11 enero 2017

Domingo 15 enero: Homilías


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1.- EL ES EL QUE QUITA EL PECADO DEL MUNDO

Por José María Martín OSA

1.- Vocación y misión. En el segundo canto del "Siervo de Yahvé" es él mismo quien toma la palabra y define su misión: “ser luz de las naciones para que la salvación de Dios llegue hasta el confín de la tierra”. Todo hombre tiene una vocación y una misión, que nace de la llamada que recibe de Dios. Pablo descubre su vocación y su misión, Juan también es consciente de cuál es su misión y la asume. Jesús, el auténtico "siervo de Yahvé", será presentado por Juan para llevar a cabo la misión que el Padre le encomienda: “es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Jesús carga con los pecados de sus hermanos, los hombres y se ofrece, aunque es inocente, para expiar por ellos. Él es quien restablece la relación del hombre con Dios, haciendo que el hombre y la mujer se reconozcan de nuevo como hijos suyos. Vocación y misión, ¿te has preguntado cuál es la tuya?


2.- Hacen falta testigos vivos del Evangelio. Reiniciamos de nuevo el año litúrgico con un evangelio que está en continuidad con la última fiesta del Bautismo de Jesús. Aparece Juan Bautista dando testimonio del Señor y señalándolo como el Mesías de Dios, como el Predilecto del Padre. Para el evangelio, la fe es ante todo experiencia viva y testimonio de esa experiencia, antes que doctrina o que dogmas o ritos o moral. Juan Bautista insiste en que él ha visto al Mesías y que de eso da fe. Desgraciadamente, muchos cristianos no han hecho esa experiencia de Cristo, no han “visto” al Señor, y sin “ver” es muy difícil hablar ni convencer a nadie. La crisis religiosa que vivimos hoy tiene mucho que ver con esta falta de “testigos” vivos del Evangelio. Y por eso, entre otros muchos factores, mucha gente ha dejado de creer en la Iglesia. Hay muchos cristianos bautizados, pero muy pocos convencidos y convertidos, muy pocos que hayan tenido experiencia de Jesucristo. Más que nunca hoy necesitamos ser “testigos” de Cristo, contagiar el amor que ha transformado nuestras vidas. Es fundamental formar comunidades cristianas acogedoras donde sea posible vivir experiencias profundas de oración, de meditación de la Palabra de Dios, que estén cerca de los pobres, que vivan de verdad la Eucaristía. Que puedan decir de nosotros: he ahí un cristiano al que se le nota que Cristo está en su vida, porque irradia su amor, su paz, su alegría, su bondad.

3.- Jesús es quien quita el pecado del mundo. No habla el evangelio de hoy del pecado de cada ser humano sino del pecado del mundo. Jesús, figura de “el siervo” en la primera lectura, se hace “luz de las naciones” para que la salvación que Él trae y que Él mismo es, llegue a todos los rincones de la tierra. Al quitar el pecado del mundo nos libera de la fuerza de la fatalidad, desdramatiza la historia humana. ¿Qué es este pecado del mundo? Este pecado justifica estructuras que hacen perdurable y eficaz la realidad del mal. En el mundo hay una realidad que llamamos mal y que va más allá de lo que cada uno de nosotros hacemos. Sin embargo, es el resultado del egoísmo humano y de la ausencia de fraternidad. Pero el cristianismo dice que el mal no forma parte ni del proyecto creador, ni del ser de las cosas, ni de una especie de fatalidad con la que hubiera que pactar. Que Jesús sea quien quita el pecado del mundo quiere decir que nunca hay nada definitivamente perdido… que todo puede ser salvado, que tiene sentido nuestro esfuerzo por recuperarnos, por responsabilizarnos ante la acción del mal que daña al inocente. Este es el regalo de Jesús, su misión. Alguien espera, necesita que también sea la nuestra.

