27 abril 2016

Domingo VI de Pascua: Homilías



1.- EN DIOS VIVIMOS, NOS MOVEMOS Y SOMOS

Por Gabriel González del Estal

1.- El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos mansión en él. En el libro de los Hechos se nos dice que Pablo, cuando fue invitado por los atenienses a que hablara en el Areópago para explicarles lo que afirmaba sobre Cristo, llamándole Dios, les citó a un poeta estoico, Arato, que ya había afirmado tres siglos antes que en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Si vosotros mismos, como dice vuestro poeta, argumentaba san Pablo, dice que todos vivimos, nos movemos y existimos en Dios, no debíais escandalizaros de que yo os diga que el Cristo del que yo os hablo fue Dios. Hasta ahí, parece que los atenienses escucharon con interés a Pablo, pero cuando le oyeron hablar de la resurrección de Cristo le abandonaron, considerándolo un charlatán un poco loco. Bien, nosotros, los cristianos, creemos en la resurrección de Cristo y creemos, como nos dice en el evangelio de hoy san Juan, que si amamos a Dios existimos en Dios, porque Dios viene al alma del que le ama y hace en él su mansión. Si amamos a Dios somos personas habitadas por Dios, espiritualmente llenas de Dios. Lo importante es que nosotros amemos a Dios como verdad y vida de nuestra vida, porque si lo hacemos así Dios no nos va a fallar nunca. Hace ya más de un siglo, una religiosa carmelita, sor Isabel de la Santísima Trinidad, hablaba y gozaba hablando y escribiendo sobre la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma del justo. San Juan, muchos siglos antes, hablaba y gozaba escribiendo esto mismo con otras palabras: puesto que Dios es Amor, Dios vive en toda persona a la que ama. Si amamos al Dios Amor, no podemos vivir de otra manera que amando, porque, de lo contrario, no amaríamos al verdadero Dios. Dejémonos amar por Dios, abramos las puertas de nuestro corazón a Dios, y Dios vivirá en nosotros como amor. Esto, que es algo gratuito por parte de Dios, exigirá de nuestra parte un gran esfuerzo, si de verdad nos decidimos a vivir como linaje de Dios, como hijos amados de Dios. En esta vida no hay nada más difícil que amar a dios y al prójimo de verdad, como Dios quiere que amemos.

2.- La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. El que ama de verdad a Dios y al prójimo vive con el alma llena de paz interior, porque sabe que si Dios está en él y con él nada ni nadie lo podrá derribar espiritualmente. La paz del mundo es una paz llena de sobresaltos físicos, sociales y políticos; la paz de Dios es vivir en Dios, con el alma siempre abierta al bien de los hermanos. Aprendamos a vivir nosotros hoy en paz, en la paz de Dios, aunque las circunstancias sociales y políticas nos inviten a vivir en continuo sobresalto. Los grandes santos fueron almas llenas de paz interior, de la paz de Dios.

3.- Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros ni imponeros más cargas que las indispensables. Esto es lo que nos dice, en síntesis, hoy la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, cuando el problema de la circuncisión obligatoria estaba rompiendo la unidad de la primitiva Iglesia de Jesús. La respuesta de los Apóstoles fue clara: que ni la circuncisión, ni la ley de Moisés entera podrían salvarles; sólo el amor a Dios y al prójimo en Dios pueden salvar. Porque el mandamiento nuevo de Jesús era esencialmente sólo eso: que nos amemos unos a otros como él nos ha amado. No seamos ahora nosotros tan literalmente legalistas, que olvidemos que el espíritu de la ley de Jesús es siempre sólo eso: el amor. La famosa frase de san Agustín, “ama y haz lo que quieras”, bien entendida, quiere decir esto mismo.

4.- El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios… Santuario no vi ninguno, porque es su santuario el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La “nueva Jerusalén” de la que nos habla el Apocalipsis es la ciudad ideal, la ciudad en la que reinará Dios, el verdadero reino de Dios. Hacia esa Jerusalén ideal, hacia ese reino de Dios, es adonde debemos aspirar a vivir los cristianos de hoy. Una ciudad y un reino que aún no están por desgracia en este mundo, pero al que los cristianos debemos caminar con nuestro comportamiento y con nuestros deseos, con nuestro amor. Para llegar a ella, nuestra única ley, nuestro único santuario, es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Sólo si Dios es el verdadero rey de nuestros corazones, si de verdad amamos a Dios, podremos decir también nosotros que vivimos, somos y existimos en Dios, porque Dios nos amará y vendrá a nosotros y hará en nuestro corazón su morada, como nos dice san Juan.

