26 septiembre 2014

Hoy es 26 de septiembre, viernes de la XXV semana de Tiempo Ordinario.

Hoy es 26 de septiembre, viernes de la XXV semana de Tiempo Ordinario.
Este momento Señor, es un rato para conocerte más. Un encuentro de dos que ser quieren. Dice Tomás de Kempis: nada hay más dulce que el amor, nada más fuerte, nada más alto, nada más ancho, nada más alegre, nada más cabal ni mejor en el cielo ni en la tierra, porque el amor nació de Dios y no puede aquietarse con todo lo creado, sino con el mismo Dios. Y a eso vengo, a velar contigo y a crecer en amistad.
Sintamos la invitación a sumergirnos en total oración con el Señor, que es Padre, Hijo y Espíritu.

La lectura de hoy es del evangelio de Lucas (Lc 9, 18-22):
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.” Él les preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Pedro tomó la palabra y dijo: “El Mesías de Dios.” Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.”
“Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos…”, así comienza el evangelio de hoy.  Y no es la única vez que Lucas nos habla de Jesús en oración. Habitualmente, antes de tomar las decisiones importantes, así nos lo presenta el evangelio, en oración. Es como si Jesús quisiera enseñar a los apóstoles que hay momentos en los que hemos de contar más con Dios. Por ejemplo, orando vimos a Jesús cuando la elección de los apóstoles. Y orando lo vemos hoy, antes de iniciarlos en el misterio de su misión… Ahora, si Jesús daba mucha importancia a la oración, ¿por qué los cristianos la valoramos tan poco y no oramos casi? Hay cristianos que, si no vivieran de vez en cuando algún momento difícil, no orarían nunca. A una persona amiga que me dijo que oraba muy poco, le dije: “Eso es que las cosas te van bien”. Ella comprendió la ironía de mi respuesta, me miró y dijo: “Tienes razón. Sólo me acuerdo de santa Bárbara cuando truena.” Para nosotros ¿la oración es una necesidad, como lo es respirar o comunicarnos con el amigo? Señor, que busque, como tú, cada día algún momento de soledad para, en diálogo con el Padre, alimentar mi fe y mi amor a Dios y a los hermanos.
Ayer Herodes se preguntaba quién era Jesús. Hoy es el mismo Jesús el que pregunta a los discípulos qué opinión se ha formado la gente de él: “¿Quién dice la gente que soy yo?”  Le responden que la gente no tiene una opinión unánime: hay quienes dicen que es Juan Bautista; otros, que Elías o algún profeta que ha vuelto a la vida.  Jesús entonces les pregunta directamente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” De los discípulos podía esperar Jesús una opinión distinta a la del pueblo, puesto que a ellos se les ha dado a conocer los secretos del reino de Dios. Pedro se hace portavoz de todos y contesta: “El Mesías de Dios.”  Es decir, tú eres el Ungido de Dios, el Libertador que esperamos y viene a realizar las promesas… Esta pregunta nos la hace Jesús a cada uno de nosotros hoy: “Tú ¿quién dices que soy yo?”  ¡Qué estupendo, Señor, si pudiera contestarte como, a través de la historia, muchos te han respondido: “Tú eres mi Señor, el que me ha liberado de mil esclavitudes y ha cambiado mi vida, y le da sentido, y colma todos mis anhelos y esperanzas.” Señor, ¿cuándo podré decir esto yo sin que sea una fórmula aprendida?
Después de confesar Pedro que Jesús es el Mesías esperado, éste les revela el camino que tiene que recorrer:  “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.” El camino del Mesías que es Jesús, no será como lo esperaban sus contemporáneos –incluidos los apóstoles-: un camino de triunfos y aplausos,  sino un camino de humillación, de dolor, de reprobación y de crucifixión, y así llegar a la resurrección. Jesús no es, pues, el Mesías, que esperaban los discípulos: un Mesías glorioso y triunfador sobre los enemigos de Israel, un Mesías sin cruz. Y éste será también el camino de los suyos, de  los que le sigan: camino de entrega, de abandono, de servicio, de aceptación de la cruz… Porque, como alguien dijo, en un mundo organizado desde el egoísmo y la injusticia, el amor y el servicio sólo pueden existir crucificados. Porque el que hace de su vida un servicio a los demás, es incómodo para los que viven agarrados a los privilegios, e intentarán eliminarlo.  Es camino, Señor, que repugna a nuestro egoísmo y orgullo y a nuestra tendencia a la vida cómoda y sin complicaciones. Pero tú, Señor, lo has recorrido antes y nos lo has hecho transitable, porque tú caminas con nosotros.
Padre nuestro,

que estás en el cielo,

santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu reino;

hágase tu voluntad

en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal.
Amén. 

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