabra, un número...

Otras veces el ser adorado es un hombre, una voz, un rostro, unas piernas que dan patadas o, en el peor de los casos, unos billetes verdes o azules, aunque estén viejos y manchados... Y ante todo eso se postran, por todo eso se afanan, se sacrifican sin escatimar nada. La historia, de un modo o de otro, se repite. Todos los hombres somos iguales, pueblo de dura cerviz, que se empeña en seguir su propio camino, en lugar de recorrer el que Dios ha señalado... Ojalá que reconozcamos nuestro pecado de idolatría y lo abandonemos. Ojalá volvamos nuestros ojos al Dios verdadero, el que de veras nos libra y nos salva.

"Entonces Moisés suplicó al Señor su Dios: ¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo?" (Ex 32, 11). No te enfades, Señor, con nuestra absurda actitud, no te llenes de ira al vernos tan lejos de ti, tan cerca de esos ídolos de nuestro cine y nuestro deporte, tan creídos en el poder mágico de cosas sin sentido. Al fin y al cabo somos hijos tuyos, obra de tus manos. Estamos bautizados, hemos sumergido en el agua a nuestro hombre viejo, lo hemos matado para hacer posible la resurrección de este hombre nuevo. Somos conquista de Cristo, Él nos ha ganado en el brutal combate del Calvario.

Y nos dice el texto sagrado que el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo... Repite tu gesto, tu perdón. Sí, no tomes en cuenta nuestras chiquilladas. No descargues el duro golpe de tu puño. Perdónanos una vez más. Y que tu perdón, tantas veces repetido, nos haga rectificar seriamente nuestra torcida ruta y encaminemos, decididamente, nuestros pasos hacia ti.

2.- RETORNAR SIEMPRE. “Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos..." (Lc 15, 2). Jesús, rodeado de publicanos y pecadores, escandaliza a la gente honorable de su tiempo. Ellos, los nobles y los sacerdotes, no podían admitir que quien pretendía ser el Mesías, el Rey liberador de Israel, alternara con aquella chusma. Por eso le criticaban y murmuraban entre ellos. El Señor, como siempre, sabe lo que está ocurriendo y pronuncia entonces las más bellas y entrañables parábolas que salieron de sus labios, la de la oveja perdida y la del hijo pródigo. ¿Cómo no ha de ir el pastor en busca de la oveja perdida, cómo se va a quedar tranquilo mientras no la encuentre? Dejará, eso sí, en lugar seguro el resto del rebaño, pero luego recorrerá el valle y la montaña, palmo a palmo, para llamar con silbos de amor a la oveja extraviada. Y eso es lo que hace Cristo con cada uno de nosotros, pobrecitos pecadores, hasta que logra encontrarnos, malheridos quizás y hambrientos, tristes y solos.

Sí, Jesús es el Buen Pastor que busca a sus ovejas a riesgo de su propia vida, el que se alegra cuando la encuentra, el que la acaricia y la consuela, el que carga con ella sobre sus hombros y vuelve dichoso al redil, porque apareció la que ya se daba por perdida. Para que entendamos lo que nos quiere decir, añade la parábola de la mujer que pierde una dracma y lo revuelve todo hasta dar con ella. Y, sobre todo, por si todavía estuviera oscura su doctrina de perdón y de amor, expone la parábola del hijo pródigo. Ese hijo menor, el más querido quizá, que pide su herencia con afán de independencia y de libertad, para abandonar a su padre y malgastar lo que tanto sacrificio y trabajo había costado. Conducta cruel y absurda que revivimos en nosotros mismos cada vez que cometemos un pecado mortal.

Aquel libertino pronto pagaría con creces su insensatez y su maldad, pronto gustaría la amargura de la soledad, el abandono de los que le festejaban cuando tenía dinero y le volvieron la espalda cuando se le acabó. Allí, entre aquellos cerdos, rumiaba su dolor y su vergüenza, lloraba en silencio al recordar la casa de su padre cuyos jornaleros vivían mil veces mejor que él. Recuerdo de la bondad y cariño de su padre que le hace renacer a la humilde esperanza de su perdón, aunque ya no pueda ser como antes, aunque ya no sea considerado como un hijo. Se contentaría con ser el último de sus criados. Incluso así estaría mucho mejor que entonces. En un arranque de valor y de humildad decide volver, sin importarle presentarse harapiento y vencido.

