16 septiembre 2017

La Misa del Domingo 17 de septiembre

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“Perdonar de corazón”.
LECTURAS.
. 1ª Ecl 27,30-28.9
. Salmo 102
. 2ª Rom 14, 7-9
. Evangelio: Mt 18, 21-35
Este es el mensaje central de este domingo propuesto por la Palabra de Dios. Una de las cosas más importantes en la vida es saber perdonar y pedir perdón.
Es bueno que al comenzar el curso, como estamos haciendo en estos días, nos lo planteemos. Sin duda, a lo largo del desarrollo de las diversas actividades y relaciones que tengamos con los compañeros y personas con quien entramos en contacto, se den roces. que nos dejan heridas. Ahí, precisamente, es donde deberemos aplicar las actitudes del perdón: perdonar y aceptar el perdón.

1º. Jesús propone el perdón sin límites: (“hasta setenta veces siete”)
Ante la pregunta de Pedro: “¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano? ¿siete veces?”, Jesús le responde: “setenta veces siete”; o sea ¡“siempre”!. El perdón –como el amor- para Jesús no tiene límites.
Este pasaje -del evangelio de san Mateo- está a continuación del de la “corrección fraterna” -del domingo pasado-. Si un hermano –miembro de la comunidad- quiere acoger a otro, que “ha corregido fraternalmente”, debe estar dispuesto a perdonarle.
Esta actitud Jesús la explica con una parábola: “el señor misericordioso que perdona y el siervo sin entrañas”. Ahí se destaca en primer lugar la desproporción de las “deudas” entre el señor y el siervo, y entre el siervo y su compañero. Sin duda, con este detalle Jesús quiere dejar en evidencia la enseñanza que quiere trasmitir. A Jesús no le interesan las “deudas” propiamente, sino el corazón de la persona, su disposición de obrar “perdonando”. Él ha venido para salvar al hombre, y quiere que éste viva; y para ello deberá actuar con sus semejantes como Dios actúa con él.
2º. Dios es el manantial de la misericordia y del perdón:
El señor de la parábola sintió compasión de aquel empleado, que le debía una fortuna, y le perdonó toda su deuda de corazón porque se lo pidió con sinceridad. El perdón es lo propio de Dios, porque Él es amor y no puede dejar de perdonar a cada uno de sus hijos por muy grande que sea la “ofensa”. El versículo del salmo responsorial (Sal 102) que hemos recitado –“el Señor es compasivo y misericordioso”- nos introduce en el mismo ser de Dios.
El perdón, que Dios nos ofrece, es total y gratuito. Este modo de perdonar del Señor está en el centro del mensaje evangélico. Siempre ofrece a los pecadores la gracia liberadora de su misericordia sin pedirles “méritos” antecedentes. Son muchos los ejemplos que tenemos en el Evangelio, por ejemplo con Leví, con la mujer pecadora, con Zaqueo, y… con el empleado que se nos narra en esta parábola.
Cuando bebemos del manantial de la misericordia de Dios, nuestra vida queda sanada. El que se sabe perdonado por Dios descubre con humildad su debilidad de espíritu, y vive agradecido a Aquel que le da la fortaleza.
3º. El perdón es el estilo de vida de quien ama de verdad.
Quien ha gustado el perdón de Dios se siente estimulado a vivir perdonando él también. Y cuando se aprende a perdonar de corazón, se experimenta una gran alegría interior.
Por eso, el perdón que nos pide Jesús –y que hemos de entender cada uno de nosotros- no es un perdón simple (o mejor: “simplón”); ni un perdón de pedir simples “disculpas” (como decía el Papa Francisco en una homilía (10,03,2015). El perdón de Dios está “ligado” (de alguna manera) a nuestra actitud de perdonar. Si no estamos dispuestos a perdonar “de corazón” mal vamos a ser capaces de percibir el perdón que Dios nos ofrece. Sólo es capaz de abrir su corazón para perdonar quien tenga capacidad para aceptar y vivir el perdón que Dios nos da.
El perdón que nos exige Jesús es un perdón “educativo”, que nos haga reflexionar, que nos conmueva y nos ayude a la corrección. El perdón, según el espíritu evangélico, supone no pasar cuentas, no vengarse, no buscar la humillación de la otra persona…, sino la caridad de la corrección. A veces, frente a las “ofensas”, surgen sentimientos de venganza, dentro de nosotros. Hay que superar estos sentimientos, porque “en el fondo” hará bien a quien perdonamos y a nosotros mismos. Así encontraremos la paz del corazón y ayudaremos a los que nos han ofendido a vivir en comunión.
4º. “Para la vida en común, en comunidad, es necesario el perdón”:
El mensaje de Jesús sobre el perdón debe tener también una dimensión comunitaria. Se perdona a una persona en concreto; pero el perdón –que ofrecemos y/o recibimos- nosotros lo hacemos como seguidores de Jesús, como miembros de su Comunidad. Esto nos enriquece a todos los creyentes.
El pasaje del evangelio de hoy (Mt, 18) está puesto dentro del contexto de la relaciones de los miembros de la Comunidad Cristiana. Es necesario el perdón para crecer como discípulos (así como otros aspectos que se sugieren, como la oración, la corrección fraterna, la atención y acogida al débil, etc.).
El perdón debemos ejercitarlo unos con otros como práctica cristiana imprescindible para ser seguidores de Jesús. Cuando amamos de verdad y nos perdonamos “total y gratuitamente”, entonces estamos dando un “testimonio evangélico” en este mundo “dividido” y tantas veces “vengativo”.
El Papa ha insistido (en el Año Jubilar) y sigue insistiendo en la Misericordia que Dios tiene para con cada uno de nosotros -que somos “pecadores”-, por ejemplo diciendo: “El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza”. (cfr. Bula Misericordiae Vultus, 10). Y, en su mensaje global en su último viaje apostólico a Colombia, “ha insistido en la reconciliación por medio del perdón para así construir la concordia y la paz”.
Así, pues, perdonemos de corazón para sentirnos perdonados por Dios y emprendamos una relaciones enriquecedoras entre nosotros.
(Usta Sánchez, sdb)

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