01 diciembre 2017

Adviento litúrgico y Adviento espiritual


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1.- Dijo Jesús a sus discípulos: mirad, vigilad, pues no sabéis el momento. Este domingo comienza el Adviento litúrgico, que durará hasta el día de Navidad. El Adviento litúrgico es el tiempo que la Iglesia quiere que los cristianos lo dediquemos a prepararnos para conmemorar dignamente el aniversario de la venida de nuestro Señor Jesucristo al mundo, acontecimiento que, como sabemos, ocurrió hace ya dos mil diecisiete años. El Adviento litúrgico se refiere, naturalmente, a la preparación litúrgica. El color morado que usamos en las celebraciones de Adviento significa preparación y penitencia, porque queremos llegar a la Navidad con el alma limpia.
También es propia de este tiempo la que llamamos “corona de Adviento”, que son las cuatro pequeñas velas de esta corona, que significan la luz de Cristo que debe alumbrar nuestro camino hasta el día de Navidad. Tres de estas velas son de color morado, penitencia, y una de color rosado, alegría propia del tercer domingo, domingo Gaudete, por la alegría que nos proporciona la cercanía de la Navidad. Frente a este Adviento litúrgico está el Adviento espiritual que a nosotros nos dura toda la vida, porque toda la vida es tiempo de preparación para encontrarnos definitivamente con Cristo, cuando Dios nos llame a su lado. Las lecturas bíblicas de estos cuatro domingos del Adviento litúrgico se refieren al Adviento espiritual, tiempo de preparación para la llegada del Reino de Dios, de la parusía, tal como lo entendieron los judíos, durante siglos. El color propio de este Adviento espiritual sería el color verde, que significa esperanza. De hecho, el color verde es el color que usamos en la liturgia durante todo el tiempo ordinario, porque, como hemos dicho, toda nuestra vida es preparación y esperanza en nuestra Pascua definitiva, junto a Cristo, que ocurrirá después de nuestra muerte. Nuestro Adviento litúrgico debe ser, también, un recuerdo del largo Adviento judío, que duró siglos, esperando al Mesías. Comencemos, pues, nosotros hoy nuestro corto Adviento litúrgico, sin olvidar que toda nuestra vida es un Adviento espiritual en preparación para la muerte. Un tiempo en el que deben predominar las virtudes de penitencia interior, lucha contra el pecado, y esperanza en que la presencia redentora de Cristo nos salvará, siendo la luz y el camino que nos guiará hasta nuestro encuentro definitivo con Dios nuestro Padre. Vigilemos, pues, y oremos durante todo este tiempo y durante toda nuestra vida para que, cuando Dios nos llame, nos encuentre bien preparados, porque no sabemos ni el día, ni la hora en los que va a ocurrir este encuentro.
2.- Tú eres, Señor, nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano. En este primer domingo de Adviento podemos y debemos decir, con el profeta Isaías, que Dios es nos ama y nos gobierna como un padre y un pastor que aman a sus ovejas y las dirige hacia fuentes tranquilas. El profeta Isaías es el cantor de nuestra esperanza en un Dios misericordioso, en un Dios redentor, en un Dios Padre, en un Dios alfarero que quiere hacernos dignos hijos suyos. Pero para que esto pueda ocurrir nosotros debemos dejarnos hacer y rehacer por Dios, como la arcilla se deja formar y transformar por las manos del alfarero. Ninguna preparación mejor que esta podemos hacer en estos cuatro domingos del tiempo litúrgico de Adviento. Pidamos a Dios que nos preparemos para el día de Navidad dejándonos formar y transformar por las manos misericordiosas de un Dios que quiere ser nuestro Padre, nuestro redentor, nuestro pastor supremo y el alfarero de nuestras vidas.
3.- La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, sean con vosotros. Estas palabras que san Pablo dice en su carta a los primeros cristianos de Corinto son palabras que repetimos nosotros muchos días al comenzar nuestras eucaristías. En este primer domingo de Adviento es bueno que también nosotros hoy nos deseemos unos a otros la gracia y la paz de Dios nuestro Padre y de Jesucristo, el Señor. Un Adviento vivido, individual y comunitariamente, en la gracia y en la paz de Dios será siempre un buen Adviento, porque el que vive en la gracia y en la paz de Dios vive en el amor de Dios y amando a los hermanos. Si, como venimos diciendo, el Adviento es tiempo de penitencia y preparación para la Navidad, ninguna penitencia mejor para esto que dejarnos formar y transformar cada día por las manos misericordiosas de Dios, nuestro Padre, nuestro Rey y el Buen Pastor de nuestras almas. Por eso, terminemos repitiendo las palabras del salmo responsorial, del salmo 79: Señor, Dios nuestro, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Gabriel González del Estal

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