Con este pasaje celebramos la fiesta de Cristo, Rey del Universo. Y no se refiere a los momentos de “triunfo” de Jesús, sino a su momento final, al momento en el que ante los hombres parecía que todo terminaba: a su crucifixión. Ante esta “derrota”, vemos dos reacciones: una, la de las burlas de las autoridades, los soldados y el ladrón. Y otra, la del buen ladrón que le bastó ver a Cristo entregándose para dejarse envolver por su amor y arrepentirse. A los primeros, Jesús no les responde y no se deja tentar por sus llamados a que use su poder para liberarse de la cruz: “sálvate a ti mismo”. Al buen ladrón le da una hermosa respuesta que todos quisiéramos oír el día de nuestra muerte: “hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Cristo no es un rey al estilo humano. Es un rey que hace de la entrega a los demás su mayor triunfo; un rey que con su sacrificio y con su sangre, convierte al amor. Un rey con todo el poder del universo y que, sin embargo, no lo usa para darse comodidades, sino para servir y amar a los demás.
Cristo es un rey que no responde a los insultos, pero sí a las oraciones de quienes han descubierto en él, el perdón y el amor de Dios.
Seamos como el buen ladrón, que contemplando la entrega de Jesús, nos inspire a querer corregir nuestras fallas y seguirle. Seguro que a pesar del sufrimiento, las derrotas y las burlas, siempre encontraremos con Cristo, la paz, en esta vida y en la eternidad.
¿Pido en mis oraciones que Cristo me salve? ¿Uso mis posesiones y capacidades para servir a los demás (sobre todo a los más necesitados), y no sólo para comodidad mía? ¿Cómo reacciono ante las burlas de los demás?
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