16 agosto 2017

Domingo 20 agosto: Homilía

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En Fenicia
Estamos ante una de las escenas difíciles de comprender a los que somos de cultura muy distante de la de Jesús. En todo acontecimiento, lo primero que deberíamos tener en cuenta es que, en cierta manera, no remata hasta que recibe la interpretación correcta. No es fácil precisar cómo, quién, por qué algo sucedió como sucedió. Estamos conociendo casos en los que hasta que un juez independiente y justo dictamine, no podemos aventurar las circunstancias, el autor o autores de un delito, por ejemplo. Mientras tanto, suposiciones. Hay que interpretar bien para acertar con el diagnóstico.
Algo así se impone en este caso: ¿Por qué a una mujer angustiada por el mal de su hija, Jesús respondió con palabras que suenan durísimas? Sin interpretarlo correctamente, corremos el riesgo de convertirnos en jueces que condenan antes de tiempo.

Condicionamientos de Jesús: importante aquello de san Lucas, de que Jesús crecía en edad, en sabiduría y en gracia. Lo suyo era ir creciendo como un hombre más: sus conocimientos se iban ampliando, como nos pasa a todos según tiempos y circunstancias. Vivía para el reino de Dios, a él se entregó con todo su ser; dependía de la voluntad del Padre. Pero seguía creciendo…
Los profetas habían anunciado que la función del Mesías sería reunir las ovejas dispersas de Israel. Reunirlas era condición para salir afuera a extenderlo. Jesús no podía en conciencia saltar la voluntad de su Padre. No debía llevar ese Reino fuera de Israel: era lo que había entendido. ¿Qué ocurre? Que una mujer no israelita, fuera de las fronteras de Israel, le pide uno de los regalos del Reino: cura a mi hija. ¿Qué responde Jesús? Aquí el desconcierto: No se echa el pan de los hijos a los perros. Un dicho que en diversos países era común para referirse a los extranjeros. Y, ¡ojo! El evangelio trasmite con cuidado que no dijo: perros, sino perrillos, los que andan en casa, de compañía: no suena igual echar algo a los perros que a los perrillos.
Por su parte, la mujer podía esperar esa respuesta; y llevaba su contrarréplica. Venía preparada para responder. Como ayuda para interpretar este suceso, podemos acudir a la boda de Caná: Jesús defendía que no había llegado su hora; su madre, María, le hizo ver que sí. Algo muy semejante es este momento en que otra madre le hace ver llegada la hora de llevar el reino a los extranjeros. Y Jesús, fiel a la voluntad del Padre, atiende los signos de los tiempos, acepta el desafío, rompe fronteras y junto con la fe de la madre sana a su hija. 
Aplicaciones de esta actitud están en los documentos del Vaticano II: se revisaron muchos criterios que no respondían ya al deseo de Dios hoy. No se respondería a la voluntad de Dios sin escuchar los signos de los tiempos. La Iglesia escuchó con humildad y apertura, siguiendo el ejemplo de Jesús. Hoy, el Papa Francisco se mantiene en ese empeño: insiste en la necesidad y urgencia de discernir en oración y observación de la realidad qué espera Dios de nosotros.
Comenzaba a homilía re exionando sobre la importancia de interpretar correctamente los sucesos. Recibimos luz abundante de cómo sucedieron los pasos de la escena evangélica. Una gran lección para nosotros: no podemos vivir cerrados a lo que Dios quiera decirnos por personas, hechos, o actitudes que pueden sorprender precisamente porque vienen de donde no esperamos, como le pasó a Jesús con la mujer fenicia. Que su ejemplo y amor nos guíen cada día, cada hora.
Modesto Vázquez Gundín, S.J.

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