2.- UNA VIDA RENOVADA

Por José María Martín OSA

1.- Recuperar la frescura del evangelio. La fe en Cristo resucitado nos da paz, alegría interior y confianza en su presencia permanente entre nosotros. Como nos dice San Agustín, "para comprender el misterio de Dios hay que purificar el corazón; de ningún otro lugar proceden las acciones sino de la raíz del corazón" (Sermón 91). La fe cristiana nace del corazón, pero corre el peligro de transformarse en religión de ritos. Los judíos "religiosos" quieren imponer la circuncisión. La Iglesia está amenazada de quedarse en los medios, los ritos, y olvidarse de lo fundamental, la interioridad de la fe. También nosotros corremos el riesgo de confundir las tradiciones con la verdad, de afirmar como eterno e inmutable lo que es fruto de una época, de hacer apología de nuestra fe con una filosofía ya superada, de imponer cargas y obligaciones que alejan de lo fundamental, de sostener que viene de Dios lo que viene del hombre. Necesitamos vino nuevo en odres nuevos, recuperar la sintonía con la cultura y con el hombre de nuestro tiempo. En el llamado concilio de Jerusalén los primeros cristianos escucharon la voz del Espíritu Santo que Jesús les había prometido. El Espíritu nos ayudará a no quedarnos en lo superficial para llegar a identificarnos con el Padre que nos ama, viene a nuestra vida y hace morada en nosotros. El Papa Francisco constantemente nos hace una llamada a recuperar la frescura del evangelio, a valorar lo esencial en el seguimiento de Jesucristo.

2.- Nuestra vida es el mejor testimonio. Todo este capítulo 14 de Juan está envuelto en una atmósfera de despedida. Jesús anuncia, promete y revela una nueva presencia que, sin duda, supone una novedad significativa. Los frutos de la resurrección son la alegría, la paz y el testimonio de vida. ¿La alegría se nota en nuestra vida y en nuestras celebraciones? Hay muchos niños y jóvenes que no se sienten atraídos por nuestra forma de celebrar rutinaria y triste. Sin embargo, hay muchas comunidades que saben vivir el gozo de la experiencia pascual, que celebraron con entusiasmo la Vigilia Pascual sin mirar al reloj. Ahí se nota que hay algo más que un mero cumplimiento del precepto dominical. ¿Y la paz? La que Jesús nos regala es lo más grande del mundo, es la plenitud de todos los dones del Espíritu. Si la paz reina en nuestro corazón seremos capaces de transmitirla a los demás y de construirla a nuestro alrededor. “La paz os dejo, mi paz os doy”: la paz la ofrece Jesús como un don precioso. En la Biblia, la paz es uno de los grandes signos de la presencia de Dios y de la llegada del Reino, síntesis de todos los deseos de bienestar, de justicia, de abundancia, de fraternidad. ¡Casi nada! ¿Cómo dar testimonio de nuestra fe en el mundo de hoy? No bastan las palabras, es nuestra propia vida el mejor testimonio. La diferencia entre alguien "que practica" y alguien "que vive" es que el primero lleva en su mano una antorcha para señalar el camino y el segundo es él mismo la antorcha. Se notará en tu cara, en tus comentarios, en tus gestos, en tu forma de ser si has experimentado la alegría del encuentro con el resucitado. Si eres feliz, transmitirás felicidad. Y quien te vea dirá: "merece la pena seguir a Jesús de Nazaret".

3.- El “Gran Desconocido”. El Espíritu es defensor, maestro, abogado, animador e iluminador de la fe de la Comunidad y de cada uno. El Espíritu nos enseña y recuerda todo lo dicho por Jesús. Ésta es la gran tarea que Jesús le encomienda. Es fácil deducir que el creyente no está solo, no es un huérfano. Primero, porque el Padre no es Alguien lejano y distante; más bien, somos santuario y morada de Dios mismo: “vendremos a él y haremos morada en él”. Esto lógicamente supone unas relaciones nuevas con Dios-Padre: no es posible vivir como si todo fuera como antes; desde Jesús, todo ha cambiado. ¡Cuánto nos cuesta entender a los creyentes esta novedad! ¡Cuán lejos está nuestra espiritualidad de cada día de esta inusitada novedad que se propone y a la que se nos convida! ¡No nos enteramos! Pero es que, además, la muerte de Jesús ha sido ocasión para ser llenados por la presencia viva del Espíritu, que vive en nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en verdad. El creyente vive animado por el Espíritu, que hace nacer en nosotros el gozo de la fe. Posiblemente, el Espíritu sea el “Gran Desconocido” en la espiritualidad cristiana.

3.- DÍAS EN UN AMBIENTE DE INCESANTE GOZO PASCUAL

Por Antonio García-Moreno

1.- CONTROVERSIA.- Es inevitable. Donde hay diversidad de personas hay diversidad de opiniones, puede nacer la controversia. En la Iglesia primitiva había una cuestión que fue la manzana de la discordia durante mucho tiempo: El determinar si era obligatorio o no el someterse a la ley mosaica, con todas las prescripciones añadidas por la tradición judía. Unos defendían que para quedar justificados y entrar en la Iglesia, era preciso someterse a las leyes hebreas, incluida la circuncisión. Muchos de los nuevos cristianos provenían del judaísmo y para ellos resultaba casi imposible admitir que la ley de Moisés ya no obligaba a los hijos del Reino, a los discípulos del Mesías. Y luchaban por mantener una serie de prácticas, más o menos extrañas para los gentiles.

Otros, con Pablo y Bernabé a la cabeza, pensaban todo lo contrario. Los paganos convertidos no tenían por qué someterse a las prácticas de los judíos. Para formar parte de la Iglesia bastaba con el Bautismo, no era necesaria la circuncisión. Las interminables prescripciones de los hebreos no estaban en vigor para los cristianos, pues la ley de Cristo había sustituido a la de Moisés.

Controversias diferencias inevitables con buena intención por parte de unos y de otros, con el deseo de hacer lo que Dios quiere, buscando sólo la autenticidad del mensaje de Cristo. Sí, hay una cosa común: la búsqueda de la verdad. Pero al final hay cosas distintas, se pretenden soluciones antagónicas. ¿Qué hacer entonces? Es muy sencillo. Tenía que serlo, ya que en el caso de la fe se están jugando cosas serias. Por ejemplo, la salvación eterna. Sí, la solución es sencilla. Consiste simplemente en aceptar con fe lo que decida la autoridad competente, asistida por el Espíritu Santo...

Así se dirimió aquella controversia y así se irán solucionando todas las que vendrán después, que serán muchas. Y pretender encontrar otra vía de arreglo es inútil y nefasto para la vida de la Iglesia. Primero, y ante todo, porque Dios lo ha dispuesto así, ha querido a su Iglesia jerárquica y no democrática. Y después, porque difícilmente se llega a un acuerdo en cosas tan arduas como son las referentes a la fe. A lo más que se llega a veces es a un acuerdo ecléctico que, a fin de cuentas, no complace ni a unos ni a otros.

2.- LA PAZ DE CRISTO.- El amor de que habla Jesús es algo más, mucho más, que un mero sentimiento, que un enamoramiento. Está ratificado con la fidelidad, con el cumplimiento delicado y constante de la voluntad de la persona amada. Es decir, en definitiva, sólo quien cumple con los mandamientos de la ley divina es quien realmente ama al Señor. Lo demás es palabrería, una trampa que ni a los mismos hombres engaña, y mucho menos a Dios. Eso es lo que el Maestro nos enseña: El que me ama guardará mi palabra. Y por si acaso no lo hemos entendido añade: El que no me ama, no guardará mis palabras. Examinemos nuestra conducta y veamos si de verdad amamos al Señor. Y en caso contrario, tratemos de rectificar.

El Maestro sigue hablando en el rescoldo tibio de la noche de la última Cena. Él se da cuenta de cómo la tristeza se va apoderando del corazón de sus discípulos. También para él eran tristes los momentos de la despedida. Por eso trata de consolarlos con la promesa del Espíritu Santo, el Paráclito, el Consolador óptimo del alma, que vendrá después de que él se vaya, llenándoles de fuego y de luz, de fuerzas y de coraje para emprender la ingente tarea que les aguardaba. Él será quien los acompañe entonces en las hondas soledades, que luego vendrían; quien les hablaría en las largas horas de las persecuciones y tormentos.

Las palabras de Jesús se van entretejiendo entre dificultades y consuelos, con palabras de urgentes exigencias y dulces promesas de ayuda divina, con acentos de guerra acerba y de paz entrañable. La paz os dejo -les dice-, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo. La del mundo es una paz hecha de mentiras y connivencias cobardes, de consensos y cesiones mutuas. Es una paz frágil que intranquiliza más que sosiega. La paz de Cristo, en cambio, es recia y profunda, duradera y gozosa. Por eso, dice a continuación: No tiemble vuestro corazón ni se acobarde.

