23 febrero 2016

III Domingo Cuaresma: homilía

Los relatos evangélicos que se proclamarán en el tercer, cuarto y quinto domingo de Cuaresma nos sitúan ante una misma realidad que se nombra de diversas maneras. Es una realidad que tiene que ver con una lógica, con una imagen de Dios y con una forma de situarse ante el otro. Por ello, los tres relatos que contemplaremos arrojan luz sobre nuestras lógicas (tercer domingo), nuestras imágenes de Dios (cuarto domingo) y nuestras formas de situarnos ante el prójimo (quinto domingo). Esta perspectiva nos posibilita narrar, a lo largo de estos domingos de Cuaresma, una experiencia de conversión que se orienta hacia la identi cación de esas tres realidades en nosotros y hacia la acogida de la novedad que irrumpe con Jesús. Esta novedad es lo central del anuncio de la Buena Noticia y desde ella se ilumina y aclara aquello en lo que podemos andar enredados.

Dos situaciones son el punto de partida para plantear la primera realidad que se nos propone aclarar. A través de ellas, Jesús pone en evidencia la lógica por la que se rigen sus interlocutores: la ejecución por parte de Pilato de unos galileos cuya sangre mezcló con la de sus sacrificios y la de aquellas dieciocho personas que murieron aplastadas al caerles encima la torre de Siloé. En ambos casos Jesús llega a la misma conclusión: aquellos que perecieron no eran mejores que los que quedaron con vida. De esta manera, refuta la lógica según la cual el que era alcanzado por alguna desgracia era culpable de algún gran pecado. Es la lógica de la retribución que ya aparece en el libro de Job cuando Elifaz le dice a Temán: «¿Recuerdas algún inocente que haya perecido? ¿Dónde se ha visto un justo exterminado? Yo sólo he visto a los que aran maldad y siembran miseria, cosecharlas. Sopla Dios y perecen, su aliento enfurecido los consume» (Job 4:7-9). Lo delirante de esta lógica llegará cuando ante un hombre ciego de nacimiento, los de la Ley y el Templo se queden desconcertados porque las cuentas no les cuadran: «Rabí, ¿quién pecó para que naciera ciego? ¿Él o sus padres?» (Jn 9:2).
Jesús no sólo está cuestionando esa lógica que se ha asumido por “normal y natural” sino que también pone en evidencia que los discursos sobre “lo normal y natural” no dejan de ser muchas veces una construcción ideológica interesada y, por ello, ejerce una función encubridora de engaños y ceguera. Jesús desenmascara el engaño que hay tras esa lógica: nosotros somos justos porque nos hemos librado de la muerte al contrario de lo que les sucedió a aquellas personas ejecutadas por Pilato o sepultadas por la torre de Siloé. Algo habrían hecho para merecer ese castigo o sufrir ese infortunio. Para desenmascarar esta lógica Jesús acude al recurso de contar una historia donde se parte de una situación concreta con la que se identifica fácilmente el oyente. Una viña y el trabajo del dueño de la viña que a lo largo de tres años ha ido a buscar frutos y no los ha encontrado. Su reacción es lógica, hay que cortarla. Quienes oyeron a Jesús contar algo así aprobarían lo razonable de esta forma de pensar y esperarían a que el viñador hiciera lo que su señor le había ordenado. Sin embargo, se produce un quiebro, una ruptura en la secuencia lógica que cambia el curso de un nal previsible.
Por medio de las parábolas Jesús pone en evidencia, una y otra vez, un razonamiento que se ha asu- mido como “lo normal y lo natural”. Es lo que sucedió cuando les dijo que un sembrador salió a sembrar y que una parte de la simiente cayó junto al camino, otra en terreno pedregoso y entre cardos pero también en tierra buena (Lc 8, 4ss). No podían dar crédito a lo que estaban escuchando, era imposible, aquello no cuadraba con lo que sabían sobre el modo de actuar de un sembrador: ¿Qué sembrador echa la simiente sin que le preocupe dónde pueda caer? ¿Qué sembrador echa la semilla al azar arriesgando la posibilidad de la cosecha? ¿Qué sembrador no mira con cuidado que toda la simiente caiga en tierra buena? Es imposible que un sembrador actúe de ese modo. Jesús volvía a romper las ataduras de tantas lógicas que someten cuando nos habló de un sembrador que actuaba de un modo tan desmedido y desproporcionado que parecía despreocupado de lo que se esperaba de él. Y nos recordará que será el Dios de la Vida quien procede exactamente igual cuando “hace salir su sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45).
Ignacio Dinnbier Carrasco, S.J.

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