19 noviembre 2017

Domingo XXXIII de Tiempo Ordinario

1. Situación
Últimos domingos del año litúrgico, días de examen de conciencia. Pero, ¿qué es, en cristiano, hacer un examen de conciencia?
Algunos lo hacen preocupados porque no se les escape ninguna falta, en una especie de ritual compulsivo, como cuando uno se lava las manos obsesivamente.
Otros, para sentirse en orden y defenderse del reproche de la propia conciencia o de Dios, visto como superconciencia. Incluso se afanan por sentirse malos, pues ese sentimiento les asegura la compasión de Dios.
Otros prescinden de estas cuestiones, volcados hacia la acción inmediata, como huyendo de todo cuestionamiento. Lo justifican, eso sí, diciendo que el amor no se preocupa de sí mismo.

2. Contemplación
El evangelista Mateo ha hecho una síntesis extraordinaria de los discursos en que Jesús habla del Fin. Por una parte, la venida del Hijo del Hombre obliga al creyente a polarizar su existencia en el Futuro, relativizando la época terrena de la historia. Por otra, sin embargo, ello no es una excusa para no tomar en serio el presente, la fidelidad a la tarea encomendada aquí y ahora. Al contrario, el tener que ser juzgados un día por Dios en persona, da a la contingencia de nuestra vida carga de eternidad; nos jugamos en ella la salvación y la condenación definitivas.
La síntesis alcanza incluso al problema de la retribución. ¿Cuál es el criterio del premio? Ciertamente, Dios da a cada uno según sus obras, se repite tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento; pero no en sentido comercial o bancario. Dios toma en serio la responsabilidad del hombre; pero el premio desborda infinitamente nuestras obras. El siervo es invitado al banquete, a la intimidad del Señor. Esta desproporción indica que la lógica de las obras sigue bajo la soberanía de la Gracia, que no ha sido sustituida por el moralismo de los méritos.
3. Reflexión
Meditemos, una vez más, en el tema central de estas páginas: seguir a Jesús en la vida ordinaria. El juicio último depende de mi obediencia concreta a Dios ahora mismo. En este sentido, la primera lectura, sobre la mujer hacendosa, es altamente significativa.
Pensar en el futuro, concretamente en el juicio último de Dios, crea tensión y responsabilidad y, con frecuencia, ansiedad, por sentir que la vida se nos va de las manos y hay que hacer algo para justificarla.
El creyente, bien fundamentado en la Gracia, reconciliado con su finitud, no se deja coger por la ansiedad.
Vivir cada día le libera de deseos y proyectos, que enmascaran la ansiedad perfeccionista.
Vivir cada día le pacifica, al no querer abarcarlo todo.
Y le unifica, ya que la ambición quiere controlar el futuro y la curiosidad le dispersa en mil intereses.
Llegar a ser persona depende de la unificación del corazón, que se entrega, confiadamente, a la voluntad de Dios. Pero no en abstracto, sino en el realismo del cada día.
Al vivir la voluntad de Dios sólo cada día, el cristiano se libera de la necesidad de controlarla.
4. Praxis
Podríamos centrar aquí nuestro examen de conciencia: en el cada día. En vez de examinar deberes e ideales, hemos de examinar la vida ordinaria en su densidad propia.
¿Qué calidad de amor damos a lo que vivimos?
¿Cómo se despliega nuestra esperanza, a base de expectativas o mediante los conflictos y ambigüedades en que nos movemos cada día?
¿En qué grado ha ido calando la fe en nuestra manera de interpretar la realidad que nos rodea y de abordar lo imprevisto de cada día?
Ofrezcamos al juicio de Dios nuestro cada día.
Dicen que a san Luis Gonzaga le preguntaron un día, mientras estaba jugando, qué haría si supiese que en ese momento iba a morirse. Y que él respondió: «Seguir jugando».
Javier Garrido

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