No, la cobardía no es posible para quien cree en Dios, para quien está persuadido de su poder y sabiduría. El miedo es propio de quien se sabe perdido, pero no de quien se sabe salvado. Que tiemblen los que están alejados de Dios, los que no tienen la seguridad de la esperanza, ni la fortaleza de la fe, ni tampoco el gozo del amor. Esos sí tienen razón para temblar y acobardarse, pero un hombre que es hijo de Dios, no. Caminemos con esta persuasión y avancemos alegres por la vida, desgranando nuestros días en un ambiente de incesante gozo pascual. Que nada ni nadie nos turbe. Que pase lo que pase, conservemos la calma, vivamos serenos y optimistas, persuadidos de que Jesús, con su muerte y con su gloria, nos ha salvado de una vez para siempre.

4.- LA FELICIDAD NO SE NEGOCIA

Por Javier Leoz

“La felicidad no tiene precio y no se negocia; no es un ‘app’ que se descarga desde un móvil. Ni siquiera, su versión más reciente, os ayudará a ser libres y grandes en el amor”. (El Papa Francisco a los jóvenes en San Pedro el domingo 24 de abril).

1.- Las estadísticas dicen que, una generación de jóvenes en Europa, está perdida. El suicidio, en Europa, se ha convertido en la principal causa de muerte entre los jóvenes (por delante de los accidentes de tráfico).

Algo grave está ocurriendo en nuestro mundo cuando se nos prepara para la felicidad y, a la vuelta de la esquina, nos encontramos en la soledad o con una ansiedad insoportable. Algo está aconteciendo en nuestra sociedad cuando, detrás de muchas palabras y de otros tantos escaparates, se nos invita a amarnos a nosotros mismos y, luego necesitamos del amor auténtico, de una ayuda para levantarnos, de un aliento o de una sonrisa…resulta que nos encontramos solos. Falla, en el fondo y en la forma, aquello que es o no es digno de ser amado.

2.- Dios, que disfruta amando, goza con nuestro amor. Y Jesús, el amor hecho carne en medio de nosotros, nos da una pista para ser felices. Para no sentirnos defraudados, inquietos o desilusionados de nuestra existencia: hay que esperar en Dios, hay que amar a Dios y no hay que perder de vista lo que Él nos enseñó. ¿Amas a Dios? ¿Cómo tratas su Palabra? ¿Condiciona, alumbra, ilumina, interpela en algo tu existencia?

Hemos perdido, en varios aspectos, el norte y –Jesús- nos recuerda que, sus Palabras, siempre serán causa de serenidad y de encuentro con nosotros mismos, con los demás y con el mismo Dios. ¿Por qué nos cuesta tanto guardar, proteger, acoger y enseñar su Palabra? Tal vez porque, entre otras cosas, es exigente, nítida, a veces duele y otras calma. Su Palabra, de vez en cuando, deja a la intemperie nuestras vergüenzas y otras nos dice que somos dichosos, bienaventurados y elegidos. Pero, no lo olvidemos, su Palabra es eterna.

3.- Estamos en horas muy decisivas para la Iglesia y para el anuncio del evangelio. Nunca como hoy se necesitan corazones vigorosos (no cobardes), labios dispuestos a dar testimonio de Jesús (no amordazados por la sordina del todo da igual), personas dispuestas a brindarse generosamente a los demás como sello e identidad de que son amigos de Jesús y de que pertenecemos a una comunidad de hermanos. Y, por encima de todo, la promesa de Jesús: él nos acompañará, nos consolará con el Espíritu y nos guiará, como miembros de su Iglesia, hacia la meta final. Que Dios nos siga animando e inundando con la alegría de esta Pascua. Porque, estar y permanecer al lado de Jesús, es garantía segura.

4.- QUIERO ESTAR CONTIGO, SEÑOR (Javier Leoz)

Cerca para  no perderte, y no perdiéndome de Ti,

no olvidar a  los que, día a día, me rodean.

Que tu  Palabra, Señor, sea la que me empuje

a no  olvidarte, y no olvidándote,

dar razón de  tu presencia aquí y ahora

QUIERO ESTAR CONTIGO, SEÑOR

Y, a pesar  del vacío que existe en el mundo

intentar  llenarlo con mi débil esfuerzo

con mis  frágiles palabras

con mi  alegría fruto de mi encuentro contigo.

