27 octubre 2015

Domingo 1 noviembre: Homilía

Hoy es la gran fiesta de la Humanidad, de todos los que estamos en camino hacia una vida de plenitud y también de los que gozan ya de esa Eternidad. Por eso la Iglesia nos propone este Evangelio de la Bienaventuranzas, que es una proclamación de felicidad.
Antes de pensar en la otra vida, el evangelio nos pone frente a situaciones de hecho, de vida, y en eso insiste Jesús. Como habéis visto, no se trata de la práctica de una religión, sino de vivir ple- namente, lo que por una parte no está prohibido para nadie y, al contrario, toda la Humanidad está llamada a ella según el plan de Dios, manifestado en Jesús.
Ya los dos textos primeros nos han puesto en ese camino: así, el Apocalipsis dice: «Vi una multitud enor- me que nadie podía contar, y de toda raza y nación»; mientras que la Carta de san Juan nos ha avanzado esta afirmación enorme: «¡TODOS somos Hijos de Dios!» Las bienaventuranzas nos describen nueve situaciones de vida que todos los aquí presentes habremos vivido en mayor o menor grado en algún momento de nuestra vida: afligido, desposeídos, con hambre y sed de justicia y también misericordiosos, limpios de corazón… como le tocó vivir a Jesús. Solo los que viven en esta vida este estilo de vida, que es ya una forma de vida eterna, tienen la garantía de vivirla plenamente y para siempre. No sé si alguna vez habéis tenido la oportunidad de leer en entero y “de un tirón” lo que llamamos “El sermón de la montaña”. Son dos capítulos, digamos cuatro páginas en los Evangelios. Merece la pena hacer esa lectura entera alguna vez, porque de manera concreta veis situaciones en las que estamos envueltos todos diariamente y nos aclaran cómo debemos seguir concretamente a Jesús, en nuestras actitudes y relaciones de la vida cotidiana: respeto al prójimo que es de mi misma sangre, la limosna, la oración…

Permitidme que me pare más largamente en una cosa solamente: EL PERDÓN. «Amad a vuestros enemigos».
¡Y esto es una novedad del Evangelio!. Amad al prójimo como a sí mismo es una regla muy antigua y bastante universal; Confucio ya lo había expresado. Sin embargo, el amor a los enemigos es nuevo; rompe tanto con la tradición judía como con la historia universal. Como dirá un gran pensador del siglo pasado: “El amor a los enemigos es la ruptura más grande de la historia en lo que concierne la ética y el comportamiento humano!”
«Amad a vuestros enemigos; presentad la otra mejilla…» El instinto de supervivencia, nos empuja a la autodefensa, a entendernos más o menos entre nuestros cercanos, nuestra tribu.
La llamada de Jesús es en la dirección de una mayor radicalidad. Esto puede parecer antinatural, a contracorriente y todavía menos actual en nuestra cultura, con este aumento de xenofobia, fanatismo y crispación que conocemos hoy.
Jesús pasa a otra lógica, la “lógica del don”, de la gratuidad y no de la reciprocidad pura y dura; “la lógica del corazón”. Las Bienaventuranzas nos empujan desde lo más íntimo de nuestra Humanidad, y claro está, desde nuestra Fe en Dios, al respeto y a la dignidad humana del enemigo, por muy desfigurada que nos parezca a nuestros ojos su humanidad.
En Jesús hay una profunda convicción: el odio y la violencia nunca serán vencidos con una respuesta de odio y de violencia. El mal será vencido solamente por el bien, nunca con la destrucción del enemigo.
Mikel Larburu Echániz

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario