23 febrero 2016

Domingo III de Cuaresma: Sobre el Evangelio

Evangelio según san Lucas (13,1-9), del domingo, 28 de febrero de 2016
Jesús nos habla de la necesidad de la conversión ante su predicación del reino. Y lo hace re riéndose a dos desastres que ocurrieron en su tiempo y contando después una parábola. Tendríamos que tener en cuenta aquí que para el AT (en especial los libros históricos y los profetas) Israel había sido castigado por su desobediencia a la alianza con derrotas militares llevadas a cabo por ejércitos extranjeros. Todavía en el tiempo de Jesús (¿no ocurre también en nuestros días?) se seguía pensando de la misma manera (ver Jn 9,2). Pero en este texto Jesús se niega a sacar la conclusión de que aquellos que habían muerto en dos incidentes de su tiempo, el de los galileos y los de la torre de Siloé, fueran «más pecadores» o «más culpables» que el resto de los habitantes de Jerusalén. Todos necesitamos la conversión. Rompe así Jesús con la relación que muchas veces, equivocadamente, establecemos entre las desgracias y el pecado.

La insistencia en la conversión implica una reorientación, un cambio de mirada sobre Dios. Si no hacemos así, seguiremos viéndole como el verdugo de los pecadores. Y entonces nuestra vida estará anclada en un Dios “castigador” que infundirá en nosotros exclusivamente temor. Pero convertirse es descubrir el rostro de un Dios amigo de los pecadores. Es lo que quiere describir la parábola que sigue (v.6-9). La parábola nos habla de una higuera de la que se esperaba que diera frutos. Si no es así, lo único que queda es cortarla para que no perjudique al terreno. La higuera se refiere probablemente al pueblo de Israel, y el año de espera que se pide indica la oportunidad que tiene todavía de responder a la predicación del reino. Todavía es posible la conversión, Dios ofrece así la posibilidad de una historia. Los lectores de Lucas, y nosotros mismos, escucharían esta demanda de conversión como una posibilidad para recuperar, si lo habían perdido, el camino de Jesús, el camino del Evangelio, y dar así frutos de conversión (6,43-44). Convertirse significa, en este caso, sustituir la imagen de un Dios intolerante (el propietario de la parábola) por el rostro de un Dios compasivo (el viñador). Una auténtica vida cristiana brotará de esa nueva relación filial con un Padre de la misericordia.
Luis Fernando García-Viana

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