2.- LO DISTINTIVO Y SIGNIFICATIVO DE JESÚS NO FUE CUERPO, SINO SU ESPÍRITU

Por Gabriel González del Estal

1.- Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo. Es algo evidente: si de Cristo se nos dice que adoptó una forma plenamente humana, como un hombre cualquiera, pasando por uno de tantos, es porque, corporalmente, fue en todo semejante a cualquiera de nosotros, menos en el pecado. Lo distintivo y significativo de Jesús de Nazaret no fue tanto lo que hizo y dijo, sino el Espíritu con el hizo lo que hizo y dijo lo que dijo. Tener muchos conocimientos sobre lo que Jesús hizo y dijo es ser un buen Jesusólogo, en cambio, saber mucho sobre el Espíritu con el que Jesús hizo lo que hizo y dijo lo que dijo es ser un buen Neumatólogo. La sociedad cristiana necesita más buenos Neumatólogos, que buenos Jesusúlogos. Y, por supuesto, los cristianos, en general, lo que necesitamos es hacer lo que hacemos y decir lo que decimos con el espíritu con el que actuó y hablo Cristo. Por supuesto, que a una persona se la conoce por lo que hace y dice, pero no sabremos toda la verdad sobre una persona hasta que no sepamos por qué y con qué espíritu hizo lo que hizo y dijo lo que dijo. Con una mala intención, con un mal espíritu, se pueden hacer obras muy buenas. Una misma acción se puede hacer por motivos puramente egoístas, o por motivos altruistas. En nuestras catequesis actuales a los niños y, con mayor razón, a personas mayores, no debemos insistir tanto en detalles históricos sobre lo que Jesús hizo y dijo, porque eso dependió en gran parte del tiempo en el que lo hizo y dijo, y eso no es imitable para nosotros, en cambio debemos hablar más del Espíritu con el que hizo lo que hizo y dijo lo dijo, porque sí podemos en gran parte tratar de imitarlo. Debemos procurar que la vida y el Evangelio de Jesús puedan ser entendidos por la sociedad en la que nosotros vivimos. Las circunstancias de tiempo y lugar son fundamentales para entender lo que una persona hizo, o dijo. Estas circunstancias cambian, lo que no cambia para entender a una persona es entender su espíritu

2.- Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra. Estas palabras del profeta Isaías se refieren al siervo de Yahvé. Son muchos los comentaristas que piensan que el Siervo de Yahvé se refería al verdadero pueblo de Israel, aunque nosotros, los cristianos, siempre hemos visto prefigurado en el siervo de Yahvé a Jesús de Nazaret, a nuestro Mesías. Pues bien, el Mesías debe ser para todos nosotros la luz principal que guíe nuestro caminar en este mundo. Es decir, que Jesús debe ser nuestro camino para llegar al Padre, Dios, y la Luz que nos ilumine durante el camino. Esto, en nuestra sociedad no es algo fácil, ya que los valores que se viven en la sociedad actual son valores económicos, o políticos, o deportivos, pero casi nunca religiosos. Hacer que sea el Espíritu de Jesús el que guíe nuestro caminar nos exigirá vivir en muchos momentos en contra de los valores que actualmente se predican y de los que se habla constantemente. Por eso, los cristianos tenemos que acostumbrarnos a vivir hoy en minoría respecto a la mayoría de los ciudadanos. Respetando siempre a los demás, pero no aceptando todo lo que dicen y de lo que hablan constantemente. Que el Espíritu de Jesús sea nuestra verdadera luz, la luz que nos guíe a nosotros y la luz con la que nosotros intentemos guiar a los demás.

3.- La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo sean con vosotros. Estas palabras que san Pablo dirige a la primera comunidad cristiana de Corinto, son muy apropiadas para que las dirijamos hoy nosotros a todas las personas de nuestra comunidad cristiana. La gracia de Dios y la paz de Dios son de verdad lo que más nos hace falta hoy a todas las personas del mundo. Una gracia y una paz que son fraternidad, ejemplaridad, amor incondicional a todos. Aquí, desde Betania, queremos esta gracia y esta paz para todos los habitantes del mundo y, especialmente, para todos aquellos que se acerquen hasta nosotros de la manera que consideren más oportuna.

3.- JESUCRISTO, VÍCTIMA INMOLADA Y SEÑOR GLORIOSO

Por Antonio García-Moreno

1.- EL ORGULLO DIVINO.- El profeta va dibujando la figura del Siervo de Yahvé, y a través de diversos poemas va trazando los perfiles de ese personaje, que ha de salvar al pueblo de Dios. Hoy nos refiere que ese Siervo es el orgullo de Yahvé, su mayor motivo de gloria… Se refiere a Cristo, al Verbo encarnado, a Jesús de Nazaret. Él es, efectivamente, el mayor reflejo de la grandeza de Dios, es su imagen perfecta, es la manifestación mejor conseguida del amor divino, que nos tiene el Padre eterno.