Ayúdame,  Señor, a guardar tu Palabra

A llevarla  cosida a mis pensamientos

A  practicarla en las pequeñas obras de cada día

A  demostrarme a mí mismo

que,  cumpliendo tus deseos 

y guardando  tus promesas,

es como  podré alcanzar la Vida Eterna.

QUIERO ESTAR CONTIGO, SEÑOR

En las horas  de luz, cuando a las claras te veo

y en las  noches oscuras, al sentir que te pierdo

En las  pruebas amargas, cuando eres mi bálsamo

Y en los  instantes de soledad cuando avanzo sólo

Aquí me  tienes, Señor, torpe y débil

pero  recordando que, cumplir y amar tu Palabra,

es la mejor  autopista para llegarme hasta el cielo

Amén

5. – LA PASCUA DEL ENFERMO

Por Ángel Gómez Escorial

1.- Celebramos la Pascua del Enfermo. Todo el relato evangélico siempre llama la atención sanadora de Jesús de Nazaret. Y en la consecución de la beatificación o canonización de un santo el tribunal que juzga la trayectoria de la persona a ser elevada a los altares hace falta un milagro. Probar que por la intercesión de ese hermano que se busca glorificar se ha producido un hecho extraordinario. La mayoría de esos milagros son curaciones… En el Libro de os Hechos de los Apóstoles –maravillosa crónica de los primeros momentos de la Iglesia—nos narran muchas acciones de sanar. La Iglesia era medicina espiritual y corporal durante muchos siglos. Y si los que van camino de los altares su intercesión poderosa sirve para curar, habrá que decir que la Iglesia sigue curando…Pero hoy, tal vez, el sentido común y el prodigioso avance de la medicina hace que la Iglesia lo intente menos. La imposición de manos y el óleo son parte de un rito. Nada más…

2.- La Iglesia, no obstante, hace—con creces—lo que puede. Acompaña al enfermo y le facilita un sacramento. Ya es interesante. Dicen muchos enfermos que reciben la Unción de los Enfermos sienten claro alivio físico y espiritual. Pero quien sabe si sería útil echar más fe al asunto y rezar fuerte e insistentemente para que Dios haga más medicina de un rito. Pero está bien que organice una jornada de amor y acompañamiento de los enfermos. Y en esos momentos de la imposición de la Unción de los Enfermos la asamblea –la parroquia entera—debe estar presente para que la oración y la fuerza de todos consigan el beneplácito del Dios Bueno y se apiade de los enfermos. Y que nuestro amor de hermanos se derrame sobre todos los que sufren

2. – Pero somos, a veces, tan tacaños y cicateros en amor que no somos capaces de aceptar que la Escritura está llena de amor. No es una leyenda, ni una exageración. Lo dice Jesús: "El que me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él." La Eucaristía cumple esa condición. Recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo y Él está con nosotros. La Trinidad Santísima también –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo—está en la Eucaristía. Pero hay más. Aún más. El amor por Jesús trae el mejor conocimiento de la Palabra y ese mayor conocimiento produce una proximidad, consciente y objetiva, a Dios. Una de las bienaventuranzas dice: "Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios". Las bienaventuranzas marcan situaciones de la vida presente. Producida la purificación del corazón se puede ahondar aún más en el conocimiento presente de Dios. Los místicos están con Dios, ven a Dios.

3. - Hay que decir estas cosas con objetividad y humildad. En la actividad religiosa siempre existe la posibilidad de "no ver" o de "ver demasiado". Los mismos Apóstoles no fueron capaces de contemplar la divinidad de Jesús hasta después de la Resurrección. Todo parecía confuso. A nosotros --gente de hoy-- nos ocurre lo mismo. A veces tenemos dificultades para diferenciar profundamente a las personas de la Trinidad. Tampoco somos capaces de aceptar la idea de Dios Padre que nos enseñó Cristo. Poco a poco, sin embargo, iremos creciendo en nuestra capacidad cognoscitiva. Siempre será con ayuda de Dios y con un permanente ejercicio de humildad. Están, también, los que "ven demasiado". Los que "iluminan" sus fantasías con prodigios inexistentes. La superstición puede cebarse en ellos y casi siempre estas irregularidades llegan porque los "protagonistas" suelen haber pasado la raya del pecado.

