19 noviembre 2017

¿Cómo amar sin arriesgar?

En estos días de predominio de la economía liberal o neoliberal, corrupta… parecería tentador aprovechar el tema de los talentos (el talento era una moneda de altísimo valor) para hablar de dinero ahorrado e invertido, de capitales «golondrinos» y de cuentas bancarias secretas. Pero la verdad es que la parábola de los talentos apunta hacia otra cosa.
Dos posturas
La parábola nos habla de dos actitudes: de quienes transmiten lo que han recibido de Dios y de aquellos que guardan para sí lo que el Señor quiso darles. Además, el acento de la parábola está en el reproche a la segunda postura. Desde el inicio, en la imagen de la ausencia del «hombre que sale de viaje» (v. 14), se recuerda la responsabilidad del cristiano en la historia, responsable del anuncio del evangelio. En la vida de todos los días, con sus buenos y malos momentos, con sus tensiones y conflictos, el discípulo de Jesús tiene que dar testimonio de la vida. Eso es lo que significa recibir los talentos. Hay que «mantenerse despiertos» nos dice, por eso, san Pablo (1 Tes 5, 6). Así lo hicieron los dos primeros servidores, su vigilancia se tradujo además en servicio, y gracias a sus obras los dones del Señor dieron frutos.

La primera lectura está tomada de un texto clásico de Proverbios. En él, más allá de los límites que le impone una determinada visión del papel de la mujer, se elogia un comportamiento desprendido y que en su naturalidad expresa el amor por el otro.
La verdadera alegría del Señor
Muy distinta es la actitud del tercer servidor de la parábola. Mezquino y pusilánime pretende estar a bien con Dios sin salir de su propio mundo (cf. v. 18). Piensa que la vida creyente es algo que sucede únicamente entre él y Dios. Un Dios que considera demandante y severo, más amigo del castigo que del amor(cf. v. 24-25). No ha comprendido el sentido de las exigencias evangélicas, las ha entendido como normas religiosas de observancia puntual y formal. Los demás, aquellos que viven a su alrededor, no cuentan en su vida cristiana. La relación con ellos podría, incluso, ser peligrosa para él; tal vez lo hubieran sacado del camino que se había propuesto e impedido cumplir con lo que él estima que son sus obligaciones de creyente. Prefiere por eso no arriesgar y devolverle al Señor lo mismo que recibió. Así se siente más seguro; está «dormido», diría san Pablo (1 Tes 5, 6).
Pronto sabrá, y con él todos nosotros, que su pretendido camino no lo llevará a la luz sino a las tinieblas (cf. v. 30). En su mezquindad no concibe sino un Dios que se mueve entre recompensas y castigos. El Dios de Jesús, en cambio, no se cansa de amar libremente y de exigir continuamente. La gratuidad de su amor desborda los diques de nuestros egoísmos y falsas seguridades. La fe no es una cosa que se guarda en una caja fuerte para protegerla, es vida que se expresa en amor y entrega al otroEn los evangelios tener miedo equivale a no tener fe. Entonces, ¿cómo amar sin arriesgar?, ¿sin meternos en el mundo de los desposeídos que luchan por su derecho a vivir? Hacernos solidarios de ellos nos llevará a peligros y conflictos no previstos, y tal vez a incomprensiones en nuestro propio universo familiar y cristiano. Pero la parábola de los talentos nos enseña que una vida cristiana basada, no en la formalidad, la auto-protección y el temor, sino en la gratuidad, en el coraje, y en el sentido del otro, constituye la alegría del Señor (cf. v. 21.23). Y la nuestra.
Gustavo Gutiérrez

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