Y nosotros, los cristianos, hemos de plasmar en nuestras vidas la figura entrañable de Cristo. Ser también manifestación del amor de Dios y motivo de orgullo para el Señor. Para conseguirlo sólo tenemos un camino, el de identificarnos con Cristo. Hemos de esforzarnos para imitarle, para vivir como él vivió, para morir como él murió, para ser como él es: reflejo de la bondad de Dios, orgullo del Padre eterno.

El Siervo de Yahvé congregaría al resto de Israel, a lo que había quedado de la casa de Jacob, aquellos hombres desperdigados por el mundo entero, aquellos que habían conservado en sus corazones la sencillez y la esperanza. Son los que la Biblia llama "pobres de Yahvé". Pero Cristo no se limitaría a reunir a ese "resto" preanunciado por los profetas. Él vino con una misión universal, él será, es la luz para todas las naciones. Y entre todos los pueblos habrá muchos que sigan a Cristo, atraídos por la luminosidad de su palabra.

También en esto hemos de asemejarnos a Cristo. Siendo como luces encendidas en medio de nuestro oscuro mundo. Y es que la misión de Cristo se prolonga en los que le siguen. Los que creemos en él somos, hemos de ser, una llamada a la esperanza. Y así cada cristiano que viva seriamente sus compromisos será como un punto de luz. De esta forma, todos encendidos, construiremos un mundo mejor, iluminado por el resplandor del amor de Cristo.

2.- EL CORDERO DE DIOS.- Las orillas del Jordán bullían de muchedumbres venidas de todas las regiones limítrofes. La fama del Bautista se extendía cada vez más lejos. Su palabra recia y exigente había llegado hasta las salas palaciegas, hasta el castillo del rey a quien recriminaba públicamente su conducta deshonesta. Al Bautista no le importó el peligro que aquello suponía. Por eso hablaba con claridad y con valentía a cuantos llegaban. A veces eran los poderosos saduceos, en otras ocasiones fueron los fariseos pagados de sí o los soldados que abusaban de sus poderes. Para todos tuvo palabras libres y audaces que denunciaban lo torcido de sus conductas y que era preciso corregir. Qué buena lección para tanto silencio y tanta cobardía como a menudo hay entre nosotros.

Juan fue fiel a la misión que se le había encomendado: preparar el camino al Mesías. Ello supuso el fin de su carrera, dar paso a quien venía detrás de él, ocultarse de modo progresivo para que brillara quien era la luz verdadera. Sí, el Bautista aceptó con generosidad su papel secundario y chupando llegó el momento se retiró, no sin antes señalar con claridad a Jesús como el Mesías anunciado, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Desde entonces su figura ha quedado vinculada a la del Cordero. Un título cristológico que encierra en sí toda la grandeza del Rey mesiánico y también su índole kenótica o humillante. El Cordero es, en efecto, la víctima inmolada en sacrificio a Dios que Juan contempla en sus visiones apocalípticas desde Patmos. Así en más de una ocasión nos presenta sentado en el trono a ese glorioso Cordero sacrificado, ante el que toda la corte celestial se inclina reverente, y canta gozosa y agradecida.

Por tanto, es a Jesucristo, víctima inmolada y Señor glorioso, al que se representa con el Cordero. Todo un símbolo que se repite una y otra vez, sobre todo en la liturgia eucarística, para que en nuestros corazones renazca el amor y la gratitud, el deseo de corresponder a tanto amor como ese título de Cordero de Dios implica. Es, además, todo un programa de vida, un itinerario marcado con decisión y claridad por los mismos pasos de Jesús. Aceptemos, pues, la parte de dolor y de sacrificio que nos corresponda en la vida y en la muerte. Ofrezcamos nuestros cuerpos como víctima de holocausto que se quema, no de una vez sino día a día y momento a momento, en honor y gloria de Dios. Si vivimos así, la esperanza renacerá siempre en medio de las dificultades, nos sentiremos vinculados al sacrificio de Cristo y, por consiguiente, asociados también a su triunfo.