4. - El seguimiento de Cristo nos produce frutos de objetividad. Y ocurre porque, constantemente, tenemos que discernir sobre lo idóneo de nuestro comportamiento. Y a la hora de examinar nuestras conciencias --y hacerlo bien--, sabemos lo que es verdad y lo que es mentira, lo que no ocurrió y lo que es fruto de nuestra imaginación. No puede aceptarse la tendencia hacia el autoengaño porque eso lleva a la demencia. Pero será, por otra parte, esa objetividad probada día a día la que nos aproxime a las "primicias del Espíritu" y nos haga entender y sentir que Dios está con nosotros.

LA HOMILÍA MÁS JOVEN

EL ESPÍRITU SANTO Y NOSOTROS… ¡ANDA YA!

Por Pedrojosé Ynaraja

1.- A Dios le complace compartir con los hombres. Por lo que parece, también con los ángeles, pero de esto no toca hablar hoy. Comparte con individuos diversos de tiempos y lugares y desea que entre nosotros también gocemos compartiendo. Su Hijo, que en la tierra se llamó Jesús, sin dejar de ser Hijo, Verbo o Palabra, no fundó una religión, fundó una Iglesia. Y a la Iglesia la llamó Esposa única y predilecta, porque quiso que lo fuera así. Al principio sus miembros eran unos pocos, ahora somos muchos millones. Y aun siendo pocos al principio, no siempre se entendieron entre ellos. Porque en la Iglesia no perdemos nuestra identidad y a veces queremos imponerla o caminar y que los demás caminen según parezca a nuestras entendederas, que no son las mismas que las de los otros. Y este proceder no es el correcto. Y surgen entonces las discrepancias. Tiene sus inconvenientes. Crean, a veces, enemistades, pero dejan patente que pertenecer, ser miembro de la Iglesia, no anula la personalidad individual. De algunas de estas conjeturas de las que os vengo hablando, mis queridos jóvenes lectores, trata la primera lectura de hoy. Un relato de acaloradas discusiones entre discípulos de los primeros tiempos. Unos entendían unas cosas, otros defendían otras. Y con pasión, pero sin bofetadas, ni puñetazos.

2.- Se reunieron. Reunirse es un ejercicio al que parece está muy inclinado el hombre. Reunirse para decidir volver a reunirse. Vivir en continuo revisionismo estéril, cree uno es su sino. En este caso, no. Se reunieron ellos y, sin saberlo, ni darle nombre, aconteció el primer Concilio. Hubo tendencias y advertencias. Se llegó a unas conclusiones de las que quisieron dar cuenta a todos los hermanos, nada de secretismos propios de sectarios. No olvidéis que si la Iglesia obra rectamente, nunca es sectaria.

3.- Tan apasionadas y repletas de honradez fueron las disputas verbales, y en tan vivencia de oración, que se atrevieron a escribir: el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido… ¡anda ya! ¿Quién se atreve a más? Lo dictado eran conclusiones oportunas, respuestas a las necesidades espirituales de aquellos precisos tiempos. Por eso hubo de continuarse el procedimiento y perdura hasta nosotros. La jerarquía centra goza de una especial asistencia del Espíritu Santo, pero no es exclusiva esta protección de los jerarcas, ni goza siempre del don de la oportunidad.

4.- Seguramente todos vosotros, mis queridos jóvenes lectores, habréis oído hablar del Concilio Vaticano II. Es el último celebrado. La asistencia fue mucho más numerosa que en el primero. Las conclusiones también muchas más, más variadas y más complejas. Así es nuestra Iglesia. La Santa Madre Iglesia Esposa amada de Jesucristo. Nuestra madre. Gocémonos por ello y porque en Ella seamos admitidos. No nos excluyan, ni nos excluyamos nunca, debe ser nuestro deseo.

5.- Vuelve el fragmento del evangelio de la misa de hoy a hablarnos del Amor. Quiere perfilar más, para que no nos confundamos. A lo del pasado domingo de: amaos como Yo os amo, se añade hoy: si queréis saber si amáis, examinaos si cumplís con mis palabras, si las conserváis, si las cumplís. Consecuencia de ello es que Dios habita en nosotros. Es una prueba, una gracia, una riqueza. En consecuencia debemos examinarnos si así ocurre. Es preciso leer el Evangelio y tratar de descubrir si somos fieles a sus contenidos.

Se habla después de la paz. No una paz cualquiera como a veces pactan los políticos, simples limitados armisticios, o se establecen pactos entre las personas para evitar las riñas. La Paz de Cristo es la que desea Dios que recibamos. Paz que es integra y que conduciría a una paz familiar, vecinal, nacional y universal.

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