Cada atardecer se asomaba al camino aquel padre que no podía olvidar a su hijo menor y perdido, deseando su retorno con toda el alma. Por eso cuando le ve venir sale corriendo a su encuentro, lo estrecha entre sus brazos, le besa, ríe gozoso y también llora. Jesús piensa en el Padre que tanto ama a sus hijos que no ha dudado en entregar al Unigénito para redimir a los pecadores. Reflexionemos en todo esto, dejemos de una vez el andar tras del pecado, retornemos una vez más, siempre que haga falta, pobres hijos pródigos hasta la casa paterna, donde Dios nos espera con los brazos abiertos.

3.- LA TERNURA DE DIOS

Por José María Martín OSA

1.- Dios es misericordioso. El Salmo Penitencial (nº 50) y el Evangelio de la Misericordia (las tres Parábolas del capítulo 15 de Lucas) transmiten una feliz noticia: que Dios es misericordioso y bueno con nosotros. En el fragmento del salmo se expresan dos sentimientos: el reconocimiento de nuestro pecado ante Dios y la seguridad de ser renovados por su Espíritu en lo más íntimo de nuestro ser. El pecado es una infidelidad al amor que Dios nos tiene, y no una mera infracción de un código externo. El pecado nos separa de Dios, principio de vida. El perdón que Dios nos regala es una nueva creación, una renovación interior expresada mediante la imagen de "un corazón nuevo". La purificación profunda que el salmista pide a Dios produce la restauración de las relaciones con Dios. El pecador arrepentido se siente perdonado por Dios y quiere que todos los conozcan: "Señor, me abrirás los labios y mi boca proclamará tu alabanza". Quiere que todo el mundo experimente la misericordia de Dios y se hace pregonero de su amor. Dios acepta como única ofrenda "un corazón quebrantado y humillado".

2.- Es Dios el auténtico protagonista de las tres parábolas. En evangelio de Lucas se describen tres parábolas de la misericordia: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. En los tres relatos se repiten los binomios, perdido-encontrado y tristeza-alegría. La lejanía de Dios es lo que produce la pérdida y su cercanía la posibilidad del encuentro. La tristeza por la soledad experimentada lejos de Dios se transforma en alegría tras el encuentro. Es Dios quien toma la iniciativa de buscar al extraviado, simbolizado en la oveja perdida, la moneda o el hijo pródigo. Es Dios el auténtico protagonista de las tres parábolas.

3. –La ternura de Dios. La intención de Lucas en la llamada "Parábola del Hijo Pródigo" es manifestar la ternura de un Dios que nos invita a estar a su lado. Dios Padre refleja en su rostro los rasgos de la vida. El da vida a aquellos que, libremente, deciden seguirle. Dios Padre nos da vida porque es Amor. Habitar en la casa del Padre es gozar de la misericordia y el cariño de Dios. El hijo menor representa al discípulo autosuficiente que se ha alejado del camino. Lejos de la casa del padre no hay vida verdadera, sino desgracia y muerte. Pero el discípulo decide volver al buen camino y allí goza de la profundidad de la vida. El Padre lo acoge de nuevo y, de alguna manera, vuelve a engendrarlo. La acogida paternal y amistosa del Padre devuelve a aquel hombre la certeza de sentirse querido y lo rehabilita como persona. El hermano mayor es el paradigma del cristiano que siempre se ha creído en el camino adecuado, pero le ha faltado lo más importante: el amor que supone el encuentro personal con el Dios que nos da vida. Había vivido en la misma casa del Padre, ha pertenecido desde su bautismo a la Iglesia, quizá ha trabajado duramente en defensa de su fe, pero no ha experimentado el gran gozo del amor del Padre. Por eso pone dificultades a la misericordia, no entiende a una Dios que perdona siempre sin límites.

4.- El Padre es el auténtico protagonista de la Parábola. Debería titularse: "Parábola del Padre Pródigo en amor", o "Parábola del Padre que sale al encuentro y perdona". El Dios de Jesucristo es el Dios de la vida. Cuando nos alejamos de El nuestra vida se debilita. Cuanto más estemos lejos del fuego de su amor, más frío tendremos. Nos sentimos solos y abandonados, como la oveja perdida. Cuando nos cerramos a su amor, como el hijo mayor, nos invade la rutina, la desesperación y el desamor. Lo más significativo que nos enseña la parábola no es ni nuestra huida ni nuestra cerrazón, lo más importante es la misericordia y la ternura de Dios, que quiere que vivamos de verdad. Hemos de darnos cuenta de que Dios nos lleva en la palma de la mano, solo quiere nuestra autorrealización personal. Esta es la invitación que el Padre nos hace, ¿la aceptamos?