4.- PARA SER CONOCIDO

Por Javier Leoz

No ha nacido Jesús para permanecer indefinidamente en el frío pesebre. Mucho menos para quedarse entre los aromas del incienso, en la debilidad simbolizada en la mirra o la realeza que resplandece en el oro. No ha descendido, Dios en nuestra carne, para contentarse con los agasajos de los humildes pastores, la visita regia de los Magos o el destello de la estrella que guía a los que buscan.

1.- El Dios desconocido, en las lecturas de hoy, comienza a revelarse y a dejarse conocer. ¿Realizamos algún esfuerzo por llegarnos hasta el corazón de Dios? ¿Podemos decir que “hemos conocido al Señor en Navidad” o, por el contrario, “ha pasado desapercibido en medio de tantas luces”? ¿Dónde ha quedado Dios en estos días santos que hemos celebrado? ¿Dónde hemos dejado a Dios?

Ha venido el Señor para acampanar junto a nosotros. Para recordarnos que, en el camino del amor, es donde mejor le podemos encontrar, conocer y servir.

Y es que, a veces, nos puede ocurrir como aquel funcionario que –aun teniendo datos de las personas a las que atiende- no conoce nada de lo que acontece en el interior de esas personas. ¿Y nosotros? Sí; tal vez de lejos o de cerca poseamos algunas reseñas o antecedentes sobre el Señor (se hizo hombre por salvarnos, nació en Belén, padeció, murió, resucitó….) ¿Pero sabemos de verdad quién es Jesús?

2.- Conocer a Dios es sumergirnos en sus entrañas. Tener experiencia de su presencia y, por lo tanto, fecundar toda nuestra vida con su Palabra y su soplo divino. ¿Qué ocurre entonces? Pues que, tal vez, tenemos conceptos de Dios y, tal vez, no poseemos a Dios.

En cuántas ocasiones, ante un amigo, hemos exclamado: ¡Cuánto me alegra el haberte conocido! ¡Qué fortuna tengo al tenerte como amigo! Esa es, entre otras por supuesto, la asignatura pendiente de todos los cristianos: conocer, sentir y amar a Dios con todas nuestras fuerzas y sin medida. Y, a continuación, tenerlo como el mayor capital en nuestro vivir.

Cuando nos avergonzamos de ciertas actitudes personales o amorales que se dan en nuestra vida, en el fondo, es porque no hemos conocido totalmente al Señor. Porque, Dios, no es el centro de nuestro vivir y de nuestro pensar. Dios, que se nos ha revelado humildemente en Belén, está al alcance de todos aquellos que intentan (que intentamos) buscarlo con toda sinceridad desde el corazón y con el corazón.

3.- Es en la intimidad y en la oración donde el Señor se nos muestra tal y como es: con amor. Es en la búsqueda, como lo hicieron los Magos, donde encontramos un sendero marcado por la luz de la estrella para dar con Jesús. Es, en el desprendimiento –como lo hicieron los pastores- donde damos muestras de que, el Señor, ha tocado lo más hondo de nuestras entrañas y lo ponemos en el lugar que le corresponde: en el todo de nuestro existir. Es en la tiniebla y en el poder, como aconteció en el pensamiento de Herodes, donde se encuentran los mayores escollos para no arrodillarnos ante el Señor.

Para ello ha venido: para amar y ser amado. Para conducirnos y seducirnos con palabras de ternura y de comprensión. Acompañemos ahora a Aquel que, más que hablar, nos mostrará con su ofrecimiento personal y radical lo que vale el amor de Dios. Para eso….ha venido y para eso ha nacido. ¡Conozcámoslo!

4.- HAS VENIDO POR MI, SEÑOR

Para que,  conociéndote, 

sepa que no  existe alguien mayor que Tú

cimientos  más sólidos que los tuyos

(la fe y la  esperanza, el amor y la vida)

Has venido por mí, Señor

Para que,  viéndote, te amé y me fíe de Ti

Para que,  amándote,

ame y me  confíe a los que me necesiten

Has venido por mí, Señor;

y te doy las  gracias y te bendigo

y te  glorifico y te busco

y,  buscándote, pido que reines en mí

Para que,  siendo Tú el Rey de mi vida

no me rinda  en las batallas de cada día

ni me eche  atrás a la hora de defenderte

ni oculte mi  rostro 

cuando, a mi  puerta, llamen los dramas humanos

Has venido por mí, Señor

Para que,  mis dolores, siguiéndote

se sientan  aliviados por tu presencia

Para que,  mis pecados, llorando ante Ti

sean  perdonados por tu mano misericordiosa

¡Has venido,  por mí, Señor!

¡Gracias Señor!

5.- EL BAUTISTA NOS MUESTRA A JESÚS

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Hay muchos temas, hoy, que merecen nuestro comentario. E intentaré referirme a todos ellos. Sin duda, el más atractivo es el de Juan Bautista. Su figura, su imagen, su conducta, su talante ha llamado siempre mucho la atención. Digamos que no deja indiferente a nadie. Y eso que nos ocurre hoy, ya acontecía en tiempos de Jesús, en la Palestina ocupada por los romanos. En ese tiempo, la fama de Juan el Bautista fue muy grande. Muchos pensaban –lo dicen las Escrituras— que él era el Mesías, Elías u otro cualquier profeta vuelto a la vida. Debería sorprender su humanidad fuerte, su austeridad permanente, su sinceridad hiriente. Es obvio que cuando Juan aparece, el pueblo judío vive días de espera, de tensión, de incertidumbre, de alegría contenida y, sobre todo de esperanza por la llegada del Mesías. Ese personaje mal definido por los judíos de entonces, que iba a ser quien sacara al pueblo de sus calamidades. Se esperaba un gran jefe militar y político que terminase con la dominación romana, pero también a un mago, a un taumaturgo, a alguien que todo lo podía hacer para salvar a su pueblo. Relacionar a Juan con el esperado Mesías no era –parece— muy adecuado con esas ideas preconcebidas de entonces, pero lo extraordinario de su figura llevaba a algunos a pensar que él era el esperado. Por eso le preguntan directamente si él es el Mesías. Y Juan, inequívocamente, dice que no, que él anuncia la llegada de Aquel que tenía que venir. No fue ambiguo. No podía serlo según su carácter. Despejadas las dudas –ante fariseos y saduceos— de que él no era el Mesías dejó claro que el Esperado estaba ellos, entre la multitud que esperaba y escuchaba anhelante. Añade que el que va a venir bautizará con fuego y Espíritu…

2.- Dice el Bautista en el Evangelio de san Juan que acabamos de escuchar: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el bautiza con Espíritu Santo." Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios». Está dicho todo, ¿no? Y si en el evangelio de Mateo de la semana pasada se narraba, igualmente, la impresionante teofanía trinitaria que explica una de las realidades más importantes de nuestra fe, tendremos que aceptar que el Bautismo del Señor es otro de los “hechos estrella” de los evangelios. Y con esa presencia del Dios Trino en la historia, en la vida cotidiana de los hombres, teniendo a Juan el Bautista como testigo, y con la presencia de cientos y cientos de judíos que iban a bautizarse, Jesús de Nazaret comienza su formidable recorrido por la vida de los hombres y mujeres de todos los tiempos a la búsqueda de la paz y de la reconciliación con Dios, que eso es, en definitiva, la Redención, el camino de Salvación.

3.- Quiero referirme ahora a esta primera etapa del Tiempo Ordinario. Iniciábamos el lunes pasado, tras la fiesta del Bautismo del Señor, este Tiempo fuerte que se parte en dos… Es el espacio litúrgico que aplica al relato evangélico una velocidad media, una velocidad de crucero. Vamos a completar muchos domingos más de este Tiempo Ordinario. Hasta el noveno, porque el 1 de marzo es ya Miércoles de Ceniza y comienza la Cuaresma… Y todo relacionado con el método astronómico de acuerdo con los cálculos habituales para la determinación de estas fechas santas. Costumbre que nos viene de tiempos de Jesús y que también realiza, con alguna diferencia, la religión judía. El día de Pascua de este año 2017 será el 16 de abril. Luego, tras el tiempo de Pascua y Pentecostés volveremos nuevamente al Tiempo Ordinario el lunes 5 de junio. Y, en fin, este correr de las fechas, con sus diferentes ubicaciones en el calendario civil y el desarrollo de los acontecimientos de la vida de Jesús es lo que mantiene viva la Liturgia, que no es otra cosa que un santo instrumento para mejor mostrar la Palabra de Dios.

