Supongo, Señor Jesús,
que tus discípulos serían tan impacientes como nosotros.
Supongo, Señor Jesús,
que los primeros cristianos serían tan
intranquilos como nosotros. Todos, ellos y nosotros, solemos vivir
presurosos en palpar grandes resultados. Todos inquietos y nerviosos
porque
el movimiento es lento,
porque ni la Iglesia es lo que debiera ser, ni el mundo tampoco.
Vemos ahora, Señor Jesús,
que en el interior de la Iglesia cuesta la
unidad, la comunión, la fraternidad, la acogida del otro, el trabajo en
común, la conjunción
de los carismas, la obediencia, la participación, el seguimiento de Jesús,
el protagonismo de todos…
Y en el mundo
¡qué lejos estamos de un mundo en paz,
de un mundo que comparta,
de un mundo donde se mire, ante todo, remediar las desigualdades!
¡Qué lejos estamos del respeto mutuo,
del diálogo con todos, de la justicia para todos, de buscar el bien de los más débiles…!
Tu Palabra, Señor Jesús,
me habla de principios humildes,
de procesos lentos,
de transformaciones que requieren tiempo.
No me es fácil, Señor Jesús, asumir
tu enseñanza, como tampoco lo debió ser a tus primeros seguidores.
Hoy veo, Señor Jesús, que me invitas
a la esperanza,
a pesar de ser pocos, a pesar de tantas cosas… contigo, unidos a Ti, por la gracia de Dios somos levadura o grano de mostaza
y mezclados a otras personas podemos mejorar nuestro mundo
y nuestra Iglesia.
Lo que se nos pide
es que de verdad seamos lavadura: buenos
seguidores tuyos que se alimentan de tu Palabra siendo coherentes con
nuestra fe y por otra parte que nos mezclemos con la masa, que nos
impliquemos en las realidades
de este mundo, que allí donde nos encontremos demos testimonio de nuestra fe.
No se trata sólo de salvarme,
de procurar que yo sea bueno;
lo que me rodea me afecta
y Dios me pide que me implique también
en mi entorno:
familia, barrio, mundo de trabajo y de
estudios, ambientes de diversión, comunidad parroquial… para que todo
ello sea también bueno,
es decir se transforme,
quede impregnado desde sus raíces
de la fuerza del Evangelio.
Gracias, Señor Jesús,
por hacerme levadura.
Gracias porque Tú confías en nosotros.
Haz, Señor Jesús,
que seamos humilde levadura de Evangelio como tantas personas buenas
que han existido en nuestro mundo,
en nuestros movimientos y comunidades y en tantas otras organizaciones.
Ayúdanos, Señor Jesús,
a que nunca perdamos de vista lo que Tú esperas de nosotros: que seamos levadura de Evangelio.
A lo mejor, en ocasiones,
nos iría bien pensar lo que hay quien cuenta:
Se acercaba la época de las lluvias monzónicas y un hombre muy anciano estaba cavando hoyos en su jardín. Trabajaba con ilusión
y entusiasmo.
¿Qué haces?,
le preguntó su vecino. “Estoy plantando mangos”, respondió el anciano.
¿Esperas llegar a comer mangos de esos árboles?
“No, no
pienso vivir tanto. Pero otros lo harán. Se me ocurrió el otro día que
toda mi vida he disfrutado comiendo mangos plantados por otras personas,
y ésta es
mi manera de demostrarles mi gratitud.
En mi larga vida he recibido muchas cosas de los demás. Es justo que yo contribuya
a que otros se beneficien de mi”.
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