03 diciembre 2015

Adviento. Érase una vez... El centinela

Esta historia del centinela puede ayudarnos a comprender el sentido del Adviento y de la Navidad.
Cerca de a frontera de un país muy lejano, se alzaba u pequeño castillo. De cuando en cuando paraban en él las caravanas o pasaba la noche algún caminante solitario. Pero la vida en el castillo era monótona y aburrida.
Una mañana, llegó un mensaje del rey: “Estad preparados porque se nos ha hecho saber que Dios va a visitar nuestro castillo. Estad preparados para recibirle como se merece”
Desde aquel día todo cambió. Se limpió el castillo de arriba a bajo. Se vistieron los mejores trajes y pusieron un centinela para que avisase la llegada de Dios en cuanto lo divisase en el horizonte.
El centinela se subió a la torreta y allí se mantuvo expectante día y noche. Nunca le habían encomendado una misión tan importante. ¿Cómo será Dios? Pensaba. Seguramente vendrá con una gran comitiva y lo podré distinguir de lejos. 
Pasaban los días y nada sucedía. Pasaron los años y allí nadie llegaba. La vida del castillo volvió a ser aburrida y monótona.
Todos habían perdido la esperanza.
El centinela se hizo viejo y se quedó sólo en el castillo, esperando, siempre esperando la llegada de Dios. Una mañana se levantó para observar y se dio cuenta que ya casi no veía ni se podía mover y pensó: “He estado toda mi vida esperando la visita de Dios y tendré que morir sin haberle visto”
Fue entonces, cuando oyó una suave voz: “¿Es que no me conoces?.
El centinela pensó que Dios se le había colado sin darse cuenta y dijo: “¿ya estás aquí; por dónde has entrado que no te he visto?.
“Siempre he estado contigo, le dijo Dios con ternura, desde el día que decidiste esperarme. Siempre he estado aquí, a tu lado, dentro de ti. Has necesitado mucho tiempo para darte cuenta de mi presencia. Ahora ya lo sabes. Este es mi secreto: sólo los que me esperan, pueden verme”
Así es Dios. El está siempre a nuestro lado. Está dentro de cada persona. No hay que ir a ninguna parte para encontrarle. Solo hay que reconocerle, en nosotros y en los que nos rodean.

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