4.- Volvamos a comentario de las lecturas. Y así este domingo segundo del tiempo ordinario, como no podía ser de otra forma, tiene su continuidad y paralelismo con el domingo pasado, con el último de la Navidad, con la fiesta del Bautismo del Señor. Es Isaías hoy, como el domingo anterior, quien nos describe la misión de Cristo en una profecía bella y certera que, sin duda nos llena de alegría. La espera de Jesús por el Pueblo de Dios se adentra en el tiempo pasado. Era una gran esperanza. Pero el pueblo judío lo olvidó, o no supo verlo con exactitud. Pero lo profecía está ahí, como esperándonos, superando tiempo y espacio. La Palabra de Dios es eterna porque se hizo bajo la inspiración del Espíritu.

5.- Comenzamos la lectura de la primera carta del apóstol Pablo a los fieles de Corintio. Es una carta muy interesante, pues San Pablo con ella quiere devolver la paz y el orden a una comunidad que había tenido muchos problemas. Escrita desde Éfeso en, probablemente, el año 57, Pablo recrimina el mal comportamiento de algunos miembros de una Iglesia que había fundado el mismo y por la que, sin duda, siente un gran cariño. Hoy, para nosotros, el mensaje de ese primer fragmento es el ofrecimiento que hace el apóstol de gracia y paz en nombre de nuestro Señor Jesucristo. Y, en definitiva, está claro que eso es lo que tenemos que buscar: nuestra santificación dentro de una paz interior que nos haga mejores. Es cierto que los tiempos actuales no son fáciles, y que comportamientos deleznables son acometidos por algunos de nuestros hermanos, pero eso no es nuevo, ya sucedía lo mismo en el Corinto de hace casi 20 siglos. Y será la bendición permanente que nos llega del Cielo lo que nos ayudará a superar todos los problemas.

6.- Otro de los grandes temas de este domingo es la Jornada Pontificia y Mundial sobre las Migraciones, que este año tiene el slogan, marcado por el Papa Francisco que dice: “Por los emigrantes y exiliados”. La Iglesia universal celebrará en este día un apoyo generalizado a que este fenómeno tan difícil, tan duro y con tantos problemas, se convierta en alegría y progreso y deje los tintes trágicos que tiene en muchas ocasiones. No hay más que pensar en la llegada a las costas españolas de los cayucos (barquillas) con inmigrantes ilegales africanos. En ellos, muchas veces, llegan cadáveres. La inmigración sigue llegando a pesar de la crisis económica que tanto no afecta un hecho frecuente y muy dramático. Y la jornada de hoy es para dar a ese grave problema una dimensión cristiana, un posicionamiento de acuerdo con los consejos de nuestro Maestro, Jesús de Nazaret, que él fue también emigrante siendo niño. Recapacitemos, de manera muy especial, sobre este gran problema.

7.- Y quiero terminar ya este largo comentario de hoy con el Bautismo. Este domingo, como el anterior, contemplamos el Bautismo del Señor y nos debe traer una valoración fuerte de nuestro propio bautismo. Es verdad, que aquel bautismo nuestro se llevó a cabo “sin permiso”. Nadie nos preguntó. Pero el efecto del Espíritu en nuestro cuerpo y nuestra alma nos ha ayudado, nos preservado hasta ahora. Y ha sido la semilla indeleble para que comprendiéramos que estábamos consagrados a Dios. Hemos tardado en entenderlo. Unos lo habremos hecho más tarde. Otros, antes. Tanto da. La cuestión es que Dios no nos abandona. Y solo habrá que decir, como el salmo “Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”. El Espíritu debe estar presente en nosotros si hemos aprovechado los dones que comunican en el bautismo. Y se me ocurre que ello nos viene especialmente bien hoy. Mañana lunes, día 18, comienza el Octavario por la Unidad de los Cristianos, jornadas de oración por la unidad que se hacen, igualmente, en todo el mundo y que cumplen 103 años. Oremos unidos para que sólo haya un rebaño y un único Pastor: Cristo Jesús.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

VISIÓN PROFUNDA

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Os puede extrañar, mis queridos jóvenes lectores, que se vuelva a hablar en otra misa dominical del bautismo del Señor. Ya os decía en otra ocasión que no le preocupó a la primitiva comunidad la Navidad y sí, y mucho, el bautismo.

