17 enero 2017

Domingo 22 de enero: Homilía

Después del Bautismo del Señor y de ser presentado como “el cordero de Dios” por Juan el Bautista, Jesús comienza su misión, el objetivo fundamental de su vida.
Los cristianos celebramos cada Día del Señor, el domingo, la presencia de Jesús en medio de la historia concreta de nuestro tiempo, en sus circunstancias, animándonos a seguir en nuestro trabajo por su Reinado.
La irrupción de la luz en la noche oscura
Así describe Isaías las expectativas creyentes del pueblo de Israel en Yahvé. De la misma manera, nuestra humanidad actual está a la expectativa ante tantos problemas que la agobian y frustran nuestras esperanzas. Y es que sin “esperanza de cambios”, sin hacer un sitio a las novedades que transformen nuestra vida y nuestra humanidad, no podemos vivir.

Vivimos en una humanidad de tinieblas, de oscuridades: problemas de guerras, de odios ancestrales, de terrorismos, de fundamentalismos, de crisis ecológica, de diferencias…, donde parece que el mal (el egoísmo, formas de vida individualistas, los intereses económicos de los fuertes, las prepotencias, la fuerza que no la razón, etc…) tiene asegurado su triunfo
También hay, en nuestra humanidad –y hay que decirlo alto- “signos y señales” de enorme generosidad y entrega de miles de personas, mujeres y hombres, que “aportan” luz y sentido de futuro” a nuestra humanidad.
Los retos de la historia de nuestra humanidad en nuestros días siguen siendo grandes, y las amenazas también. Además, hoy hemos tomado conciencia de que “hay que moverse “a una” toda la humanidad”, es decir, de forma global.
Todos invitados a colaborar y a participar aportando la riqueza de nuestra diversidad Jesús invita a algunas personas a acompañarle más de cerca en la tarea. Llama e invita; no fuerza ni  impone. Es decir, el seguimiento de Jesús se hace desde el ofrecimiento y la libertad. No son buenos los criterios de la “obligación” ni del cumplimiento por el cumplimiento.
Pero la invitación a la tarea no “acaba” en ellos sino que se abre a todas las personas de “buena voluntad” de acuerdo con sus circunstancias, situaciones, posibilidades. La tarea de la Iglesia, que es el Reinado de Dios, no termina dentro del ámbito eclesiástico. Nadie con sentido puede desentenderse ni de lo que pasa en nuestro mundo ni de lo que le compromete como cristiano.
Tiempo de encuentro en la comunión y en la misión.
Un viejo “slogan” de hace años, relativo a nuestra Iglesia, decía: “Si cada uno va a lo suyo, no vamos a ninguna parte”. Pablo se enfrenta a la comunidad cristiana de Corinto empeñada en “diferenciarse” de los demás impidiendo y olvidando así la tarea común y desbordante del Reinado de Dios.
Por estos días celebramos el Octavario de oración por la Unión de las Iglesias cristianas, un problema ya viejo e histórico. Los cristianos unidos podemos abordar globalmente los retos de nuestra humanidad desde nuestra fe compartida.
Los cristianos unidos podemos abordar globalmente los retos de nuestra humanidad desde nuestra fe compartida.
Vivimos tiempos de inclusión; de valorar lo diferente porque es riqueza para todos, para el conjunto; tiempos de compartir, de “recrear comunidad” abierta al mundo que nos rodea y de comunicar nuestra fe en la “buena noticia del Reino”.
El Reinado de Dios siempre es una oportunidad nueva
“¡Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca!”, en vocabulario de Mateo. Dios no está fuera de la historia de nuestra humanidad sino dentro de ella, en ella. Dios actúa, “Dios trabaja”… está presente aquí y ahora, en este siglo XXI. Y trabaja la historia a favor de humanidad (siempre a favor de la justicia, de la paz, del entendimiento y de la fraternidad…) “con nosotros”.
Los cristianos somos responsables de nuestro mundo por nuestra fe cristiana que nos ha llevado a mirar al mundo como Jesús en todas sus dificultades, en los rostros concretos de las personas que sufren. El sufrimiento humano no nos es indiferente.
El Reinado de Dios está “cerca”, “está ya en medio de nosotros” cuando posibilitamos la armonía, la concordia, el diálogo, el entendimiento. Son “los signos y las señales” de su Reinado.
Es posible que esa tarea “complique” la vida de uno, pero lo que es cierto es que redunda en “bien de todos”. Necesitamos también que nuestra comunidad cristiana nos ayude y nos dé fortaleza. Dios es “el gran compañero” que nos acompaña y nos cuida en el trabajo de su Reinado.
Las paradojas del Reinado de Dios y del Evangelio
“Los últimos serán los primeros”; en lo pequeño, realizamos lo grande. A través de los pequeños gestos de nuestra vida ordinaria manifestamos el amor más grande de Dios que hemos encontrado en Jesús.
La alternativa de Dios de “redimir”, “expiar” desde el “no-poder”, la debilidad, que vemos en Jesús como “Siervo” es novedad. Como son novedad el “acercamiento”, “el ponerse en el lugar del otro”, la misericordia y la compasión de las personas heridas y víctimas de la historia.
Juan el Bautista identifica a Jesús como “signo” y “señal” de la salvación de Dios, del amor de Dios a la humanidad, tanto para el pueblo de Israel como a nivel universal… Como dice Juan en el prólogo de su evangelio, la Palabra “que se hace carne”, hecha historia, no basta sólo con los signos externos (“viendo no ven; oyendo no oyen”, de Isaías), sino que antes es necesario buscar, “querer acoger” y “querer escuchar”.
Miguel Ángel Tocino Mangas, S.J.

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