5.- La actitud de Dios es la acogida, la comprensión y el perdón. Es semejante a lo que me contó hace unos días un joven:

"Una mañana cuando me dirigía al trabajo en mi coche recién estrenado fui golpeado levemente en el parachoques por otro automóvil. Los dos vehículos se detuvieron y el chico que conducía el otro coche bajó para ver los daños. Yo estaba asustado, reconocía que la culpa había sido mía. Me daba terror tener que contarle a mi padre lo que me había sucedido, sabiendo que sólo hacía dos días que mi padre lo había comprado. El otro chico se mostró muy comprensivo tras intercambiar los datos relativos a las licencias y el número de matrícula de ambos vehículos. Cuando abrí la guantera para sacar los documentos me encontré que con un sobre donde vi una nota de puño y letra de mi padre, que decía: "hijo, en caso de accidente, recuerda que a quien quiero es a ti, no al coche".

Yo pensé al escuchar este relato: si esto lo hacen los padres y los amigos, cuánto más Dios que es Padre misericordioso. Pensé además, que Dios nos da siempre una nueva oportunidad y comprendí qué entrañables eran las palabras que escribió San Agustín tras su conversión. "Ahora te amo a ti sólo, a ti sólo sigo y busco, a ti sólo estoy dispuesto a servir, porque tú sólo justamente señoreas. Manda y ordena, te ruego, lo que quieras, pero sana mis oídos para oír tu voz". Comprendí qué es la auténtica conversión y lo que significa el amor misericordioso de Dios.

4.- QUÉ MATEMÁTICAS TAN RARAS… LAS DE DIOS

Por Javier Leoz

1.- Reiniciamos en muchas parroquias, o a punto de hacerlo, el curso pastoral. Y, en este tiempo de vuelta a la normalidad y a la responsabilidad en el campo de la fe, una vez más nos encontramos con el rostro de un Dios misericordioso y bueno: bondadoso, y además, con todos:

--Con aquel que ha llevado, por diversas circunstancias, una vida tortuosa y alejada de Dios, es recibido con lo que más a Dios gusta emplear: su misericordia

--Con aquel otro, que gastó inútilmente sus talentos, se pone de rodillas en el cenit de su vida esperando lo que sólo Dios es capaz de dar con creces: olvido de sus pecados

--Con aquel otro que intentó cumplir con unos mínimos o aquel otro vanidoso por haber cumplido al cien por cien con su cometido de hijo… es puesto a los pies de la cruz para que Dios perdone también su orgullo, soberbia o su egocentrismo

2.- La figura del PADRE, tal vez, no resuena con excesiva fuerza en muchos momentos de nuestra vida:

-Cuando nos sentimos dueños y señores de lo que acontece.

-Al pensar que es más fácil vivir sin referencia a Él y nos perdemos en una huida sin ton ni son con mucho ruido, errantes, pesarosos y sin horizonte.

-Si creemos que el destino depende exclusivamente de los hilos humanos y nos alteramos cuando, ese mismo destino, nos devuelve mil y una bofetadas cruentas en el rostro de la felicidad que profesábamos.

Pero la figura del PADRE tiene vigencia especial:

-Al rebobinar la película de nuestras correrías y ver las secuencias que nos han producido cicatrices y soledades, lágrimas y sufrimientos, desgarro y hasta divorcio con nuestra propia dignidad humana

-Cuando echamos una mirada atrás y vemos humear la casa del Padre donde El sigue esperando, cociendo y tostando en el horno de su misericordia el pan del perdón y de la generosidad, del encuentro deseado o de unas faltas que (para el Padre) nunca existieron en el hijo.

-Cuando en el roce con el mundo somos testigos de ingratitudes y de menosprecios y añoramos las caricias de la casa paterna, la palabra oportuna, el consejo certero o el abrazo de consuelo.

