28 enero 2017

Estilo cristiano

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1.- Cuando yo estudiaba primaria en los HH Maristas, aquellos buenos hermanos que nos enseñaban religión y otras muchas cosas, ¡cómo no! nos enseñaban además de las oraciones, Padrenuestro, Ave, Credo, que en mi caso no era necesario, ya que las había aprendido en familia, también, más tarde, debíamos aprender la Bienaventuranzas. Recuerdo que no me hicieron ninguna diferencia respecto a las otras que debíamos aprender de memoria. Además estaban ordenadas numéricamente, quiero decir que debíamos aprenderlas así: la primera, bienaventurados los pobres de espíritu… la segunda, bienaventurados los sufridos… etc., etc. y a mí eso no me entraba. Reconozco ahora que se equivocaban y no se lo recrimino, los Hermanos Maristas no podían hacerlo todo perfectamente bien y, dicho sea de paso, era práctica habitual de aquel tiempo en catequesis y colegios. Mi madre tampoco sabía darme razón de ello. Resultó, pues, que este texto no me suscitó ninguna simpatía.

2.- Pero, ¡Ah! Cambiaron los tiempos y a cierta edad, sin llegar a ser adulta, empecé a interesarme por algunos pensadores que estaban de moda. Pienso en Tagore y Gandhi. Citábamos frases de suyas para satisfacer nuestra sensibilidad y sus prácticas eran normas tan creíbles como los mismos Mandamientos de la Ley de Dios. Su pacifismo, tan ejemplar como la vida de los santos. Leí un día que uno de ellos, o tal vez los dos, estaban entusiasmados por el texto de Mateo que nos ofrece la liturgia de la misa de este domingo. Habían, o había, venido a Europa para conocerlos vivos, encarnados en la Iglesia y en los cristianos y la ausencia de tal testimonio entre sus fieles, les había decepcionado. Pero eran gente honesta, continuando la admiración por la doctrina, se volvieron con alguna decepción, lo comentaron en algún momento, pero no nos lo echaron en cara. Lanza del Vasto, nos lo contaba él mismo un día, le indicó Gandhi que volviera a tierras cristianas, para poner en práctica sus doctrinas pacifistas dentro del espíritu de las Bienaventuranzas. En sus comunidades llamadas “El Arca”, es lo que pretenden practicar y testimoniar. Pero de todo lo que os estoy diciendo, pienso yo, a pocos interesan.
3.- Los cristianos practicantes, piensa la gente, son aquellos que van a misa, comulgan y tal vez se confiesan. Se muestran contrarios al aborto, etc. (que nadie ignore que yo celebro misa, confieso mis pecados, y estoy contra el aborto. Pero pobre de mí si esto fuera mi único distintivo) Las bienaventuranzas, dicho en lenguaje escolar de nuestro tiempo, serían “la chuleta” que dos alumnos interesados, sacaron de los sermones que Jesús, el Señor, pronunció por tierras de la baja Galilea. Dos “chuletas” conservamos. La que es un poco más larga es la que leemos hoy. Pretender comentar todo el texto es imposible. Animaros a que os examinéis de todas os desanimaría. Os propongo que en vuestras reflexiones personales, o en vuestras reuniones de estudio cristiano, escojáis alguna y os entreguéis a ella, como yo, brevemente voy a hacer ahora.
4.- Bienaventurados los pobres, empieza. Y con ello la dificultad de entender el contenido. La pobreza es un mal y múltiples ONGs se entregan a abolirla, o por lo menos mitigarla. La primera actitud personal, el primer gesto, evidentemente, será vivir, obrar, con generosidad. Dar de lo que nos sobra, dar de lo que podamos, dar para que disminuya la pobreza. Humanamente considerado, sería suficiente. Cristianamente analizado, no lo creo yo. Hay que dar de acuerdo con lo que gastamos. Así me lo propongo personalmente. Después de los días navideños, en los que hemos gastado algo, o mucho, más de lo que nos es habitual. Uno debe sentirse obligado a entregar a los demás proporcionalmente a lo disipado. Que cada uno haga sus cálculos. Con el voto o el propósito de pobreza, uno hace lo que quiere. Con el proyecto de austeridad que uno escoja, el cambio es mucho más radical y exigente.
5.- Personalmente he sido de aquellos que perteneciendo sus mayores a la clase media-alta, le tocó pasar un tiempo de guerra civil y de postguerra, en las que faltaron alimentos, pasamos hambre de pan, por ejemplo, dificultad de conseguirlos, aunque dispusiera de algún dinero. Imposibilidad de asistir a espectáculos o de tener juguetes. Para que entendáis la situación, gobernaba el estraperlo, concepto que ahora ya ignoráis y que era una especie de contrabando interno, hoy desaparecido, excepto para el mundo de las drogas y semejantes.
6.- Pasó todo aquello para mí y para otros muchos, pero la experiencia me exige solidaridad con los que no gozan de mi estatus social. Apagar las luces, cerrar los grifos, desconectar radios o televisiones, racionar la calefacción. Lo exige la solidaridad. Nuestro planeta azul sufre escasez de agua limpia y de energía, por ejemplo. Nuestra atmosfera está expuesta a un perjudicial cambio climático. Lo exige mucho más nuestra Fe. La austeridad es una forma de imitar al Maestro. Lo exige nuestra creencia de que en el pobre está el mismo Señor, que un día nos dirá: estaba enfermo, encarcelado, descartado, arrinconado, acosado, maltratado, era pobre, analfabeto, impedido físico o mental, ¿y tú qué hiciste conmigo?
7.- Cada pobre, lisiado, impedido, hambriento o despreciado por envidia con el que nos crucemos por la calle, el mercado o por los caminos, será el fiscal del día de nuestro juicio final. No necesitamos abogado defensor para aquel momento, es suficiente que cada día paguemos la cuota de generosidad y austeridad que nos corresponde. Me había propuesto, mis queridos jóvenes lectores añadir el comentario a otra más, pero ahora pienso que lo dicho tanto si vosotros sois fieles a ello como si yo lo cumplo, es suficiente por hoy. Así que acabo.
Por Pedrojosé Ynaraja

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