2.- Si lo consideramos con serenidad, nosotros, a siglos de lo sucedido y despojándonos de costumbres populares, reconoceremos que el momento crucial fue el de la Anunciación o Encarnación. En Nazaret. Aquello fue el inicio. Momento trascendente, pese a ser oculto. En Belén se hizo visible a unos cuantos. A santa María que pese a haberlo llevado en su seno durante nueve meses, al tenerlo en brazos, al darle de mamar, al atenderle en tantas cosas que requiere y solicita un bebé, se sorprendería y le costaría creer que era un niño como los demás respecto hábitos biológicos, pero exclusivo y único, respecto a su Divinidad, cosa que se le había comunicado confidencialmente y de la que no dudaba. Ahora bien, vivir las dos realidades le costaría mucho. No hay que olvidar que los teólogos afirman que la Fe es una virtud esencialmente oscura y la vida espiritual de la Virgen se fundaba también en la Fe. No hay que olvidarlo. Esta dificultad, más que desconcertarla y desorientarla, le exigía conservar y meditar todo profundamente en su interior. Lo repite el evangelio dos veces. Se le hizo notoria su existencia a José, que aún le costaría más aceptarlo con Fe. Se dio a conocer a los pastores, a los viejecitos, él y ella, del Templo y a los Magos. Y basta.

3.- Un gran silencio, cual tenue niebla, cubre la vida en Nazaret. Pese a vivir en la alta Galilea, su oficio le exigiría desplazarse por el entorno. El trabajador vive de su trabajo y donde hay trabajo y por aquel entonces sabemos que se trasformó una vieja población cercana, se reedifico al estilo clásico, con urbanización a la manera de las urbes romanas y se fue convirtiendo en capital. Se trataba de Séforis, a poco más de 4km de Nazaret. Allí ganaría el sustento y allí aprendería a entender, leer y escribir la lengua hebrea y a por lo menos chapurrear algo del griego y alguna palabra del latín.

4.- Un poco más lejana se estaba levantando a orillas del Lago, Tiberias, y seguramente necesitarían operarios foráneos. Probablemente allí también trabajó. Con sus padres, y también ya adulto, peregrinaría a Jerusalén con motivo de las fiestas anuales. Sin duda estaría informado, directa o indirectamente, de la aparición de Juan, aquel lejano pariente del que su Madre le habría hablado en alguna ocasión. Un día partió en su busca.

5.- El Bautista probablemente no sería tan ducho en las Escrituras como el Señor. Ahora bien, la estancia en el desierto habría abonado su interior y la mente de Dios habría sembrado la semilla de su misión, que creció ufana y robusta. En el desierto de Juan, próximo a Ein-Karen, no abundan ni los peñascos, ni la arena, a diferencia del de Judá. Está situado en un lugar ahondado, repleto de arboleda, que creo recordar con espeso encinar, que al contemplarlo desde lo alto, como yo he podido hacerlo, que encoge el espíritu.

5.- En la soledad y el silencio, lenta y fuertemente fue anidando el mensaje de su vocación. Fue aquel lugar como el capullo donde se refugia la oruga, se trasforma en crisálida y un día se rompe y escapa la mariposa. Así ocurrió. De allí, anónimamente, se trasladó al Jordán. Allí con su predicación hizo temblar a unos, dio esperanza a otros, entusiasmó a los más.

6.- Y llegó el Señor, también anónimamente. Él lo esperaba. Su voz interior se lo aseguraba, la de Dios que le orientó. Y fue fiel a lo que se le anunciaba. Humildemente cumplió con su misión. Él y otros experimentaron el prodigio. Él lo interpretó mejor y no se lo calló. Esta Teofanía fue pública y notoria para los que estaban dispuestos a aceptarla. ¿Lo estamos nosotros? Se le dijo interiormente, intuitivamente con probabilidad, sería. Se arriesgó a creerlo. La Fe siempre lo es.

6.- Cuando llegó la ocasión creyó la visión y no se la guardó para sí. La dio a conocer. El Padre era una Voz, el Hijo un Hombre sereno, el Espíritu un Ave de paz. Tres imágenes sensibles tal vez, de una sola realidad. De ello habló y quiso que sus discípulos lo aceptasen, quiso Dios Padre-Hijo-Espíritu que nosotros lo aceptásemos también y lo diésemos a conocer.

¿Qué implica, qué nos implica, que os implica, mis queridos jóvenes lectores?

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