-Cuando nos sentimos incomprendidos por aquellos de los cuales esperábamos tanto y nos dejaron enterrados, crucificados con el recuento y el recuerdo de nuestros defectos.

2.- Siempre pensamos que la felicidad la podemos alcanzar fuera y lejos de nuestra propia casa. No somos, unos, impuros y, otros, puros ni, otros, plantas venenosas y los de más allá plantas perfumadas. Eso sí…Dios a todos trata por igual. ¡Qué matemática tan rara la de Dios!

Dios respeta nuestra libertad. Sufre, estoy convencido, al sentir y contemplar a este mundo nuestro tan de espaldas a Él. No me cuesta esfuerzo imaginar a un Dios, con lágrimas en sus ojos, al comprobar cómo la vieja Europa va alejándose montada en el Euro o muriendo en trenes de muerte, amenazada por la inseguridad o la ansiedad de los que tienen sed de sangre.

Sufre Dios por el despiste del hombre, pero deja que actuemos en libertad, e incluso a pesar de que muchos hagan dentellada o lancen pedradas contra la casa del Padre. Hoy el hombre, que escapa lejos de Dios, que vive embelesado en su propio rigor y sistema, siente de momento pocas ganas de volver hacia atrás.

--¿Qué ocurrirá cuando el capital vacíe de falsas alegrías el corazón del hombre?

--¿Qué ocurrirá cuando el hombre sienta que está arruinado porque gastó lo que aparentemente ganó?

--¿Se acostumbrará el ser humano a cambiar el traje de señor por el de esclavo?

3.- En nuestros colegios y comunidades, parroquias y grupos se va a iniciar un nuevo curso apostólico. Todas iniciativas que se retoman son un buen “buscador” para encontrar esas sendas de vuelta atrás y dar con los caminos que van derechos a la casa donde se vive más y mejor: la casa del Padre

Acaba el verano y nos adentramos en el otoño; ojala nos despojemos de tanta hojarasca y vuelva a resurgir, con la ayuda del Señor, nuestro aprecio por las cosas de Dios.

4.- VOLVERÉ, SEÑOR, PERO EMPÚJAME

VOLVERÉ, SEÑOR, PERO EMPÚJAME

De mis miedos y temores, hacia la seguridad en tus brazos

De mis angustias y ansiedades, al descanso de tu Palabra

De mis tristezas, a la alegría de saber que estás conmigo

VOLVERÉ, SEÑOR, PERO EMPÚJAME

Porque tengo miedo de intentarlo, y quedarme a mitad del camino

Porque tengo miedo de verte, y nunca encontrarte

Porque tengo miedo de volver, y mirar hacia atrás

Porque tengo miedo de pensar, y arrepentirme

VOLVERÉ, SEÑOR, PERO EMPÚJAME

Para dar con tu casa donde siempre hay una fiesta

Para entrar en tu jardín donde siempre es primavera

Para acostarme en tu pecho en el que siempre uno se siente reconocido

Para adentrarme en tu hogar y saber que siempre hay sitio

VOLVERÉ, SEÑOR, PERO EMPÚJAME

Para que no vacile y supere mis propios errores

Para que no malgaste los muchos talentos que me regalaste

Para que no exija más de lo que pueda ofrecer

Para que regrese y sea feliz de poder de nuevo verte

VOLVERÉ, SEÑOR, PERO EMPÚJAME

Y si por lo que sea dudo, dame fortaleza para triunfar

Y si por lo que sea caigo, levántame con tu Espíritu

Y si por lo que sea digo “imposible”, toca con tu mano mi mente pesimista

VOLVERÉ, SEÑOR, PERO… EMPÚJAME PARA LLEGAR HASTA TU HOGAR

5.- ¿NO TENEMOS LA HUMILDAD DE DEJARNOS AMAR TIERNAMENTE POR DIOS?

