23 septiembre 2017

PARADOS EN UNA PLAZA Por Ángel Gómez Escorial


Resultado de imagen de XXV del Ciclo A

1.- El evangelio de Mateo que se ha proclamado hoy tiene mucha actualidad. Nos suena a cercano. Y, además, en muchos lugares de la geografía española, en, sobre todo, los pueblos agrícolas muchos temporeros esperan a que les contraten por una jornada. El desempleo es uno de los grandes males que se viven en España. Y, como se ve, siempre hubo temporeros, en tiempos de Cristo, también. Pero, claro, nos parece sorprendente la actitud del propietario de la viña en su sistema de remuneraciones. Cualquier sindicalista afearía esa práctica. Y, sin embargo, la explicación dada por el mismo al final del relato del capítulo 20 de Mateo es totalmente lógica. Dice: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" Ha cumplido las condiciones contractuales a pagar a cada uno de los obreros lo estipulado, pero parece que hay una gran injusticia al pagar lo mismo a quienes han pasado mucho más tiempo trabajando.


2.- Pero no es así. Jesús hace una advertencia al pueblo judío señalando que no tiene la exclusiva de la paga divina porque haya llegado antes al conocimiento de Dios Padre y que los gentiles recibirán el mismo premio aunque se incorporen a la gracia mucho más tarde. Sin duda, era la que iba a pasar: la mayoría de los hermanos de raza y de religión de Jesús le dieron la espalda, le detuvieron y lo mataron y la gran siembra se hizo fuera del espacio judío. Los nuevos creyentes también iban a ser herederos de las promesas que Dios hizo en el Sinaí. La Iglesia se iba a constituir en el pueblo elegido.

3.- La parábola es, como decía, especialmente útil para los tiempos actuales. Pero no solo por el creciente y angustioso paro. Existe otra “lectura espiritual” Hay muchos creyentes "de larga duración" que se creen con todos los derechos habidos y por haber. Buscan un premio permanente a su fidelidad y pretenden ser los primeros. Hay que tener en cuenta los méritos de toda una vida dedicada al seguimiento de Cristo. Y hay hermanos verdaderamente ejemplares en ese camino. Pero son ellos precisamente los que también han de ejercer la máxima humildad y ponerse en el último lugar de la lista de retribuciones. No es fácil desprenderse de una cierta complacencia ante la satisfacción del deber cumplido. Y, sin embargo, no es lo que nos pide Cristo.

4.- Guarda, sin duda, relación el evangelio de hoy con la doctrina de la conversión de los pecadores. Aun convertidos en el mismo momento tendrán la misma paga que los fieles de "toda la vida". La gracia de Jesucristo les llevará a la vida eterna. Y, en este caso lo que dice Jesús respecto a las retribuciones es perfectamente aplicable. Va a dar a sus hijos fieles de siempre lo que les prometió, si restarles ni un céntimo, ni un gramo: la salvación. La única receta posible para no caer en pecados de superioridad respecto a los recién llegados a la gracia está en la última frase: "Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos".

5.- Habría que tener en cuenta que los planes de Dios no pueden ser comprendidos con exactitud por el género humano. Serían los famosos "renglones torcidos de Dios". Porque el hombre, muchas veces, se queda perplejo ante lo que le ocurre. Y va a necesitar mucho más tiempo y más acontecimientos para alcanzar el epilogo verdadero de mucho de lo que le ocurre. Ahí estriba la dificultad para comprender la "justicia social" desplegada por el Señor en su oficio de Dueño de la Viña. Y es que nosotros solo podemos desplegar ante El nuestra humildad, acompañada de la paciencia. Una confianza absoluta en Dios y mucho amor por nuestros hermanos --por todos-- nos facilitará el camino de unión con Dios y, probablemente, menos un examen minucioso de lo que está ocurriendo. El Profeta Isaías nos da hoy pauta de esa diferencia. El oráculo del Señor –la voz de Dios—nos dice que los caminos son diferentes y que el cielo está en otra dimensión que la tierra. El descubrimiento pacifico de nuestra pequeñez frente a la grandeza de Dios es lo que nos ayudará a comprender las diferencias que existen entre los caminos divinos y los nuestros.

5.- En este domingo vigésimo quinto del Tiempo Ordinario se inicia la lectura de cuatro pasajes de la Carta de San Pablo dirigida a los filipenses. Filipos era una ciudad importante y tenía también una numerosa Iglesia. Pablo escribe desde su prisión de, probablemente, Roma. La precariedad de su situación no le produce desesperanza, sino una gran alegría. Si muere sabe que se reunirá con Cristo, pero si no muere podrá encargarse de la cura espiritual de quienes él mismo ha llevado al conocimiento del Evangelio de Jesús. "Me encuentro, dice San Pablo, en ese dilema: por un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero, por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros". Pero a la postre va declarar que dicha alternativa tiene menos importancia que la necesaria vida digna que deben llevar los fieles de Filipo. Pablo acepta los planes de Dios y aunque su inteligencia analiza bien las opciones que tiene, deja en manos del Señor lo que tenga que ocurrir. Y esa confianza en el Señor toma mayor relevancia si consideramos que San Pablo vive la incertidumbre personal que produce el hecho de estar encarcelado.

7.- Es buena tarea meditar durante toda esta semana sobre la necesaria aceptación de los caminos de Dios. No se trata, tal vez, de ejercitar la llamada "fe del carbonero". Y si entender, como Pablo, que el conocimiento del tiempo y del espacio está en manos de Dios. Él tiene todos los datos de nuestra historia. Nosotros, no. En cualquier camino asumido habrá que buscar, sobre todo, la salvación de los hermanos y mucho menos el premio que, sin duda, nos podemos merecer. Eso solo queda en manos de Dios. Por eso hemos de meditar con humildad y alegría muchas de las cosas que nos ocurren, las cuales, probablemente, no tienen lógica aparente dentro de nuestra valoración humana. ¿Y si nosotros, por fin recibimos nuestro denario, qué nos importan los premios de los demás? El denario es la gracia y la salvación del Señor. ¿Impediríamos nosotros por nuestro egoísmo la salvación de los demás?


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