20 diciembre 2010

Retablo de Navidad

Publicado en el nº 2.734 de Vida Nueva el 17.12.2010

Art. De Fr. Carlos Amigo Vallejo- Cardenal arzobispo emérito de Sevilla. “La Navidad es un “retablo” lleno de vida. Todo habla de alegría, de bondad, de misericordia, de ternura. No es que se olvide la tristeza, lo injusto y la violencia: es que se reclama la presencia de la Verdad de nuestra historia de salvación”
Me he encontrado con unas palabras que figuran como sinónimos, aunque tengo mis dudas de que signifiquen lo mismo. Porque retablo no es un altar, sino la mesa que le puede estar adosada. Talla, escultura o nivel de apreciación, según se dé o no “la talla”. Y pintura, que es algo coloreado. Imagen, habla de estatua religiosa o de perfil moral. La representación, algo así como una función de teatro. Retablo, presentar un misterio religioso con obras de arte.
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Sin embargo, con todos los matices que procedan, la Navidad tiene de todo ello y, con creces, los supera. Sí, Navidad es un altar, y de los más adecuados para celebrar el gran misterio, en la encarnación del verbo de Dios. Si será altar apropiado que hasta los santos padres hablan de “encarnación eucarística”…
Lo de la talla, por importancia y mérito, ya se puede suponer que es lo primero. Pero, también, en este misterio de Navidad hay una figura especialmente esculpida, en ese retoño de las más santas de las raíces, las de la Mujer Virgen. Ella puso carne y humanidad, el Padre, por obra del Espíritu, lo divino.
De mil colores se vistiera el Hijo de Dios cuando llegó y puso su casa entre nosotros, pues razas y distinciones tenían unidad en el rostro bendito de Jesús, que vino para salvar a todos.
Imagen real y viva, pero de un Dios invisible. Ésta es la grandeza de la humildad: escoger lo más propio y esencial, para que las gentes puedan exclamar: ¡Tú eres Dios! Quién te ha visto a Ti, ha visto al Padre.
Por eso, la imagen, la que está en el retablo, no es sino una figura para el encuentro. Hace un oficio de mediación. Queda en la penumbra para que se vea en todo su esplendor el misterio que representa. Es una epifanía, manifestación y presencia del hijo de Dios que se hace hermano nuestro.
El retablo está completo. Y puede comenzar el misterio de la vida y milagros, la exaltación y gloria de nuestro señor Jesucristo. Maravilloso escenario es éste, al modo cervantino, de poner ante los ojos lo más generoso de la bondad de un Dios, que se hace hombre para estar cerca de aquellos a los que quiere y que tanto necesitan de la misericordia de su Señor.
La Navidad es un “retablo” lleno de vida. Todo habla de alegría, de bondad, de misericordia, de ternura. No es que se olvide la tristeza, lo injusto y la violencia: es que se reclama la presencia de la Verdad de nuestra historia de salvación.
Decía el papa Benedicto XVI que “la Navidad es fiesta de luz y de paz, es día de asombro y alegría interior que se expande al universo, porque Dios se ha hecho hombre. Desde el humilde portal de Belén, el Hijo eterno de Dios, que se ha hecho un Niño pequeño, se dirige a cada uno de nosotros: nos interpela, nos invita a renacer en él para que, juntamente con él, podamos vivir eternamente en la comunión de la santísima Trinidad. (A la Curia Romana, 22-12-2005)

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