Por Ángel Gómez Escorial

1.- El texto de Lucas nos ofrece tres parábolas de Jesús que son praxis, declaración programática del Reino que esperamos, y, sobre todo, espejo del amor de Dios por sus criaturas. Nos llega más la del Hijo Pródigo por su cercanía, por su plasticidad, sin duda. Y, tal vez, también por esa magnífica pintura del maestro Rembrandt que acoge, en un ambiente de una cierta penumbra al huido y tapa su humanidad arrodillada por la fuerza de sus brazos de padre amoroso. Pero no hemos olvidar --¡para nada!—ninguna de las otras dos. ¿Verdaderamente alguno de nosotros abandonaría las cien ovejas para ir a buscar a la perdida? ¿No nos buscaríamos algún modo alternativo como por ejemplo mandar a un amigo es busca de la extraviada?, ¿mientras que nosotros guardamos la totalidad de nuestro capital –las 99 ovejas—no vaya a ser qué…se pierda todo? Y parece menos “fuerte” la de las diez monedas. Sin duda, una mujer comprometida con su hacienda hará limpieza general para recuperar la pieza perdida, pues, sin duda, le ayudará a cumplir su presupuesto doméstico, aunque –creo yo—es poco probable que anuncie a los cuatro vientos la pérdida y recuperación de la moneda. Pero tanto da. La cuestión es ilustrar la frase principal de Jesús: la alegría sin límite por la conversión de un solo pecador. Dios, nuestro Jesús, los cuenta uno a uno a los que vuelven al redil, aunque, ya lo sabemos, todos pasamos lista uno a uno ante su mirada. No somos un número o un anónimo. Somos un viejo amigo, conocido desde hace años, sobre el que no puede tolerar la ausencia, el abandono.

2.- Jesús de Nazaret vino al mundo a convertir a un pueblo que se había alejado del mensaje original de Dios, que se había enfrascado en una religión política, fuertemente estructurada, que había terminado por desfigurar la verdadera esencia de Dios que no es otra que la del Dios del Amor. Los judíos de tiempos de Jesús, forzados por los estamentos de la religión oficial, ya sólo adoraban a la norma y con ella habían metido a Dios en una jaula de oro. El hundimiento de esa sociedad y el alejamiento de Dios era total, de una profundidad que, prácticamente, les convertía en paganos en adoradores de las piedad del Templo y de los libros de culto, olvidando a la gente, olvidando el amor que Dios tiene por sus criaturas.

3.- La necesidad de cambio era urgente. Ese pueblo alejado de la realidad divina comenzaba a vivir en la tiniebla de insolidaridad y de la dureza de corazón. La difícil situación política y económica suscitada por la invasión romana acrecentaba ese materialismo cotidiano. Era necesario volver a predicar el Reino de Dios y su pronta llegada. Era necesario recuperar una a una las ovejas perdidas, las monedas extraviadas o los hijos huidos. Por eso Jesús no duda en ofrecer a sus interlocutores las tres parábolas juntas. Pero, sin duda, es la el Hijo Pródigo donde se narra con enorme precisión la naturaleza de ese Padre que ama y espera. Si verdaderamente nos creyéramos en serio lo que Jesús dice de Dios Padre en la parábola del Hijo Pródigo viviríamos en una estado de felicidad total al saber que el Dios de todo es un padre lleno de amor que nos espera las veinticuatro horas del día. Pero a nosotros, tal vez e influidos por viejas doctrinas grecolatinas o como eco de algunos pasajes del Antiguo Testamento, preferimos esa otra idea de Dios como alguien poderoso, omnipotente, justo y severo. No tenemos la humildad de dejarnos amar tiernamente por Dios. Y eso es sencillamente malo porque Jesús, nuestro maestro lo explica perfectamente en toda su doctrina y muy especialmente con esta parábola del Hijo Pródigo. Pero aquí interesa, además, otra cosa. ¿Somos pecadores continuados?

4.- ¿Estamos apartados de Dios por la dureza de nuestro corazón? ¿Preferimos al breve placer que da la transgresión a la solidez del sentimiento fuerte y amoroso dirigido hacia nosotros por el irrefrenable amor de Dios por sus criaturas? Volvamos al Padre y Él nos obsequiará con un gran fiesta. Y no tengamos miedo ante el rigor del hermano “bueno” que se quedó junto a nuestro Padre y, que sin duda, le ayudó atinadamente en la administración de la hacienda. Sabremos convencerle y atraerlo hacia nosotros si nuestro talente es sincero y nuestro arrepentimiento profundo. Tal vez, él, nuestro hermano, también vivió en la soledad de no tener con quien compartir trabajos y anhelos…

Abramos nuestro corazón de par en par y dejemos entrar el amor, todo el amor, que nuestro Padre nos ofrece. ¿No tenemos la humildad de dejarnos amar tiernamente por Dios?

