Adviento, tiempo de esperanza
Comenzamos un nuevo año litúrgico con el Adviento, este tiempo cargado de esperanza que nos ofrece la Iglesia como preparación para celebrar con profunda alegría la Navidad, el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Tener esperanza es signo de vida. Dejar de esperar un nuevo día, un nuevo encuentro, un nuevo proyecto es signo de muerte… Cuando ya no esperamos nada de la vida estamos diciendo que no vale la pena vivirla y la tristeza y la desidia van inundando nuestro corazón…
El futuro nos genera mucha incertidumbre. El desamor, la enfermedad, los conflictos no resueltos, el trabajo, la familia, los problemas económicos, nuestras expectativas decepcionadas, la amistad…
pueden convertirse en temores que atenazan nuestra esperanza.
Vivir despiertos
El evangelio de hoy es una invitación a vivir despiertos y vigilantes. No se trata de vivir
atemorizados, sino alerta porque el amor no descansa, porque Dios siempre sorprende y sale a
nuestro encuentro. Si queremos descubrirle es imprescindible vivir atentos, en un esfuerzo vigilante
preñado de misericordia y cariño hacia el mundo.
Con frecuencia, más que despiertos vivimos adormilados, satisfechos de nosotros mismos. A veces
vivimos mucho del “postureo”, del qué dirán, del aparentar. Con una línea de vida muy superficial y
mediocre, enredados en muchas historias que nos alejan de lo esencial de nuestra vida: la primacía
de Dios y la misión salesiana.
El deseo de Dios tiene que llenar nuestro corazón de confianza en que las cosas pueden ser de otra
manera. La desconfianza y el miedo no pueden apoderarse de nuestro centro vital.
Puede resultar incómodo despertar y salir de nuestra zona de confort removiendo nuestras
seguridades… Sin embargo, el apóstol Pablo nos dice que "ya es hora de despertaros del sueño".
Tenemos que aprender, una y otra vez, a poner nuestra esperanza en Dios. Él siempre es fiel y tiene
un proyecto de felicidad plena para el ser humano. En el pesebre nace nuestra esperanza. Dios se
hace presente en nuestra historia para siempre. El tiempo de Adviento es una semilla cargada de
utopía, de deseo de Dios, de sueño de plenitud.
Es imprescindible recordarnos muchas veces estas verdades, especialmente cuando flojea nuestra
esperanza en el mundo, en la Iglesia, en nosotros mismos… Cuando el miedo parece que va
inundando nuestras entrañas… Cuando nos cansamos de entregarnos y empezamos a pasar
factura…
Es tiempo de renovar nuestra esperanza en el Señor Jesús que vino, viene y vendrá… Más allá de
nuestras limitaciones y errores, Dios siempre viene para sanar. ¡Feliz Adviento!
Sergio Huerta Moyano, sdb
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