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

¿DONDE VA VICENTE?

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Os advierto, mis queridos jóvenes lectores, que la segunda parte del texto evangélico es el pasaje más importante, por contenido y calidad literaria, de la liturgia de la Palabra del presente domingo. Desde muy joven lo conozco, desde joven lo medito y lo explico, seguramente a vosotros os debe pasar lo mismo. He decidido, pues, este año y que no sirva de precedente, ignorarlo.

2.- En el texto del Éxodo que proclamamos hoy podemos distinguir dos partes. La primera corresponde a la actitud del pueblo escogido que acampa al pie de una montaña. La península del Sinaí es un enorme territorio poblado de innumerables montañas. Promontorios de roca viva, sin apenas vegetación. Los valles que hay entre ellos son arenosos, con alguna que otra palmera que indica que sus pies hay humedad. La vida en el desierto es dura, también para el beduino, que en momentos de crisis se siente atenazado por los peñascos que le impiden divisar amplios horizontes. Os escribo con conocimiento de causa, he caminado a pie, me he desplazado en todoterreno, he descansado y he dormido en varias ocasiones por tales tierras. Situado así el pueblo. Sin caudillo, sin costumbres religiosas establecidas y sin diversión posible, se interroga: ¿Qué hacemos aquí? Así comentan entre ellos.

2.- ¿Dónde va Vicente? donde va la gente, dice el refrán. ¿Por qué vamos a ser diferentes de los demás pueblos? El toro es un animal impresionante. Desde antiguo se ha fijado el hombre en él. Su fuerza de embiste y sus astas impresionan. Su agresividad es signo de poder y soberanía. Un buen símbolo de la divinidad. Las estatuillas de bronce fundido, chapado de oro, eran ídolos frecuentemente usados. Israel no quería ser diferente de otros pueblos. Funden uno y lo sitúan en lugar visible y de inmediato lo adoran. Ya son como los otros. Comamos y bebemos que racionalmente lejos estamos, se dirían satisfechos y olvidados del Dios que les ha sacado de la esclavitud de Egipto. Obraban con lógica, se dirían. Ahora bien la lógica humana difiere con frecuencia de la divina.

3.- Moisés en la cima está íntimamente unido a Dios, nada le turba. Pero Dios sí que se inquieta. Baja de inmediato, le dice. Contempla cómo voy a exterminar a los tuyos que me están traicionando, le confía. El místico no se desentiende de los hombres, ya que nunca está tan cerca de ellos, como cuando intercede ante Dios por los suyos. Moisés, como Abraham en Mambré, le habla a Dios confidencial y confiadamente. Y Dios cambia su proyecto.

4.- Nunca os olvidéis, mis queridos jóvenes lectores, de agradecer la labor de los hombres que en clausura o sin ella, dedican su vida a la oración. Cuando les visitéis, recordad que su vida semeja a la de Abraham o Moisés y procuraos su amistad, para que os alcance su intersección. O tal vez alguno de vosotros reconozca la voz de Dios que le invita a una tarea semejante.

5.- Cambio de tercio. Me sitúo en la primera parte del texto evangélico de hoy. La Caridad de Dios es inmensa, llega su cariño a todos. A los fieles de toda la vida y a los que quieren acampar a sus anchas y por su cuenta, exponiéndose o estando ya en peligro. Hasta ellos llega su Amor. A modo del buen pastor, deja el rebaño y acude a salvar al imprudente y esquivo. Admirable actitud. Todos, en algún momento nos hemos alejado. No perdamos la esperanza nunca, podemos apartarnos, pero no le demos la espalda, no le olvidemos del todo.

6.- Ahora bien, y esto no lo dice la parábola, no nos enojemos los que gozamos de su amistad, si observamos que Dios o un pastor suyo, se ocupa de otro que no goza de nuestra buena reputación. Los que hemos aceptado la misión de servir y ayudar a los demás, sabemos muy bien cuanto mal, cuanto fracaso ocurre, debido a la envidia de los buenos, que entorpecen la labor y que, evidentemente, no son tan buenos. Dejadle obrar al sacerdote o al líder, no os sintáis marginados, vuestro silencio y aprecio facilitarán su empeño y sin saberlo, estaréis colaborando eficazmente en la común edificación del Reino.

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